Un extraño en mi cama romance Capítulo 130

Roberto corrió muy deprisa, daba vueltas y vueltas por el enorme jardín, las ventanas de mi habitación estaban particularmente cerca de allí así que podía oír el sonido de su andar con toda claridad. Perdí todo deseo de dormir, me apoyé en el alféizar de la ventana, sostenía la cabeza con mis manos mientras lo veía correr. Sentí una repentina simpatía por Roberto, era una persona muy capaz, lo tenía todo bajo control, todo excepto sus propios sentimientos. Nada saldría de su relación con Santiago por culpa de quien era, la persona que iba a heredar las Empresas Lafuente era un homosexual. El mero hecho de pensarlo era increíble.

Roberto estaba sudando a mares, me dolía mucho el alma a causa de él, ya no tenía ganas de dormir, sentía mucha compasión. Por lo que pude ver después de pasar tanto tiempo con él, Roberto no era una persona malvada sólo era alguien con una personalidad extraña. Al verlo actuar así, no pude evitar sentir un poco de simpatía por él, fui al baño y tomé una toalla limpia, fui a la nevera y saqué una botella de agua y luego bajé corriendo las escaleras. Roberto acababa de hacer una ronda y pasó corriendo

junto a mí, bajó la velocidad cuando me habló.

-¿Eres sonámbula? -Preguntó con recelo.

Le entregué la botella de agua y la toalla.

-Esto es para ti.

No los tomó, solo se quedó mirando lo que tenía en mis manos durante varios segundos y luego preguntó:

—¿Quieres algo de mí?

Debía tener algún tipo de complejo, pensaba que yo quería algo de él sólo porque le había dado una botella de agua, sacudí la cabeza.

-Te vi corriendo y sudando por todas partes, por eso bajé a traerte agua.

Tomó la botella, abrió el tapón y bebió un gran trago, luego se puso la toalla en los hombros y siguió corriendo. Su figura parecía esbelta, y ya que sus piernas eran largas, sus zancadas también lo eran, parecía un corredor de carreras de larga distancia. Perdí todas las ganas de dormir, me quedé de pie en los escalones como un idiota y lo observé correr. Pronto terminó otra ronda y reapareció frente a mí, trotó en un mismo sitio y me saludó con la mano.

-Corramos juntos.

—No —dije y agité las manos—. Tengo puesta mi pijama.

—Puedes correr, aunque no lleves nada puesto —dijo mientras estiraba la mano y tiraba de mí para que bajara los escalones. Me tambaleé tras él con mis sandalias.

—Llevo sandalias —protesté.

Bajó la mirada y me dijo:

—Ve a ponerte ropa deportiva, te llevaré a dar la vuelta a la montaña.

-¿No puedes dejarme ir a cuenta de que te traje agua y una toalla? -dije, al borde de las lágrimas.

Me levantó de las escaleras y me empujó hacia la casa.

-Te espero abajo. Ponte ropa y calzado deportivos, mejor si son zapatos para correr.

Yo tenía eso en mi armario, a Abril le gustaba hacer deporte conmigo y mi armario estaba completamente equipado con todo tipo de ropa deportiva. También tenía una cinta para la cabeza, así podía mantener mi cabello suelto lejos del rostro y absorber el exceso de sudor de mi frente. Abril me había dicho que debía coser la palabra «pelea» en la cinta.

Me puse mi ropa deportiva y salí de casa, miré mi reloj, eran las tres y media. Roberto parecía satisfecho con lo que llevaba puesto, en especial le gustaron mis zapatos.

—Esos zapatos son buenos ya que absorben los impactos, evitarán que se te caigan los sesos, aunque no corras de forma apropiada. Por suerte, para empezar tu cerebro no es tan valioso.

—También existe un tipo de belleza en las cosas incompletas —le dije.

Estaba realmente agotada, me apoyé en un árbol, me deslicé y me senté en el césped, no iba a ir a ninguna parte, aunque me pisoteara.

-¿Siempre te rindes con tanta facilidad? -Me miró de reojo mientras me lo decía, sus ojos estaban llenos de desprecio.

—¿Qué sentido tiene perseverar en algo como esto? ¿Cuál es el punto?

Sinceramente, no podía distinguir la diferencia entre subir una montaña y subir dos. Me miró fijamente y luego se dio la vuelta.

— Solo sígueme si así lo quieres.

Empezó a caminar hacia la otra montaña, me estaba muriendo en ese lugar, pero me preocupaba que me dejara sola en la montaña. El día empezaba a clarear y me daba mucho miedo quedarme sola así que me levanté y lo seguí. Cada uno respondía frente a las conmociones de forma diferente, la respuesta de Roberto fue extraña, se estaba llevando a sus límites físicos. Si hubiese sabido que esto iba a ocurrir, no habría sido tan amable y no le hubiera llevado agua, ahora me paseaban como a un perro, me estaba matando.

Atravesamos un bosque y la tercera montaña apareció ante nosotros, estaba sudando a mares y jadeando cuando le tiré del brazo.

-Roberto, en algunas ocasiones aún es posible cambiar las cosas.

Por fin se detuvo y me miró fijamente.

-¿Qué acabas de decir?

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