Probablemente Roberto no podía entender lo que decía.
-Te mientes a ti misma y a todos los demás —dijo con una ceja arqueada.
—No es verdad. Mi papá me llevó a la residencia Ferreiro para que pudiera tener una vida mejor. Se hubiera entristecido si se enteraba de que era miserable. Además, lo que Laura y mi madrastra hacían no era gran cosa. Podía soportarlo.
-Van a seguir pisoteándote si se lo permites.
—Que lo hagan. Mi madrastra nunca recibió amor de mi papá y Laura nunca tuvo atención en la familia. Todo el que molesta a otra persona tiene una vida infeliz —le sonreí y continué—: Sólo quien es lo suficientemente fuerte sabe soportar el sufrimiento.
-No busques excusas para tu debilidad.
Suspiré. Era cierto que tenía talento para soportar la adversidad. Puede que nunca aprendiera a defenderme. Él tenía razón. Fingía ser una persona indulgente y buena, pero sabía bien que quien sufría al final era yo.
No quería seguir hablando sobre esto con Roberto. Él también pareció perder el interés.
Era hora de que me quitara la mascarilla. Me quedé recostada mientras él me ayudaba a quitarla, limpiarme la cara y poner las últimas capas de productos para la piel. Me sorprendió lo bien que conocía la rutina usual. Comenzó con el tónico facial, luego el serum y al final la esencia. Hizo cada paso correctamente.
-¿No dijiste que no tienes rutina para la piel? -le pregunté con sospecha.
—He visto cómo las hacen.
-¿Santiago o Silvia?
Su mano se detuvo mientras me aplicaba la esencia en el rostro. Se echó a reír.
-¿Crees que mi vida gira alrededor de ellos dos?
No había manera de saber si había otros.
Podía sentir la firmeza juvenil de mi piel después de que me puso los productos. Mis mejillas estaban tan hidratadas que se sentía hinchadas. Me incorporé y me crucé de piernas. La misión había sido un éxito. Roberto y yo habíamos logrado tener una inusual y cordial conversación. La maquinista llegó para arreglarme. Roberto se levantó del asiento y fue hacia la puerta.
-Tiene un rostro lindo -dijo-. Con un maquillaje ligero bastará.
¿Acaso había escuchado bien? Roberto me había elogiado. Cuando terminaron de maquillarme, fui a escoger un vestido. La secretaria sexi de Roberto llegó con algunos vestidos de corte cerrado. Escogí uno blanco con diseño floral de color oscuro. Me quedaba perfecto. Pude darme cuenta de que la mirada de Roberto indicaba que también le complacía mi elección. En secreto le pregunté a su secretaria por qué él le había pedido que llevara esos vestidos.
-Santiago pidió un descanso -susurró ella.
Me sentí muy mal por los problemas en que había metido a Santiago. Quise encontrar una oportunidad para hablar con él esa tarde y disculparme. Tenía la sensación de que había arruinado los planes para su futuro. Melisa había terminado con él, el secreto que tanto trató de mantener oculto había salido al público.
Decidimos almorzar comida típica. El restaurante tenía una atmósfera increíble. Había dos personas escenificando una pieza clásica de teatro musical. La pieza era un diálogo tradicional, el papel de cada actor estaba predeterminado y nunca cambiaba. Uno era un hombre de mediana edad con anteojos que tocaba una especie de violín y la otra era una mujer de treinta y tantos con cabello rizado y corto, que tocaba otro instrumento de cuerdas como una guitarra.
El director del Grupo Solidaridad y su esposa llegaron poco después de nosotros. Los había visto antes en televisión. El director era canoso. Su esposa tenía cincuenta y tantos. Llevaba un vestido similar al mío. Era blanco y tenía los dobladillos en azul rey. Llevaba un collar de perlas. Se veía muy elegante y con clase.
La mujer nos saludó en un español poco fluido. Comencé a hablar con ella en inglés. Roberto me miró sorprendido. Probablemente no esperaba que supiera inglés. Yo tenía un talento para los idiomas desde niña. Cuando estuve en la casa de los Ferreiro, me quedaba en mi cuarto todo el día. No había nada que hacer más que la tarea y hojear libros. No quería quedarme encerrada en casa todo el tiempo, así que hice que mi padre me inscribiera en varias clases. Una de esas fue de inglés. Al principio, no quería aprender el idioma. Mi patriotismo hacía que se me quitaran las ganas de visitar el país e interactuar con las personas. Sin embargo, las clases empezaban a las ocho de la noche y terminaban a las diez. Cuando volvía, todos estaban dormidos. Era perfecto. Por eso asistí a las clases.
La esposa del director pareció alegrarse de saber que yo hablaba inglés. Comenzó a platicar alegremente conmigo. Dijo que pocas personas que conoció aquí sabían inglés. Por eso no podía comunicarse. Apenas había hablado con unas cuantas.
La mujer y su esposo no mencionaron nada sobre lo ocurrido el día anterior. Fingieron que no había pasado nada. No dejaron de elogiarnos generosamente. Nos decían que parecíamos la pareja perfecta.
-La señora Lafuente es muy hermosa -dijo la dama-. Una belleza excepcional con extraordinaria elegancia.
¿Quién hubiera pensado que le darían el regalo equivocado a su esposa? El director soltó una carcajada.
-Entonces esto fue un jueguito entre casados. Fue bastante incómodo cuando sucedió pero ayudaremos a aclarar el asunto. No es gran cosa.
Seguí sonriendo aunque mis manos estaban empapadas de sudor, al igual que mis pies. Había hecho mi mejor esfuerzo y usé todo lo que tenía para amplificar los efectos de esta jugada publicitaria. Rogué que Roberto me dejara en paz. Había intentado todo para arreglar las cosas.
Me disculpé y fui al baño. Roberto se ofreció a acompañarme. Me tomó del brazo y me guió por el largo pasillo. La voz brillante de la actriz llegaba desde el escenario al cantar:
«Escrito va mi nombre con tu nombre,
De la desgracia en el funesto libro.
Tumba triunfal te proporciono. ¿Tumba?
¡Ah, no; mansión de luz, pobre mancebo!
Aquí yace Julieta, y su belleza
Adorna el panteón y lo ilumina».
—¿Por qué tienes el brazo tan sudado? —preguntó él de repente.
—Estoy nerviosa.
-No es un banquete presidencial. ¿Por qué estás nerviosa?
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