Un extraño en mi cama romance Capítulo 147

Lo miré en silencio y después dije:

-No confíes en lo que dice el internet.

-Isabela, ahora entiendo por qué mi hermano no viene con frecuencia a tu cuarto. Sé por qué te ignora aunque eres tan bonita. Es porque es gay.

-Deja de decir esa palabra. Tu hermano está en el cuarto de al lado.

-No puedo respetarlo -espetó Emanuel-. ¿Por qué se casó contigo si es gay? Ser la tapadera es una vida terrible.

Yo estaba exasperada.

-Esto sólo fue una mala broma que le hice.

Estaba a punto de repetir lo que le había dicho a abue y a mis suegros cuando él me interrumpió.

-Escuché todo cuando estaba acá arriba. Sé lo inventaste para ayudarlo. Nadie te cree.

¿Nadie? Pero si fui tan honesta.

—Todo es verdad —dije mientras le tomaba las manos—. Todo. Las mancuernillas eran un regalo que le quise dar a mi papá.

Él me tomó las manos mientras sus ojos brillaban en señal de empatia.

—Isabela, no hay necesidad de inventar excusas por mi hermano para salvar su reputación. Es un poco afeminado. Me di cuenta hace mucho tiempo.

Me eché a reír.

-¿Crees que tu hermano es afeminado? ¿Cómo? ¿En dónde? Ni siquiera puedes ganarle en el básquet.

-Isabela, te apoyo con el divorcio -dijo y me volvió a dar la caja de galletas-. Aún tengo mucho dinero en mi cuenta bancaria. También tengo acciones de Empresas

Lafuente. Te prestaré el dinero que necesites.

No sabía si reír o llorar.

-¿Por qué necesito tu dinero? Yo tengo el mío. Emanuel, ¿puedes dejar de causarme problemas?

-La idea de que te traten tan injustamente me hace enojar. ¿Crees que mis padres te creyeron? Sólo se mienten a sí mismos. Quieren que le des un hijo a mi hermano. Eso va a satisfacer sus deseos de seguir la línea perpetuar el apellido. No les importa si mi hermano te ama.

-Estás loco -le dije mientras le daba un golpecito en la cabeza-. ¿Cómo puedes hablar así de tus padres?

—¿Me equivoco? —preguntó mientras estiraba el cuello y me miraba-. ¿Qué de lo que dije está mal?

No tenía caso intentar razonar con él. Por fortuna, en ese momento recibí una llamada. Contesté. Esperaba una llamada de él y mi presentimiento fue acertado.

-Hola, Andrés -respondí.

—¿Dónde estás, Isabela?

—En la casa de los Lafuente.

-Ya veo. ¿Es conveniente que salgas? Hay que cenar juntos.

—Claro. ¿Le aviso a Abril que nos vea?

-Mejor no, es demasiado ruidosa. Sólo quiero comer en paz contigo.

Andrés debió haber visto el video también. Era una noticia muy grande. Definitivamente se enteró.

—Voy a salir. Me voy a bañar y a vestirme. Vuelve a tu cuarto -le pedí a Emanuel.

—No hablemos de eso. No somos un matrimonio típico.

-Cuando volví a casa y escuché que te habías casado, no estaba seguro de lo que sentía. Mi cabeza era un desastre. Me sentí enojado. Sabía que te habías casado con él porque así lo quería tu familia, pero no entendía por qué él quiso casarse contigo. Ahora lo entiendo. -Andrés me miró con la misma expresión de empatia de Emanuel-. Nunca he discriminado a nadie por su orientación sexual, pero no estoy de acuerdo con los hombres que se casan con una mujer sólo para cumplir las expectativas de su familia o perpetuar el apellido. Desprecio a los hombres que buscan tapaderas y les arruinan la vida.

Limpié los cubiertos, las tazas y los platos con un poco de té. No podía esperarse mucho de modesto un restaurante familiar. Pedimos el clásico plato de patas de cerdo y pescado, papas ralladas con salsa agria y picante y puré de tomate helado. El dueño nos preguntó si queríamos el platillo con picante. Cuando éramos niños, comíamos sin picante. Le pregunté a Andrés si podía tolerarlo y él dijo que sí, entonces le dije al dueño que lo preparara muy picoso.

Los principales ingredientes del platillo eran tendones de cerdo y anchoas. Los tendones se cocían hasta estar suaves y tiernos. El pescado estaba fresco y se derretía en la boca. Los chiles dejaban una sensación de entumecimiento agudo. También llevaba tallos de acelga y lechuga frescos y crujientes.

-Aún sabe como antes -le dije a Andrés-. Realmente algunas cosas no cambian.

Comí arroz también. Cuando me había enchilado demasiado, tuve que darle un trago a mi leche con chocolate. Era un alivio efectivo para mi boca. Después de la deliciosa comida, me limpié la cara con una toalla caliente que el restaurant daba. Era una tradición en el negocio familiar. Remojaban toallas en agua caliente y las dejaban reposar. Cuando hacía calor, las metían en agua helada. Después de sudar tanto a causa de la comida, la sensación de una toalla fría en el rostro era celestial.

Andrés no dejaba de mirarme.

—Apuesto que ninguna chica se limpia la cara tan fuerte como tú.

—Les preocupa que se les arruine el maquillaje —dije, antes de recordar que me había puesto un maquillaje ligero que ya no estaba— .¿Me veo horrenda?

Pregunté eso mientras me tocaba el rostro.

—¿Tú qué crees? No tienes nada de seguridad. Ni siquiera sobre tu belleza.

—Me reconforta el hecho de que tú creas que soy bella.

Andrés me miró y soltó una carcajada. Suspiré de alivio.

Había estado muy serio todo el tiempo. Parecía acongojado. Sabía que se preocupaba por mí. Creía que me habían engañado para casarme con Roberto, pero a mí no me importaba en realidad. Le sonreí y dije:

-¿Me creerías si dijera que las mancuernillas fueron un regalo que le di a Santiago de parte de Roberto? ¿Que lo hice porque quiero que estén juntos?

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