Un extraño en mi cama romance Capítulo 152

—¿Qué haces aquí?

-No es un sauna exclusivo para mujeres. ¿Por qué no puedo estar aquí? -dijo Roberto.

Nunca respondía mis preguntas directamente. Siempre tenía que responder con otra pregunta.

—¿Dónde está la cosmetóloga? -pregunté mientras echaba un vistazo a la habitación. Sólo estábamos nosotros dos.

-Te está mirando.

—¿Ahora qué estás tramando? Mucha gente nos vio besarnos afuera del baño. ¿Qué más quieres?

-Eso debió haber sido suficiente, pero después de lo que hiciste anoche, no lo es.

Fue al lavabo y se lavó las manos. Miré su espalda con temor.

—No intentes nada raro.

-Hay cámaras -dijo mientras apuntaba al techo con el dedo—. No pienso hacer una transmisión en vivo de algo obsceno, pero aún podríamos divertirnos un poco.

-¿Qué estás tramando? -pregunté mientras me alejaba lentamente.

-Relájate. Acuéstate -dijo mientras volvía al banquillo que estaba junto a la cama—. Aún tienes que ponerte la mascarilla antes de terminar el tratamiento.

Miré la cámara. Genial. Las cámaras me protegerían. No me haría nada demasiado exagerado. Con temor, me recosté. Roberto abrió el empaque de la mascarilla y me la puso sobre la cara. Fue cuidadoso y me la puso del lado correcto. Eso me dio gran consuelo.

-Di algo -me dijo mientras me acomodaba la mascarilla.

-¿Eh?

-Hay cámaras en el cuarto. Puede que no graben la conversación pero sí verán que no estamos hablando. ¿No sería extraño que dos personas que están en el mismo cuarto no hablen?

Desde mi perspectiva, la situación ya era extraña. De cualquier forma, él sólo estaba buscando algo de que hablar, ¿no? Podía intentarlo, así que le dije:

—¿También te pones mascarillas a menudo?

-¿No tienes nada más de qué hablar?

—Sólo es una conversación normal, ¿no? Da lo mismo.

-No acostumbro esto -dijo sin rodeos, como un hombre muy heterosexual.

-Entonces, ¿tienes alguna rutina de cuidado para la piel?

-¿La loción hidratante cuenta como cuidado de la piel?

- No -le respondí. Miré hacia arriba y observé su rostro-. Entonces, tienes piel bonita naturalmente. La mayoría de los hombres tienen poros muy abiertos. Tú no.

-Puedes tocarla —sugirió—. Nos veremos más íntimos para las cámaras.

De hecho, sí quería tocarle el rostro, así que alargué la mano y lo toqué. Su piel era suave y tersa. No tenía ni una imperfección. Se sentía sedosa y lisa.

-Sí, está muy suave —concluí.

De repente, me agarró la mano. El movimiento súbito me hizo temblar de miedo. Sus manos tenían residuos de la esencia de la mascarilla. Sólo estaba intentando untármela en las manos. Me había asustado por nada. Creí que iba a hacer algo inapropiado.

Sus manos frotaban con suavidad la esencia en las mías. Se veía amable e inofensivo mientras me miraba. Sus ojos se ocultaban detrás de sus largas pestañas. Disimulaban su dura y feroz mirada. Parecía una persona completamente diferente.

Sin duda, Roberto era un hombre muy apuesto. Se enfocaba en todo lo que hacía, como si todo fuera extremadamente importante. Su cabello se movió un poco. Era como ver una imagen silenciosa y animada a la vez. Se dio cuenta de que lo miraba y levantó la vista.

-¿Tengo algo en la cara?

-No. Sólo estaba mirándote.

—¿Por qué?

-Aún no termino tu retrato. Tengo que estudiar tu rostro con atención para afinar los detalles.

-Bueno, continúa, -dijo con una generosidad inesperada e inusual.

Después de que me untó la esencia en las manos, levantó la mirada y me vio a los ojos. Sin importar cuán tranquilo se viera, sostenerle la mirada era casi una prueba.

-Hablemos -dije mientras desviaba los ojos.

-De acuerdo -aceptó-. Te preguntaré algo. ¿Qué pensaste la primera vez que nos encontraste a Santiago y a mí?

-Eh.

No esperaba que se interesara por mis pensamientos. Decidí decirle.

—Muy adentro, sólo tienes miedo -dije de repente.

No tengo ¡dea de dónde saqué el valor para decir cosas que nunca me había atrevido a decir. No obstante, parece que eso despertó su interés. Puso la frente en alto y me preguntó:

-¿A qué te refieres?

-Que le temes a muchas cosas, como estar solo y que las cosas se te escapen de las manos. Tienes un trauma de la infancia.

-¿Trauma?

Me miró. Estaba demasiado confiada y dejé que esas palabras se me salieran sin darme cuenta. No podía delatar a Emanuel. Me froté la nariz.

-Le temes a los animales pequeños y a los peluches. Supongo que esos miedos son resultado de un trauma de la infancia.

—Ves demasiadas telenovelas —dijo en tono casual.

Esperaba que lo negara todo, así que me encogí de hombros para indicar que había terminado de hablar.

—¿Quieres que te diga qué pienso de ti?

-Apuesto que nada bueno.

-Así que te conoces bien -dijo con una sonrisa-, ¿Quieres saberlo?

-Puede que tenga muchos desperfectos, pero mi mayor fortaleza es mi mente. Puedo tolerar lo que sea que vayas a decir —afirmé.

Laura y mi madrastra me habían fastidiado desde que tenía dieciséis. No había nada desagradable que no hubiera escuchado antes.

—Te equivocas —dijo. Puso las manos en las rodillas y entrecerró los ojos—. Eso no es fortaleza mental. Es cobardía. La resistencia de una cobarde. Aceptas todo lo que la gente te pone. Eres como un bote de basura. No sabes defenderte ni rechazar a otros, por eso la gente te arroja toda su basura.

Está bien. Lo admití. Él tenía razón. No obstante, eso no significaba que no me defendiera.

—Mi mamá enfermó cuando yo era muy joven. Ella se preocupaba por mi futuro, temía que yo fuera a causarle problemas a mi papá cuando me llevara con su familia.

Por eso me dijo que tenía que protegerme con una armadura. No importaba lo que mi madrastra y Laura me hicieran, tenía que mantenerlas a raya. No me quedé callada porque creyera que lo que me hacían era justo, ni soporté lo que me hicieran porque fuera una cobarde. Sabía lo que le pasaría a Laura si le contaba a mi papá cada vez que ella tiraba las plumas que él me regalaba y cada vez que hacía garabatos en mi tarea. Mi papá la regañaría y no le daría mesada los siguientes tres meses. La obligaría a limpiar el montículo artificial que había en nuestra finca como castigo.

-Entonces, ¿por qué no le dijiste a tu papá? Ella hubiera temido volver a hacerlo después de que la castigaran.

—Me habría odiado más. Puede que yo no le cayera bien porque no exponía su mal comportamiento, pero al menos mi papá creía que yo estaba bien.

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