-¿Por qué? -preguntó Andrés.
-Yo...
No sabía que decir ahora que me había preguntado eso de repente.
—¿Porque quieres el divorcio? ¿Por eso intentas juntarlos?
Era lógico que Andrés llegara a esa conclusión, aunque esa no había sido mi intención desde el principio.
-Isabela -dijo Andrés y empujó un sobre de piel hacia mí—. En este momento podrías conseguir el divorcio muy fácilmente si quisieras.
-¿Qué?
Me quedé muda antes de abrir el sobre y sacar varias hojas de papel. Era un documento. Una apelación para divorcio.
-Esto es...
-Es un documento para una apelación. Hay otros documentos para un divorcio. Muéstrale a Roberto esos papeles primero y abre la plática sobre el divorcio. Si no acepta, podemos presentar una apelación. Ya se sabe que es homosexual. Tenemos una buena probabilidad de ganar el caso.
Miré los dos papeles en silencio.
—Esto va a hacer que Roberto se moleste mucho.
—Sé que te necesita con desesperación para mejorar su imagen pública, pero eso no será justo para ti, Isabela -dijo Andrés y me miró profundamente-. No le temas. Recuerda que me tienes a mí.
Sus palabras parecieron darme fuerza. De repente, recordé que Roberto acababa de romper nuestro contrato marital. Las probabilidades de que tuviera éxito si mencionaba el divorcio en este momento eran increíblemente bajas.
Volví a meter los papeles al sobre.
—Esperaré a que se calme antes de hablar con él. Probablemente está furioso. No aceptará nada. Si terminamos peleando con él en el tribunal, quizás no pueda contra él y su infinito poder e influencia.
—Es buena idea. Puedes hablar con él cuando esté más tranquilo.
La cena nos llenó. Andrés sugirió que camináramos un rato, aunque su auto estaba estacionado en el restaurante. Después de pensarlo un poco, dijo:
—¿Y si volvemos en el auto primero? Podemos dar un paseo con Bombón. Te llevaré a casa después de eso.
-Eso suena genial.
Me pareció una gran ¡dea. Hace mucho que no veía a Bombón. Ya comenzaba a extrañarlo.
Andrés y yo fuimos a su departamento. Vi un rayo de luz rebotar en la puerta cuando él la abrió. Al voltearme, no vi nada. No supe qué lo había causado. No debía pasar eso en la noche. En cuanto se abrió la puerta, Bombón salió corriendo. Había pasado un tiempo desde la última vez que lo vi. Había crecido y ahora tenía el tamaño de un perro adulto. Su pelaje estaba extremadamente largo. Andrés le había hecho una trenza a los lados de la cara. Se veía adorable.
Bombón corrió hacia mí y me embistió. Andrés me atrapó a tiempo. Caí en sus brazos. Sonreí exasperada.
—¿Cómo creció tanto así de rápido?
-Esta raza es de tamaño grande. Cuando se paran en las patas traseras, los adultos son más altos que un humano.
-¿Tan grandes?
Agradecí a los dioses en silencio por haberle dado el perro a Andrés. De ninguna manera podría haberse quedado a escondidas en la casa de los Lafuente. Lo descubrirían tarde o temprano.
-Aún no llega a su tamaño, le falta crecer -dijo Andrés mientras sostenía a Bombón y le ponía la correa a su collar-. Pórtate bien. Tu mamá y yo vamos a sacarte.
Andrés se paró en seco. La luz de la luna iluminó su cabello y lo tiñó de un color plata tenue. De la nada, su rostro se veía más viejo.
Me eché a reír.
-Lo sé desde hace tiempo. Para ser honesta, tampoco está mal. Eso significa que estoy a salvo.
Hice una pausa después de decir eso. No era verdad.
Puede que Roberto fuera gay, pero eso no significaba que yo estaba completamente a salvo de él. Después de todo, saltaba a la cama cuando sus instintos bestiales se apoderaban de él. Pensar eso me puso un poco triste. No noté que Andrés se me acercó. Con sus dedos tomó un mechón de cabello que tenía en mi mejilla. De repente, sentí nervios.
Ya no éramos niños. Habíamos crecido. Antes podíamos ser tan íntimos como quisiéramos. Podíamos jugar y bromear entre nosotros. Sin embargo, ahora éramos adultos. Él era un hombre y yo una mujer. Estaba tan cerca de mí que podía oler su champú de menta. Era mi marca favorita. El aroma era ligero y discreto. Recordé que él usaba esa marca cuando éramos niños. Desde entonces, habían pasado tantos años y aún seguía usándola.
Andrés no fumaba. Sus uñas no estaban amarillentas. Olían a jabón para platos con aroma a limón. Su palma estaba junto a mi mejilla. Estaba tan cerca que podía sentir los vellos del dorso de su mano en mi rostro. Quería moverme, pero puso sus manos en mis mejillas.
Los árboles proyectaban una sombra veteada en su rostro. Sus ojos eran como un laberinto. Yo estaba perdida ahí dentro, igual como él se perdía cuando nos escondíamos. Sentí que me faltaba el aliento. Mi corazón se aceleró. Me sentí vagamente avergonzada.
No supe por qué.
—Adonis -dije con voz trémula. No pude controlarme mientras intentaba voltearme—. Yo...
-Cuando tenía dieciocho, tuve un sueño -murmuró con los ojos entrecerrados, como si estuviera hablando consigo mismo—. Quería pasar el resto de mi vida con una chica. Le gusta usar faldas azules, faldas del color del mar y del cielo...
Hablaba como si recitara poesía. Cualquier otro hombre habría sonado nauseabundo y cursi en exceso. Pero cuando esas palabras salían de los labios de Andrés, sonaban como una canción: hermosas y encantadoras.
Yo sabía que hablaba de mí. Escondí la mirada detrás de mi cabello y le eché un vistazo furtivo. Hace unos meses, le habría dicho lo mismo. Le habría dicho que desde que tenía quince soñaba con casarme con Andrés Gallardo, tener hijos y hacer tantas cosas con él. Soñaba con pasar el resto de mi vida a su lado. Pero, ¿ahora? No lo sabía.
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