-Esto no es más que una historia que los paparazzi se inventaron. No pasó nada —dije en voz débil.
Sólo habíamos sacado a pasear al perro. No fue más que una comida con Andrés. No tenía nada que ocultar.
Aunque Andrés sí me había confesado su amor. Eso sí sucedió. Por eso no me atrevía a ver a Roberto a los ojos. La manera en que los paparazzi le habían dado vuelta a la historia y le echaron leña al fuego fue lo que empeoró las cosas. Después de todo, era parte de su trabajo.
-Si tú y el abogado sólo estaban paseando al perro, ¿por qué acabaron abrazados?
-Porque... porque... —Me humedecí los labios y mi voz se fue apagando.
-¿Te dijo que te amaba?
Lo miré con temor y de inmediato bajé la mirada antes de poder ver bien su rostro.
-¿Has pensado por qué se aparecieron los paparazzi en primer lugar? ¿Por qué decidieron tomar esas fotos? ¿Cómo sabían que estabas paseando con tu abogado? ¿Por qué decidió confesarte sus sentimientos en ese momento?
Levanté la vista sorprendida y miré a Roberto. Había un mensaje oculto entre sus palabras. Yo seguía intentando entender qué quería decirme cuando él me dio la respuesta.
-El abogado les dijo que fueran.
-Eso es imposible —repliqué de inmediato para rechazar su suposición-. Andrés jamás haría eso.
-No estés tan segura.
-¿Cuál sería el motivo?
-Obtener publicidad y a ti al mismo tiempo.
-No es estrella de cine. ¿Para qué necesitaría la publicidad?
-Los abogados también necesitan que sus nombres sean conocidos. Si no, ¿cómo conseguirían clientes?
-Tiene muchos clientes.
—Claro. Lo que gana con diez casos ni siquiera puede compararse con lo que gana el señor Serrano, su mentor, con un solo caso. ¿Crees que está feliz con trabajar como perro por el resto de su vida?
-Te equivocas. Andrés no es el hombre que tú crees.
—¿Qué tan bien lo conoces?
-Crecimos juntos.
—¡Ja! -se rio Roberto.
Estaba recargado en una pared del elevador mientras comenzaba a aflojarse la corbata con la mano. No supe qué estaba tramando, así que retrocedí un paso. Me hizo una mueca con desdén.
—¿Qué edad tenía en ese entonces? ¿Era adolescente?
¿No sabes que el lado oscuro de una persona sólo empieza a mostrarse conforme crece? Sólo eran unos niños. ¿De verdad entiendes a Andrés como persona?
—No ensucies su buen nombre.
Las puertas del elevador se abrieron. Él salió con paso ligero.
-Usa el cerebro y piénsalo bien. Hace mucho que no se veían, él no había dicho nada y, sin embargo, te confesó sus sentimientos en un momento tan delicado.
-Roberto -dije.
Estaba molesta porque no tenía ningún argumento convincente para contraatacar.
-Crees que tu querido Adonis es un amante fiel que no te ha olvidado a pesar de los años, ¿verdad? -dijo Roberto. De repente, se paró en seco. Casi choqué con su espalda. Su brillante sonrisa me provocó un escalofrío-, ¿Sabes a cuántas chicas persiguió mientras estaba estudiando en Estados Unidos? ¿Sabes cuántas novias tuvo al mismo tiempo? Se pasaba una noche en casa de Mary y la siguiente en casa de Lily. Se divirtió al máximo.
-Eso no puede ser —dije.
No me creía ni una palabra. Puede que creyera que hablaba sobre sí mismo, pero esto se trataba de Andrés.
No le creía en lo absoluto.
—Mujer ingenua —dijo con desprecio.
-Te lo advierto. Más vale que parezca que te gusta.
-Se siente demasiado actuado. Estamos casados. ¿De verdad estaríamos tan desesperados por hacerlo en un spa? ¿No habríamos esperado a estar en casa?
-¿Quién nos verá si estamos en casa? -dijo antes de apretarme en su abrazo.
Su barba incipiente me raspaba la piel como miles de agujas. Una pregunta apareció de repente en mi cabeza.
-Estás desbordado de testosterona. ¿Por qué todavía te gustan los hombres?
Él había estado concentrado en besarme hasta que escuchó la pregunta. Lo hizo detenerse. Me miró y preguntó:
—¿Por fin te dejó confundida esa loca idea tuya?
Sólo estaba intentando entender. No estaba obsesionada con su orientación sexual. De cuando en cuando, pasaba gente a nuestro lado en el pasillo. Yo me retorcía inquietamente en sus brazos.
-Ya es suficiente. Ya nos vieron.
Por fin me soltó. Me dio un besito en los labios antes de decir:
-Entra. Te veo al rato.
Por fin libre del abrazo demoniaco del diablo, me apresuré a la habitación y comencé el tratamiento para la piel. Las cosmetólogas debieron haberlo visto todo. Me miraban con una expresión extraña. Definitivamente no era envidia. Eso habría pasado si nos hubieran visto a Roberto y a mí tan íntimos en el pasado, pero ahora no tenían cara de envidia. Sabían que yo sólo era una herramienta que Roberto usaba para su figura pública.
En sus ojos se percibían muchas emociones. Pude verlas todas reflejadas: lástima, desdén, interés. Siempre había sido capaz de discernir los sentimientos que otros intentaban ocultar detrás de sus máscaras aparentemente amigables. Podía ver a través de todos, excepto de Roberto.
Me recosté. Comenzaron el tratamiento: me picaban la piel con máquinas frías de metal. No me gustaban los tratamientos para la piel. Yo era de la ¡dea de que una buena figura es algo con lo que se nace. O la tenías o no la tenías. No valía la pena invertir tanto en esto. Anoche me había ido a dormir tarde. Recostada ahí, comencé a sentir sueño. Poco a poco, empecé a quedarme dormida. En mi somnolencia, podía sentir que alguien me masajeaba el rosto. Las manos del masajista parecían ser grandes y huesudas. No eran muy suaves con mi cara. A causa de esto, me desperté. Abrí los ojos y me sorprendí al darme cuenta de que el masajista era Roberto.
Estaba recostada, así que podía ver su rostro al revés. Sus cejas afiladas estaban volteadas y parecían estar en la parte baja de su cara. Parecían las puntas de un delgado bigote. Se veía ridículo.
Sin embargo, no estaba de humor para reírme. Me incorporé abruptamente y me golpeé la cabeza con su barbilla. Él lanzó un quejido y se tomó la barbilla con la mano.
—¡Isabela!
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