Me quedé conmocionada cuando Roberto cayó por el balcón antes de poder agarrarlo. No había nada más que pudiera hacer en ese momento, así que grité. Era el cuarto piso. No era Superman. ¿Iba a encontrar una calcomanía allá abajo?
Mis oídos sonaron con mis gritos penetrantes. Luego se presentó otra voz.
—Gritas muy fuerte.
Esa era la voz de Roberto. Aún podía hablar. ¿Eso significaba que sobrevivió a la caída? Tal vez había explotado en una nube de polvo y lo único que quedaba de él era su boca, al igual que en las caricaturas.
Me agarré fuerte de la barandilla y miré hacia abajo con miedo. Entonces, vi a Roberto colgando de un árbol, con los brazos bien envueltos alrededor de una rama.
—¿Qué estás haciendo allí? —pregunté.
—Adivina —respondió.
-¿Por qué saltaste? -le pregunté de nuevo.
—¿Qué hay de ti? ¿Por qué estabas pensando en saltar? — me preguntó.
—No iba a hacerlo. Quería trepar sobre la barandilla y averiguar cómo se sienten las hojas.
Parecía como si fuera a escupir todas las vulgaridades de su vocabulario. Al final, no lo hizo.
—Quieres saber cómo se sienten las hojas.
-Sí -le dije con seriedad y asentí-. Quería averiguar cómo era la textura de la hoja.
—¿Estás loca?
Pensé con seriedad a su pregunta.
—No lo creo.
-¡Isabela! -dijo. Sonaba muy molesto-. ¿Te has vuelto loca? ¿Por qué te interesas por las hojas de repente? Podrías haber ido al jardín abajo. ¡Hay miles de hojas para que juegues!
—¿Estabas tratando de evitar que saltara? -pregunté cuando mi mente juntó el rompecabezas. Debe haber sido por eso que se había precipitado en pánico. De seguro no había podido detenerse a tiempo. Las barandillas del balcón no habían sido útiles para detener su peso debido a su altura. Por eso cayó.
-Te equivocas —dijo mientras apretaba los dientes—. Quería ayudarte. Darte un empujón.
—Iré por ayuda —dije de inmediato.
-No.
-¿Qué? ¿Por qué no? -pregunté. ¿Le gustaba colgarse de un árbol? Estaba a tres pisos de altura. Era una altura bastante considerable. Podía bajar lento, pero su chamarra se atoró en las ramas. No podía liberarse. No podía liberarse de su chamarra tampoco con sus manos alrededor de una rama.
-¡Dije que no! -gritó.
¿Estaba avergonzado de su situación? ¿No estaba dispuesto a dejar que otras personas lo vieran en su predicamento? El orgullo de Roberto debe estar fuera de este mundo. Prefiere tratar de salvar su orgullo que pedir ayuda en una emergencia.
-Entonces, ¿qué hago?
-¡Vuelve al balcón! -dijo a través entre dientes.
—¿Te preocupas por que me caiga del balcón?
-¡Me preocupa que puedas chocar contra mí si te caes!
Hice lo que me dijo y subí por encima de los rieles. Me agarré fuerte y lo miré.
-¿Qué vas a hacer ahora?
—Déjame encontrar un palo.
-¡No caí en un lago! —dijo mientras abrazaba el árbol con fuerza. Parecía el koala más intimidante que jamás haya caminado por esta tierra.
—Ve al cobertizo en el jardín y encuentra unas tijeras para podar. Hay unas que son muy largas y extensibles. Trae eso aquí y corta la rama de la que estoy colgando.
Esa era una buena idea. Bajé corriendo y me congelé de repente. ¿Por qué necesitaríamos tijeras? Podría llegar al tercer piso. La habitación justo debajo de la mía era una habitación de huéspedes. Estaba desocupada.
Corrí hacia la habitación y me dirigí al balcón. ¡Ja! Estaba a centímetros de Roberto.
Se congeló por un momento cuando me vio aparecer en el tercer piso. Le sonreí.
-No necesitamos tijeras. Toma mi mano. Te jalaré.
-No tienes idea de cuánto peso —dijo y mostró los dientes—. Te arrastraré directo al suelo.
—Las tijeras son filosas. Te podrían causar lesiones si no tenemos cuidado -le dije. Estaba a punto de trepar por los rieles cuando me gritó.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—Voy a buscar al doctor —tartamudeé y traté de levantarme. Esta vez no me detuvo. En cambio, preguntó.
-¿Qué excusa les vas a decir?
No podía creer que todavía estuviera preocupado por su orgullo en un momento como este. Pensé mucho antes de responderle.
-Les diré que te caíste mientras tratabas de arrancar una flor para mí.
Sin duda era una mejor razón que salir corriendo del balcón porque pensó que yo había estado tratando de suicidarme.
Sin embargo, no parecía satisfecho con mi respuesta.
—¿De qué flores estás hablando? Este es un olmo.
-Semillas de olmo —le dije—. Vi semillas de olmo en el árbol. ¡Se pueden comer!
Al fin me levanté.
—Deja de buscar culpables. ¿Quién sabe qué te va a pasar si no encontramos ayuda pronto?
Al menos, yo no lo sabía. ¿Y si se rompió los huesos durante la caída? ¿Y si el hueso roto perforó uno de sus órganos? Eso sería el fin.
Ese sería mi fin también.
Corrí en busca del sirviente y me encontré con el jardinero. Empecé a divagar, antes de hacer todo lo posible para hablar lo más concisa posible:
-El maestro Roberto cayó del tercer piso.
—¿Por qué estaba el maestro Roberto en el tercer piso? — el jardinero preguntó en estado de shock.
—No, cayó del cuarto al tercero —empecé a divagar sin sentido en medio de mi pánico—. Rápido, llame a la ambulancia en este momento.
-¡Isabela! -gritó Roberto. Su voz resonó a través del enorme jardín como el aullido de un espíritu maligno.
—¿Qué? —me congelé.
-No llames a la ambulancia.
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