Un extraño en mi cama romance Capítulo 178

Baymax llegó muy pronto con el desayuno. Me di cuenta de que, otra vez, era comida china, mis fideos de arroz favoritos. Escuché a Santiago y Roberto mientras comía. El desarrollo de la isla Solar había comenzado; habían comprado cierto número de cruceros y ahora trazaban las rutas marítimas más cortas hasta la isla.

-Haz los arreglos necesarios para visitarla en los próximos días. Quiero experimentar en persona lo que se siente llegar en crucero, y quiero ver cómo estamos progresando —le dijo Roberto a Santiago.

-De acuerdo, haré los preparativos. Tengo entendido que la señorita Ferreiro expresó su interés en ir también.

-Es razonable, está a cargo del proyecto -dijo Roberto, y de pronto dio un golpecito en la punta de mi nariz con su bolígrafo-, Isabela, tú también tienes que ir.

Yo devoraba mis fideos con entusiasmo cuando mencionó mi nombre, y casi me atraganté.

-¿Por qué?

-También irá Silvia.

—Ya sé, ¿por qué debería ir? ¿Sólo porque ella irá también?

-Para evitar otro escándalo -replicó directamente.

Bien. Al parecer, Roberto no dejaría nada al azar si se trataba de su imagen pública.

-¿Cuándo partimos?

-En tres días. Tu hombro y espalda estarán mejor entonces.

Qué considerado.

-¿Qué hay de la rueda de prensa?

-La haremos luego de la visita. No hay prisa.

Probablemente era el único que pensaba eso.

Roberto bajó a desayunar luego de discutir cosas del trabajo con Santiago, y él y yo comenzamos a hablar acerca de la rueda de prensa.

—No se preocupe por eso -dijo—, lo tendré todo preparado. Pero, señorita Ferreiro, ¿se da cuenta de que hay dos posibles resultados si decide convocar una rueda de prensa para aclarar las cosas?

—Decidirán creerme, o no.

-Así es. Pero el problema vendrá después.

—¿De qué tamaño sería el problema del que estamos hablando?

—Usted y el señor Lafuente sufrirán ataques verbales de aquellos que no les crean. Debe estar consciente de lo terrorífica que puede llegar a ser la violencia virtual.

—No soy tan débil, puedo soportarlo. ¿Y qué hay de los que sí me crean?

-Los seguidores más fervientes del señor Lafuente se enfurecerán por sus palabras. Puede que estén enojados porque usted pensó que el señor Lafuente y yo éramos homosexuales y por el fiasco de los gemelos. También puede que estén enfadados por las fotografías que tomaron los paparazzi de usted y ese abogado.

—A Roberto no parece importarle, así que, ¿por qué debería importarles a ellos?

-A veces los fanáticos pueden llegar a ser irracionales.

—¿Fanáticos? ¿Roberto tiene fanáticos?

-Hoy en día todos los tienen, sin importar en qué se trabaje. Además, estamos hablando del señor Lafuente.

¿Es que los internautas no tenían otra cosa que hacer con su tiempo? ¿Eran tan pobres emocional y espiritualmente que tenían que encontrar a un falso ídolo por el cual deshacerse en adoración ciega, para llenar los vacíos de sus vidas?

Sopesé las palabras de Santiago y luego dije: —No me preocuparé tanto. Eventualmente tendré que aclarar estas cosas.

-Usted sabe que al señor Lafuente no le importan los escándalos.

-No cuando se tratan de él, pero a alguien debería importarle por el bien de Empresas Lafuente.

Santiago se quedó al lado de la cama, mirándome fijo durante un largo rato. La sensación que me provocó era distinta de la que me causaba Roberto; no me sentía incómoda o nerviosa bajo su escrutinio.

-Señorita Ferreiro -repuso por fin, tras una pausa considerable—, le recomiendo encarecidamente que no lleve a cabo la rueda de prensa.

Su consejo me pareció desconcertante.

-¿Por qué? Aclararlo todo sería mejor para ti, para Roberto y para los intereses de la empresa.

—Lo sé, pero no será beneficioso para usted. No hay necesidad de hacerla el foco de atención y dejarla que asuma la culpa, señorita Ferreiro -dijo, paciente, como tratando de hacerme entender-. El señor Lafuente puede manejar esta situación.

Escuché la voz de Abril antes de que pudiera responderme.

—Oye, perdedor, ¿a dónde crees que vas con mi teléfono?

Emanuel sonaba miserable.

—Hoy es mi chequeo médico y quiero que estés a mi lado.

-Tienes quién te ayude en la residencia Lafuente. ¿No hay nadie que pueda acompañarte?

-No sé qué se supone que le diga al doctor. ¿Qué tal si señala que me recuperé demasiado pronto y me pregunta qué estoy tomando? ¿Qué le digo? Si no le digo nada, va a pensar que es su tratamiento el que funcionó de maravilla.

Estaba en la mansión de Roberto, ¿cómo iba a ir al hospital para acompañarlo en su chequeo? El chico empezó a quejarse.

-Vamos, Isabela. Van varios días que no me ayudas con mi medicina. Ayer tuve que ponérmela yo mismo en la espalda y me esguince el codo. Me duele cuando trato de estirar el brazo.

—Te lastimaste porque eres un idiota —rezongué suavemente a pesar de lo severas que sonaron mis palabras. ¿Qué debía hacer? Traté de estirarme un poco. Mi espalda no me dolía tanto como antes, ahora podía moverme con facilidad, pero Roberto no me iba a dejar salir de la casa.

Abrí la puerta en silencio y espié el corredor. No había ni rastro de él.

-¿Qué te parece esto? Haz que Abril te lleve y me recogen. Le enviaré el domicilio en un rato -susurré.

-¿Por qué Abril? ¿No sabes manejar?

-Me suspendieron la licencia. Además, estoy lastimada. Los dos somos pacientes y necesitamos que nos cuide alguien que no esté lesionado y que esté bien física y mentalmente. Alguien como Abril.

-Yo no metería las manos al fuego por ella. Creo que está muy mal de la cabeza.

Intercambiaban comentarios sarcásticos todo el tiempo. Ya estaba acostumbrada.

—Deberías cerrar la boca si no quieres que te dé una paliza -le dije.

-Isabela, ¿qué te pasó? ¿Cómo te lastimaste?

-No es asunto tuyo.

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