Me escondí bajo la escalera antes de contestar.
"¿Sí?
-¿Dónde estás? ¿Desapareciste de la faz de la tierra?
—No —lo corregí—, sólo desaparecí de tu mansión.
Parecía enfadado.
-¿A dónde fuiste?
-Abril me buscaba —contesté, exponiéndola a mi conveniencia. No habría problema, era invencible.
-¿Qué quería?
—Que la acompañara al hospital.
-¿Le pidió a alguien con una lesión que la acompañe al hospital? ¿De qué se enfermó, de idiocia?
Puse los ojos en blanco. Había dicho lo mismo que
Emanuel hacía un rato.
-Roberto, sé más amable.
-Vuelve acá enseguida. Enviaré a Santiago para que te haga compañía.
-Pero iré a su casa a cenar.
-¿Por qué? ¿Está haciendo una fiesta de élite en su casa? -espetó. Era un hombre tan duro con sus palabras, que no me sorprendía que se peleara con Abril siempre que se encontraban.
-Ya estoy mejor, no me duele tanto el hombro.
—¿Y vas a andar por aquí y por allá recién recuperada? — resopló-. No olvides que debes descansar. Visitaremos la isla Solar en tres días.
—Eso haré.
Pensé que con eso terminaría la llamada, pero volvió a hablar antes de que pudiera despedirme y colgar.
-¿Por qué no me avisaste antes de irte? ¿Tengo que encadenarte para que no te escapes?
—Creí que estabas tomando una siesta.
-¿En qué momento empecé a tomar siestas por la tarde?
—No creo que nos conozcamos lo suficiente para que sea necesario avisar cada que uno de nosotros sale de la casa.
-Por lo menos deberías avisarme antes de hacerlo. ¿Si no cómo voy a saber en qué momento desapareciste? Podías haberte resbalado, caído en la bañera y ahogado.
-¿No puedes pintarme una mejor manera de morir? -le dije. Era tan cansado discutir con él... exhalé un suspiro—.
Roberto, ¿no puedes considerar esto como mi aviso?
Emanuel apareció en la escalera con los resultados de su examen en las manos.
-Hablamos después -agregué-. Voy a colgar.
—Está bien.
Corté la llamada y caminé hacia Emanuel.
-¿Volviste con la enfermera? -le pregunté, quitándole la hoja.
-No. Puedes imprimir los resultados en esa máquina.
—Ya -repliqué, leyéndolos sin dejar de caminar—. Parecen estar bien, todo parece estar normal. La medicina funcionó muy bien. Puedes dejar de tomar las pildoras, sólo sigue aplicando la pomada en tu piel.
-¿Quieres decir que entiendes lo que dice en el papel?
-Yo tuve el mismo problema de niña. Siempre que volvíamos a casa después de ir al hospital, me ponía a estudiar los resultados.
A pesar de todo, mi palabra no era suficiente. Todavía debíamos llevarle los resultados al doctor. Este sonrió y asintió con la frente.
-Se ve bien. Deberíamos promover los medicamentos que te receté.
-No, por favor —dijo Emanuel—. No fue su medicina lo que me curó.
Aun estupefacta, no pude sentir mi corazón. Emanuel estaba pasmado al ver a Roberto.
—Hermano —susurró dócilmente.
Él no pareció sorprenderse. Miró el tanque con los cangrejos.
—¿Hay una gran fiesta esta noche? ¿Servirán cangrejo?
-¿Qué gran fiesta? -me preguntó Abril. Le respondí con una débil sonrisa.
Roberto sacó uno del tanque y dijo:
-Las hembras saben mejor en primavera. Están llenas de hueva.
-Estás hablando de bebés cangrejos. ¡Qué cruel! — respondió Abril enseguida.
—¿Quieres decir que nunca has comido hueva? Me acuerdo que te encantaba el caviar. ¿No son pescaditos bebés? -contraatacó Roberto con mordaz precisión y tomó cuatro grandes cangrejos.
-Eso es demasiado -me apresuré a decir-, no nos lo acabaremos.
-Yo los voy a acompañar -anunció él, pesándolos y echándolos al carrito. Luego pasó de largo y nos dejó en la retaguardia.
-¿Qué está pasando? -susurró Abril- ¿Qué está haciendo aquí?
—¿Cómo voy a saber? —siseé, volviéndome hacia Emanuel con rapidez—, ¿nos delataste?
-¡Claro que no! -protestó él, ofendido-. Mi teléfono ha estado en mi bolsillo todo este tiempo. Ni siquiera lo toqué.
Roberto anduvo adelante de nosotros mientras Abril, Emanuel y yo lo seguimos como si fuéramos los fieles compañeros del superhéroe. Pero Abril no sería obediente durante mucho tiempo. La retuve con fiereza y le dije:
—Bájale. Sé amable si quieres comer sopa picante.
-No renunciaste a tu libertad cuando te casaste con él. ¿Por qué se entromete en todo? Esto iba a ser una cena entre amigos. Es un acosador.
Roberto se volvió sin advertencia con una bolsa de chocolates en la mano.
—¿Quieres unos, Isabela?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama