No esperaba que mi camarote fuera tan espacioso y lujoso. Parecía un cuarto de hotel de cinco estrellas. Había creído que el yate de la vez pasada era lo máximo del lujo. Pero creo que estaba equivocada. Un yate difícilmente podía compararse con un crucero.
Suspiré. Santiago llegó a traerme las pastillas. Me dio dos y dijo:
—Estas son buenas. Tómelas y duerma un poco. No estará mareada cuando despierte.
-Gracias por traerlas. Piensas en todo.
-El señor Lafuente me dijo que lo hiciera. Dijo que usted se marea fácilmente.
-No le des todo el crédito a Roberto. No es tan bueno.
Santiago me sonrió amablemente y miró mientras me tomaba la pastilla.
—Debería descansar un rato.
Me dejó sola en el camarote. Me recosté en la cama. El barco casi no se mecía. Pero eso no evitó que sintiera que se balanceaba sin cesar. Me quedé dormida. Tuve un sueño. Soñé que nuestro crucero chocaba con un iceberg como el Titanio. Sólo había un salvavidas. Roberto me decía que lo tomara. Luego, él se hundió al fondo del mar.
Desperté gritando. Roberto estaba a mi lado. Me miró alarmado.
-¿Estás bien?
Estaba empapada de sudor. Me incorporé con brusquedad. El corazón me retumbaba con fuerza en el pecho.
-¿Por qué gritabas mi nombre? Sonaba a que estabas sufriendo mucho -preguntó mientras me fulminaba con la mirada.
Vaya hombre desagradable. No era alguien que renunciaría a su última oportunidad de sobrevivir por mí.
Si algo así de verdad ocurriera, tendría que rezar para que no me pateara y me dejara ahogarme.
Me tomó un buen rato tranquilizar mi respiración. En cuanto dejé de jadear, le dije:
-Tuve una pesadilla.
—¿Qué clase de pesadilla?
-Soñé -dije mientras miraba la leve palidez de su rostro-que nuestro barco se hundía. Me quitabas el salvavidas.
Me escuchó tranquilamente, sin mostrar ninguna expresión.
-Con razón sonabas tan molesta cuando gritaste mi nombre. ¿Sabías que estabas llorando? ¿El sueño fue tan aterrador?
¿Estaba llorando? Me toqué las mejillas. Se sentían un poco húmedas. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo fue que una simple pesadilla me provocó el llanto?
—Ja, ja —dijo Roberto. No parecía que le importara mi pesadilla en lo absoluto-. El barco no va a hundirse. Y aunque lo fuera, no te robaría tu salvavidas. -Se puso de pie y me sonrió con descaro—. Te habría tirado del barco a patadas antes de que se hundiera.
Sabía que no podía contar con él para nada. Me di la vuelta y cerré los ojos con hosquedad. ¿En qué estaba pensando? Ese era el tipo de hombre insoportable que Roberto era. Era el diablo en persona, pero lo había convertido en un héroe en mi sueño. No había manera de que me diera su flotador para salvarme. En verdad eso era algo que sólo pasaría en mis sueños.
—Voy a reunirme con Silvia. Deberías ir también.
Otra vez Roberto se portaba como el adicto al trabajo que era. No descansaría hasta que llenara su agenda con juntas. Por fortuna, me sentía mucho mejor. Después de tomarme las pastillas y dormir una siesta. Me levanté de la cama y seguí a Roberto a una pequeña sala de juntas. Le llamé pequeña aunque era lo suficientemente grande para más de veinte personas.
Los participantes de la reunión estaban evaluando su primera impresión del crucero. Silvia me dio un cuestionario.
—Llénalo, Isabela. Tu opinión nos importa mucho.
Honestamente, yo tenía la idea de que mi presencia casi no era necesaria. Debería agradecerle a Silvia por tenerme tanta estima. Marqué las casillas al azar mientras avanzaba en las preguntas y llenaba en silencio la encuesta hasta que Roberto me interrumpió. Me dio unos golpes con su pluma en la cabeza.
-Isabela, ¿quieres que haya un salón para fumadores?
¿Mmm? En ese momento me di cuenta de que había marcado la opción. El crucero no tenía un salón para eso. No sé qué estaba pensando. Marqué la casilla sin fijarme. Puede que hubiera estado distraída pero no iba a dejar que él lo supiera.
-Quizás yo no fume, pero muchos pasajeros de un crucero sí. Creo que podríamos tener un salón para ellos.
—Iré por un abrigo a mi camarote -dije—. Pueden dejar el aire prendido.
-¿Estás intentando encontrar una excusa para salirte de la junta? -preguntó Roberto. Me lanzó una bola de papel y señaló el asiento junto al suyo. -Siéntate. Toma notas.
No éramos estudiantes en una escuela. ¿Por qué tenía que tomar notas?
La habitación se sintió calurosa sin el aire acondicionado. En la frente de Roberto comenzaron a aparecer perlas de sudor. Le pasé un pañuelo.
—¿Por qué no encendemos el aire acondicionado? Te ves acalorado.
¿Te vas a traumar con el aire?
-Podemos encenderlo un poco. Ah, tengo una sugerencia sobre el aire acondicionado -dije. Por fin algo que podía comentar-. Deberíamos ajustar la dirección en que sale el aire. No debería soplar directamente a los pasajeros. Eso los haría sentir muy incómodos.
—Parece que sólo eres buena para identificar problemas que incluso el conserje habría mencionado -dijo él. Le hizo una seña con la cabeza a Santiago-. Anota eso.
Roberto no me daba tregua. Me sentí extremadamente infeliz. El resto de la junta fue un calvario. Me esmeré en tomar notas y luego se las mostré a Roberto para que las revisara.
—Mi letra se ve bonita, ¿no? -dije con orgullo—. Fui presidenta del club de caligrafía en la universidad.
-Deberías renunciar a tu trabajo de directora y convertirte en la que toma notas -replicó sarcásticamente.
Estaba furiosa. Cuando estuvimos solos, nos habíamos estado llevando bien. Sin embargo, la presencia de Silvia había cambiado las cosas por alguna razón. Ya no me respetaba.
Aún faltaba un largo camino hasta Isla Solar. Teníamos que pasar la noche a bordo y llegaríamos a la siguiente mañana. La cena era en la cubierta. Sobre la larga mesa había toda clase de comida del mar, frutas y verduras. También había vino tinto. Había series de luces en los barandales. Su brillo resplandecía en el blanco mantel de seda sobre la mesa. La vista era sobrecogedora. No me atreví a hacer mucho ruido porque temí que pudiera estropear el momento de total belleza.
Sólo había dos sillas en la mesa. Después de pensarlo un momento, supuse que eran para Roberto y Silvia. De todos modos, no estaba de humor para comer a causa del mareo de antes. Fui a la cocina y tomé un pan. Luego, me dirigí al otro lado del barco y encontré un lugar para sentarme. Mientras comía, miré la puesta de sol.
Santiago se sentó junto a mí y me dio una bebida.
-¿Eso es todo lo que vas a cenar?
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