-No me duele.
—¿Entonces por qué caminas tan lento? -pregunté. Extendí la mano hacia él-: Ven. Toma mi mano. Te ayudaré.
—Sólo te preocupa que puedas caer, ¿verdad? Como hace un momento.
Bien. Que dijera lo que quisiera. Sin embargo, alargó la mano para tomar la mía y comenzamos a caminar juntos. Qué sensación tan extraña. Roberto y yo llevándonos bien mientras nos tomábamos de la mano y caminábamos descalzos por un sendero de piedras. Alrededor, todo estaba en silencio, como si todas las criaturas se hubiesen ido a dormir. La quietud me pareció extremadamente agradable.
—Isabela —dijo Roberto de la nada.
"¿Sí?
—Te estoy tomando la mano con esta mano...
-Sí -le dije. No tenía idea de a dónde iba con eso.
-Y llevo mis zapatos en la otra...
Lo sabía. Nadie bueno salía de su boca. Volteé a verlo.
-Yo también. ¿Qué esperas sacar de esto?
Esperaba que se molestara, pero en vez de eso sonrió. Luego, se rio. Su risa hizo eco en la noche silenciosa. Era música para mis oídos. Me provocó escalofríos. Lo miré confundida. Una sensación extraña comenzó a esparcirse en mi pecho. Se retorcía y no cesaba sin importar cuánto intentara suprimirla. No entendía qué era.
Lo miré pasmada. De alguna forma, se había acercado. Me puso en la mejilla la mano con la que cargaba sus zapatos. Luego, se acercó y me besó. La luna brillaba en el cielo. Los árboles proyectaban su sombra en el suelo. El aire tenía el perfume de las flores. Roberto, el hombre más hermoso de la ciudad, me besaba.
Los enormes árboles se levantaban hacia la noche oscura. Parecían surreales y hermosos, como las nubes en el cielo. Me cubrían el semblante de la luz. Mis ojos parpadearon hasta cerrarse. Roberto era una visión clara en mi mente. Me esforcé por volver a abrir los ojos. Los suyos estaban cerrados. Bajo el resplandor tenue de las luces, vi que sus pestañas temblaban. Hicieron que mi corazón se estremeciera y comenzara a latir fuerte y frenéticamente.
Una sensación de belleza perduraba en el momento, en esta noche. Volví de este sueño surreal a la realidad cuando el acetato de las agujetas de sus zapatos comenzaron a picarme la cara. Retrocedí abruptamente. Él perdió el equilibrio y cayó sobre su trasero sobre el sendero de piedras. Era la mitad del verano. Los pantalones que llevaba eran muy delgados. Soltó un aullido de dolor. Lo levanté apresurada y me disculpé:
—No debiste haberme tocado la cara con la mano que tenía tus zapatos. Las agujetas me estaban picando. Me dolió.
—Creí que ibas a preguntar por qué te había besado.
-Eso también. ¿Por qué me besaste?
Se me había olvidado. Por suerte, él lo mencionó.
-¿Quién sabe? -Parecía más incrédulo que yo-. Quizás la luna se veía especialmente bonita y tú te veías más linda bajo su resplandor.
De haber sabido que iba a portarse tan hiriente, lo habría dejado en el suelo.
-¿Me besaste porque creiste que era linda?
-¡Eso muestra que no soy gay!
-Entonces tengo una pregunta para ti —dije; tenía muchas preguntas para él.
-¿De dónde salió esa repentina curiosidad? -preguntó con desdén. No obstante, su mano se quedó firmemente cerca de la mía mientras yo seguía caminando hacia la casa.
—¿Por qué te exaltaste tanto cuando te enteraste de que Santiago iba a casarse? Bebiste muchísimo ese día.
Cuando volviste, te saliste de nuevo a correr en la montaña. Nos pasamos la noche entera en la caminata. Casi me morí del cansancio.
-¿Cuándo pasó eso?
—Fue una noche horrible. No me digas que lo olvidaste.
Lo pensó detenidamente.
—¿Por qué el hecho de que yo bebiera tendría que ver algo con Santiago? Sólo es mi asistente personal. ¿Cómo afectaría su matrimonio a mi humor?
—Al teléfono lo estabas disuadiendo de seguir adelante con el matrimonio.
—Claro que lo haría. Él no amaba a su prometida. ¿Por qué debería casarse con ella? Un matrimonio sin amor sería una tortura para ambos.
Lo miré sin parpadear. Estaba intentando decirle que se viera bien a sí mismo antes de repartir consejos a otras personas. Se quedó inmóvil un momento antes de replicar.
-Somos el ejemplo perfecto de eso, ¿no?
-Creí que estabas afligido porque Santiago iba a casarse.
Me levanté y me aseé. Luego, llamé a Baymax. Se tomó su tiempo para responder.
-¿Qué ocurre, sirvienta? -dijo mientras se paraba en la puerta del baño.
Me molestaba muchísimo la forma en que se dirigía a mí, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
-¿Cómo volví anoche?
—Llegaste en auto.
-O sea, ¿cómo volví a mi cuarto? ¿Cómo le hice para cambiarme de ropa y meterme a la cama?
-Mi amo y señor te cargó hasta acá. Estabas dormida como un bebé.
-Eso no es cierto —corregí al instante al robot-. ¿Cómo es que soy adulta si era una bebé? Simplemente me dormí.
—¿Cuál es la diferencia? —me preguntó con delicadeza y luego se volteó—. Prepararé el desayuno.
-¿Entonces cómo me desvestí? ¿Quién me ayudó a bañarme?
-El amo y señor dijo que soy un muchacho y no me dejó entrar al baño.
-¿Eres hombre? Tienes la voz de Taylor Swift. ¿Cómo puedes ser un chico?
—Está en mi configuración. Me programaron para ser hombre.
-Ja, ja, ja. -Acababa de enterarme de que Baymax era un robot macho—, ¿Eso te hace un robot con problemas de género? ¿Por qué tienes la voz de Taylor Swift si se supone que eres un hombre?
-Puedo cambiarla —argumentó con fiereza—. La próxima semana puedo cambiar mi voz por la de un hombre.
Sonaré como un hombre de verdad.
Me sentí genial.
-Ve por el desayuno -dije y lo correteé fuera de la habitación.
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