Un extraño en mi cama romance Capítulo 164

—¿Cuál es la cuarta opción?

-Adivina.

-¿Tienes miedo de dormir solo en un lugar desconocido? —pregunté, me pareció una verdadera posibilidad.

La carcajada que emitió fue ensordecedora.

-¿Tú qué crees?

-De acuerdo, elijo la tercera opción. Dormiré en el sillón.

Sin duda elegiría el sillón. ¿Quién dormiría en el suelo, o peor, con él?

Me acerqué a donde estaban los sillones y los inspeccioné. Todos eran de un solo asiento por lo que ninguno de ellos podía servir de cama de forma adecuada. Me volví para cuestionarlo.

-¿Cómo voy a dormir en uno de esos?

-En ese caso te quedan dos opciones -dijo y luego señaló su cama—. Es aquí o en el suelo.

Bien, entonces sería el suelo. Ya era verano y la duela estaba bien pulida, además, estábamos en el segundo piso por lo que no tenía que preocuparme que el suelo estuviese humedecido. Busqué dos mantas, una para ponerla sobre el suelo y la otra para cubrirme, estaba a punto de acostarme cuando vi que Roberto apoyaba su mejilla en el codo de la cama y fijaba su mirada en mí.

-¿No vas a tomar un baño?

Es verdad. Ese hombre me había vuelto tan loca que me había olvidado por completo de tomar un baño. Me dirigí hacía allá, iba a cerrar la puerta cuando me di cuenta de que, al salir de la residencia Lafuente, no había traído ninguna pijama. Con las prisas sólo había metido en la maleta unos cuantos conjuntos de ropa para salir a la calle y estar en casa, pero ninguno era una pijama. Cuando abrí el armario de Roberto había visto que tenía muchas pijamas, eran de seda y se veían muy cómodas, salí corriendo y empecé a negociar con él.

-Roberto, no empaqué mi pijama. ¿Puedo usar una tuya? La lavaré antes de devolverla.

-Adelante -dijo con bastante generosidad-. Aunque creo que no compartimos la misma talla.

Por supuesto que no, él era muy alto. Escogí un conjunto azul pálido, ni siquiera necesitaba los pantalones ya que la parte superior era lo bastante larga como para poder usarla como un vestido. Llevé la pijama al baño y luego cerré la puerta por dentro con cuidado, la voz de Roberto resonó desde el techo de forma repentina.

—No me interesa tu cuerpo desnudo.

Levanté la vista alarmada, había un altavoz instalado en la esquina del techo.

— ¿Instalaste cámaras en el baño?

-No.

Me pareció cuestionable así que me trepé por todas las paredes y busqué en todos los rincones, pero no conseguí encontrar nada. No pude despejar la preocupación que aún sentía, quería poder bañarme con la ropa puesta. Me aseguré de que los vidrios de la ducha estuvieran empañados con el vapor antes de meterme a bañar, así no habría forma de que la cámara pudiese captar nada.

Sentí un poco de pánico cuando salí de bañarme para ponerme la ropa, no podía quedarme bajo la regadera y vestirme allí, en su lugar, me envolví en una enorme toalla, luego metí la pijama debajo de ésta e intenté vestirme. Estaba nerviosa por lo que no me di cuenta del charco que estaba en el suelo y que pisé. Resbalé y caí de espaldas, fue una caída fuerte, no me golpeé la cabeza, caí al suelo, pero aterricé con toda mi espalda. Me pareció oír el sonido de mi omóplato al chocar con las baldosas. Tuve la sensación de que me había roto algo, o todo.

—¡Ay! —solté un terrible grito de intensa agonía.

La puerta del baño se abrió de inmediato y Roberto entró corriendo.

—Isabela, ¿Qué sucedió?

Vi su rostro frente a mí, no podía ver bien a causa del dolor y no podía detectar si en sus ojos había pánico, miedo o algo más.

-Me caí —dije.

En cuanto hablé, sentí un espasmo doloroso en la espalda. No podía hablar en voz alta si quería evitar sentirlo.

-¿Te golpeaste la cabeza? -preguntó mientras se arrodillaba y extendía la mano. Sus dedos tocaron mi cara con sutileza, como si temiera que le estuviese jugando una mala pasada y lo fuera a morder.

-No.

-Qué bien -dijo, con un aparente suspiro de alivio-. Ya eres una idiota, sería horrible que te golpearas la cabeza y te volvieras más tonta a causa de eso.

No podía creer que siguiera intentando ser sarcástico en un momento así. ¿Acaso no era capaz de tener una sola pizca de decencia humana? Me dolía tanto que no me atrevía a respirar. Roberto frunció el ceño.

- ¿En dónde te golpeaste?

-En la espalda, me duele.

Extendió la mano y me pinchó las costillas con suavidad.

—¿Te duele?

-Vístete.

-No puedo moverme.

¿Creía que estaba tirada sobre la cama como un sapo enorme tan solo porque yo quería?

No podía creer que me había burlado de él por parecer un sapo momentos antes.

-Te ayudaré.

—Sólo déjame en paz —le dije. Estaba al borde de las lágrimas-. Déjame morir en paz.

-Voy a llamar a un médico para que te eche un vistazo. ¿Qué tan presentable crees que te ves ahora, desnuda y recostada sobre la cama de semejante manera?

-No necesito un médico.

-Puede que te hayas dislocado la columna vertebral durante la caída. Puede que no te paralice, pero podría dejarte con la columna curvada, te quedarás encorvada

como el jorobado de Notre Dame.

Lo miré incrédula mientras trataba de imaginarme encorvada como Quasimodo, así que no tuve más remedio que dejar que Roberto me ayudara a vestirme. No podía moverme para nada, sólo podía tirarme encima de él. Me puso la ropa, por fortuna se comportó como una persona decente mientras me ayudaba a vestirme y sus ojos no se desviaron en ningún momento.

Después de vestirme, se fue a hacer una llamada telefónica. Seguí acostada en la cama, constantes oleadas de un intenso dolor me recorrían la espalda, después de un tiempo el dolor no desaparecía ni mejoraba. Roberto se sentó a mi lado cuando terminó la llamada.

—Esto es lo que pasa cuando dejas que la paranoia y la sospecha se te suban a la cabeza -dijo en tono burlón.

—Yo en tu lugar no me alegraría tanto -dije furiosa.

-¿Y eso por qué?

-No olvides que tú también estás herido, ahora mismo sólo hay dos humanos en esta casa. No puedes contar con que yo te cuide ahora que yo también estoy herida, ¿De verdad crees que ese estúpido robot tuyo va a ser capaz de cuidar de ti?

-No veo que demuestres tanto resentimiento hacia tu madrastra y hacia Laura incluso después de que te hayan intimidado en repetidas ocasiones, sin embargo, aquí estás, mostrándole a mi robot semejante resentimiento.

Eso no era asunto suyo, solo era que Baymax y yo no nos podíamos ver a la cara. De cualquier forma, no era como si ese estúpido robot tuviese una cara humana en primer lugar.

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