Un extraño en mi cama romance Capítulo 187

Después de lavarme, salí del cuarto. No pude encontrar a Roberto en ninguna parte de la casa. ¿A dónde podría haberse ido tan temprano? Le pregunté a Baymax dónde estaba pero no me dio una respuesta concreta.

-No lo sé.

-¿Se fue de la casa?

—No lo sé.

Ese maldito aparato me estaba volviendo loca. Entonces, levanté la mirada y vi de reojo a Roberto caminando con paso ligero por el pasillo. Como el desayuno no estaba listo todavía, decidí buscarlo mientras tanto. Cuando subí las escaleras, él ya no estaba ahí. Revisé cada cuarto de la casa y finalmente lo encontré en el estudio. Estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a mí. No sé qué estaba haciendo.

-Roberto -lo llamé.

—¿Mmm?

—¿Cuánto tiempo llevas despierto?

—Un rato.

—¿Por qué te escondes aquí?

—Me gusta.

-Baymax nos hizo el desayuno. Pronto estará listo.

Vamos abajo.

—No tengo hambre.

Estaba portándose muy raro. Me acerqué.

—¿Por qué no me miras cuando hablamos? —Puse la mano en su hombro y di la vuelta para verlo de frente—.

Oye, ¿por qué traes lentes de sol?

Esto era extraño. No hacía tanto sol. Además, en realidad no se necesitaban si no estabas afuera. ¿Qué tramaba? Me movió la mano.

-Eso no te incumbe.

—¿Qué le pasa a tus ojos? -pregunté mientras me ponía de puntas y le quitaba los lentes.

Sus ojos estaban rojos como los de un conejo, y un poco hinchados.

—¿Por qué tienes los ojos hinchados? ¿Por qué están tan rojos?

Me arrebató los lentes de la mano y se los volvió a poner.

-Ten cuidado. Si sabes demasiado, tendré que callarte.

-¿Por qué tienes los ojos hinchados? Deberías ver a un doctor.

—Está bien. Esto pasa cuando como cangrejo.

Entonces era una alergia. Estaba confundida.

-¿Por qué comiste eso si sabes que te da alergia?

-Creí que ya me había recuperado -dijo.

Puede que se viera genial con lentes de sol pero también un poco estúpido por usarlos dentro de la casa.

—Pues, tómate una pastilla o ponte ungüento o gotas para los ojos.

—No es necesario. No vale la pena preocuparse por eso.

-¿Entonces por qué traes lentes de sol? ¿Por qué te esfuerzas tanto por evitar los hospitales? ¿Te da miedo ir?

-Ocúpate de tus cosas -dijo mientras me jalaba fuera del estudio.

Era un hombre tan extraño. Las fobias que tenía me parecían tan triviales. Sin embargo, las cosas que de verdad daban miedo no tenían efecto en él. Además, parecía que odiaba tomar medicina. ¿Cómo iba a recuperarse de los ojos si no tomaba medicamento?

Nos sentamos en el comedor y desayunamos. Él comenzó con su avena. Aún tenía los lentes puestos. Me preocupó que fuera a meterse la comida por la nariz accidentalmente.

-Roberto.

-¿Qué?

-¿Cuánto tarda en bajarse la hinchazón?

—Una semana.

-Iremos a Isla Solar en dos días. ¿Planeas quedarte los lentes todo el tiempo?

-Se supone que se usan lentes cuando vas al mar y a la playa.

-¿El sol no te lastimará los ojos?

Se comió de un bocado la avena.

¿Estás...?

-¿Qué intentas decir? -la interrumpí. Sus gritos me estaban exaltando.

—¿Te está obligando a hacer esto? —dijo en tono extraño-. ¿Está abusando de ti de nuevo?

—Él nunca ha abusado de mí. Debí saber que su cerebro funcionaba diferente. La exaltación que sentí disminuyó.

-Bueno, las tomaré. ¿Cómo planeas que te las dé?

-No puedo manejar. Tienes que enviármelas.

-Claro.

Abril era una amiga increíble. Hacía todo lo que yo le pedía. Aunque también era una idiota que no sabía distinguir las flores. Por fortuna, me hizo una videollamada para presumirme lo que había hecho antes de irse de la casa. Sacudió un puño de flores frente a la cámara y me mostró los frutos de su trabajo.

—Mira, Isabela. Ve cuántas pude sacar. Ahora Roberto no tendrá de qué preocuparse. Hay suficientes por si se cayera en un montón de cangrejos.

La mirada que hice estaba llena de compasión.

-Le pediré a Roberto que te deje venir a esconderte en su mansión cuando tu mamá vuelva.

—¿Por qué?

—Esas no son violetas. ¡Son hortensias! Esas azules. Son un híbrido inusual que se creó hace pocos años. Tu mamá te va a matar. Son una de sus flores favoritas.

Vi que su rostro palideció como el de un muerto. Se le cayeron las flores al suelo.

—¿Por qué no me dijiste antes? —gimió.

-Te envié una foto. Debiste haberlas visto bien. Además, ¿no deberías reconocer las flores que están plantadas en tu jardín?

—Me va a matar. Mi mamá es malvada. Me va a despellejar viva.

-No te asustes. Pídele al jardinero que las vuelva a plantar. Sólo las desenterraste. No les pasará nada si las vuelves a plantar ya. Voltea la cámara un poquito a la derecha. ¿Ves ese Arbusto con flores de color amarillo pálido? Esas son violetas. Eres imposible.

Abril hizo que el jardinero sostuviera su celular para que yo pudiese observar mientras ella desenterraba las flores.

La esperé en la entrada de la mansión de Roberto. Cuando la vi acercarse, le hice una seña para que detuviera el auto. Ella sacó la cabeza por la ventana. Tenía una expresión de emoción.

-Rápido, métete y dime por dónde. Quiero ver lo mal que se ve Roberto con los ojos hinchados.

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