—Este... -Dudé. No era amante de los dulces. Abril, por otro lado, era una apasionada de los chocolates.
—¡Estos son buenísimos!, ¿dónde los hallaste?
Se abalanzó hacia los chocolates que Roberto tenía en la mano, pero él alzó el brazo para quitarlos de su alcance. Era una imagen digna de verse; Abril medía casi un metro ochenta, y había pocas cosas que quedaban fuera de su alcance.
-Voy a arrasar con todos los chocolates del supermercado —dijo furiosamente.
-Sí quiero —le dije a Roberto—, ponlos en el carrito. No queremos que Abril se vuelva loca y empiece a vaciar los estantes.
—Es un milagro que su padre no se declarara en quiebra — confirmó mientras lanzaba el paquete de chocolates en el carrito.
Era la primera vez que hacía las compras con él, y no podía esconder su aura demoníaca a medida que se paseaba por los pasillos del supermercado. Nosotros, que lo seguíamos, parecíamos los secuaces del diablo. De pronto se detuvo junto a un exhibidor, tomó algo del estante y comenzó a examinarlo a detalle, lo cual me hizo pensar que le interesaba comprarlo.
-Esas galletas no tienen azúcar —informé solícita-. Están clasificadas como productos saludables, pero aun así están algo dulces. En mi opinión, no hay tanta diferencia entre los edulcorantes artificiales y el azúcar procesado.
Se volvió y me miró.
-Este es un producto de una de las filiales de Empresas Lafuente.
Me quedé callada. Emanuel se asomó, echó un vistazo y asintió:
-Es cierto, es uno de nuestros productos.
-Ya veo —tartamudeé. Qué vergüenza, ¿cómo iba a saber que Empresas Lafuente se había expandido al mercado de alimentos y bebidas?
-Isabela, nuestras galletas están marcadas como la alternativa más saludable; están hechas de trigo integral y salvado de trigo -retomó.
-El salvado de trigo es una moda. Puede causar dificultades respiratorias a algunas personas, los niños y ancianos se pueden asfixiar con él y además, algunos son alérgicos al trigo. No es para todos -expliqué, pero luego me di cuenta de que tal vez había dicho demasiado y desvié la mirada, sin atreverme a ver a Roberto a los ojos.
Aun así, pareció tomar a bien mis comentarios y actuó con mucha calma. Devolvió las galletas y siguió andando por el pasillo sin una pizca de emoción.
-¿Fui excesiva? -le susurré a Emanuel.
-No pasa nada, no se enfadará. Mi hermano es todo un caballero.
-¿Un caballero? -resollé escandalizada-, ¿estamos
hablando del mismo hermano o de la misma persona?
Nos dirigimos al auto una vez terminada la compra.
Roberto parecía decidido a unírsenos y Abril estaba muy molesta, aunque no se atrevió a externar su descontento.
-No estaba invitado -protestó con voz queda-, ¿Qué le da el derecho de cenar con nosotros?
-víselo tú misma -alenté. Emanuel y yo coincidimos en que la presencia de Roberto sólo haría que la situación fuera incómoda-. Es tu casa y tú decides quién entra y quién no.
Abril se frotó las manos e hizo crujir sus nudillos. Luego, observó cómo el carro de Roberto se nos adelantaba y él inclinaba la cabeza, diciendo:
—Entra, Isabela.
Y se echó para atrás de inmediato. Yo no quería entrar a su auto, pero no tenía otra opción que obedecer. Los ojos de Emanuel refulgieron con lágrimas de terror al tiempo que subía al de Abril.
-No manejes tan rápido.
Roberto tiró de mí al momento de entrar, jaló el cinturón de seguridad y me lo ajustó. Sus gestos de consideración me inquietaron de manera increíble. Todo estaría bien mientras que no preguntara por qué pasábamos el rato con Emanuel. No sabría qué contestarle si lo hiciera.
Salimos del estacionamiento. El auto de Abril nos rebasó y aceleró en la distancia. Pensé escuchar los gritos de horror y desesperación de Emanuel.
—¿No te preocupa que tu papá se vaya a enojar cuando vuelva?
-No tiré su silla, está en la bodega.
—¿Sabes lo cara que es esa silla? ¿La dejaste en la bodega, así como así?
-Esta se ve mucho mejor. Es de la serie de Aladino.
—¿Eres una niñita?
—Fueron hechas para adultos. ¿Qué los adultos no pueden revivir su infancia?
Roberto se detuvo al lado del sofá y preguntó:
-¿No tienes otros sofás?
-Hay muchos, puedes sentarte -dijo Abril, sin darse cuenta de que debía ser nuestra anfitriona. Fue su ama de llaves, la señora María, quien nos preparó el té.
-No me sentaré en un sofá así de infantil.
—Pues quédate parado. Cambié todos los muebles de mi casa por estos.
A pesar de todo, se veían interesantes. Había uno con forma de tetera, el asa era la parte trasera del sofá. Cuando te sentabas, se ondulaba y temblaba. Eran cómodos.
Abril y Roberto empezaban a discutir siempre que se hallaban en la misma habitación, así que empujé a la primera hasta la cocina y la puse a trabajar. Estaba muy airada.
~¿Por qué debería cocinarles?
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