Un extraño en mi cama romance Capítulo 209

No podía creerlo, no podía parar de llorar, tampoco podía creer lo frágil que me había vuelto, unas simples palabras me habían hecho llorar como una tonta. Quizás esto era lo que cada mujer deseaba tener, una eternidad con la persona que aman de verdad, me di cuenta, tontamente y con tristeza, que sí esperaba la promesa de una eternidad con Roberto.

Recordé la repentina declaración de amor de Andrés, en ese momento sólo había sentido pánico y ansiedad y no me había emocionado para nada, no sentí esa sensación de expectación. Al parecer ya no estaba enamorada de Andrés y parecía que Roberto ya no me desagradaba, de hecho, mi aversión por él se había convertido en algo más.

Roberto fue al baño y me trajo una toalla caliente, me eché a llorar y dejé salir todas las emociones que tenía reprimidas en mi interior, las que sentí cuando Andrés me dijo que a su madre le habían diagnosticado Alzheimer, cuando Silvia estuvo a punto de caer al mar anoche y cuando esta mañana compartió su secreto conmigo.

Me consideraba una persona fuerte, pero eso era una ilusión, era muy débil, muy fácil de doblegar. Todas esas pequeñas heridas y los sufrimientos que se acumularon se unieron y formaron una espada afilada que me provocaban innumerables heridas, dejándome ensangrentada y mutilada.

Roberto me dio un vaso de agua cuando por fin terminé de llorar, le di un sorbo despacio y dejé escapar un eructo que sonaba un tanto absurdo y luego lo miré con detenimiento. Las cortinas blancas de la habitación estaban cerradas y mantenían afuera la cegadora luz del sol, la habitación se sentía fresca y acogedora. Un hombre apuesto en extremo estaba sentado frente a mí con las piernas cruzadas y me miraba con una expresión de compasión y simpatía.

—Pobrecita de Isa —dijo mientras me revolvía el cabello—. ¿Tanto te conmovieron mis palabras?

—No utilices el tono de voz de la abuela conmigo —le dije mientras apartaba su mano.

—Antes pensaba que el nombre de cariño que la abuela te dio era realmente repugnante, pero cambié de opinión, suena bien. A partir de ahora te llamaré Isa, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? —Pregunté mientras miraba sus ojos radiantes.

—Creo que suena bien.

—No, lo que quiero decir es, ¿por qué ya no quieres divorciarte de mí?

—¿En verdad quieres saberlo?

—Sí.

Me sujetó por los hombros y lo pensó con detenimiento.

—No lo sé —dijo.

Su respuesta me dejó sin palabras.

—¿No lo sabes?

—A veces hay que ser un poco tonto. ¿Qué sentido tiene llegar al fondo de las cosas para todo? —dijo mientras me empujaba hacía la cama—. Parece que estás deshidratada de tanto llorar, duerme, te olvidarás de todo cuando te despiertes.

— Puede que hasta olvide esa promesa de eternidad que me hiciste.

—No te preocupes, yo te lo recordaré —dijo antes de tomarme en sus brazos.

La temperatura del dormitorio había bajado, los brazos de Roberto eran lo más cálido que había en ese espacio tan frío. No estaba segura si Roberto fuera alguien que hiciera promesas a la ligera, y después de nuestra conversación de hoy, me di cuenta de que no lo conocía tan bien como creía. Sentí su aliento soplándome con delicadeza en la nuca, me hacía cosquillas así que me aparté un poco de él, pero exhaló suavemente de nuevo en mi nuca de forma intencional, me hizo tantas cosquillas que me enrosqué en mí misma, casi me moría de risa.

Me tomó por los hombros y me obligó a girarme, nos miramos fijamente mientras permanecíamos recostados sobre la cama.

—Isabela, ¿no crees que la niña del cabello rizado era muy adorable?

—¿Mmm? —cuestioné y luego me quedé pensando un poco—. Ah, ¿te refieres a la hija del señor López?

—Sí, es bastante regordeta. Es muy divertido jugar con ella —dijo.

Su elección de adjetivos me pareció un tanto discutible.

—Parece que te gustan mucho los niños.

—Son regordetes, ¿A quién no le gusta eso? —preguntó.

Me miraba atento, me sentí bastante incómoda con la forma en la que me miraba.

—¿Qué? —Me giré.

—¿Podemos tener nuestra propia niña regordeta?

Me quedé sin palabras, no podía asegurar ser capaz de dar a luz a una niña rolliza, en todo caso, nuestra conversación parecía haberse desviado hacía un camino extraño. Roberto comenzó con la promesa de una eternidad juntos y ahora hablaba de tener hijos conmigo, esto iba más allá de los términos originales de nuestro matrimonio el cual era una farsa, una actuación endeble que cualquiera que pusiera un poco más de atención podría notarlo. No respondí a su pregunta solo cerré los ojos y me hice la dormida, no sabía a qué le temía.

El sol ya no brillaba con tanta intensidad para cuando me desperté, me encontré con una habitación vacía, no sabía a dónde había ido Roberto. Estuve sentada en la cama durante un buen rato hasta que alguien llamó a mi puerta, la abrí y vi que se trataba de Silvia.

—¿Isabela, estabas despierta o te desperté?

—No, no lo hiciste. Me desperté hace un rato.

—Ya veo. Roberto quiere que vayamos al parque de atracciones. Hay un coche esperándonos afuera.

—¿Ya terminaron la construcción del parque temático? —pregunté de manera estúpida.

—Por supuesto que no. Quiere que le echemos un vistazo ahora para que nos demos una idea de cómo quedará.

No sabía qué le había pasado a Silvia, pero parecía bastante alegre y tenía los ojos muy abiertos. Parecía completamente diferente de la persona apática y pálida que había mostrado ser más temprano. ¿Era porque había tenido un buen descanso? ¿Una mujer puede parecer tan fresca y animada sólo porque ha dormido un poco? Asentí con la cabeza.

—Iré a refrescarme y a ponerme otra cosa.

—De acuerdo, te espero en el salón.

Entré en mi habitación, me lavé y me apliqué una capa de protector solar. No me molesté en ponerme maquillaje ya que teníamos que visitar una obra en construcción. Decidí ponerme un enterizo cómodo, un par de zapatos de suela baja, me puse un enorme sombrero para el sol y salí de la habitación. Silvia me esperaba abajo, en la sala de estar, me sorprendió encontrarla vestida con algo que no fuera blanco, llevaba una camisa a cuadros verde claro con un cuello cuadrado y unos pantalones cortos blancos, se veía joven y fresca, como un ramo de margaritas, me preguntaba si las podría oler si me inclinaba hacía ella y la olfateaba. Parecía diferente, estaba radiante. Cuando bajé se acercó a mí y me dio la mano.

—Isabela, vamos.

Me quedé mirando su mano extendida, mi cerebro se quedó paralizado por un instante a causa del asombro, ¿Se estaba ofreciendo a tomar mi mano? Silvia y yo habíamos pasado nuestra adolescencia juntas. Recordaba que siempre había sido distante y que nunca me había mostrado ningún gesto de afecto. Habíamos ido a la misma preparatoria, pero nunca nos habíamos ido juntas, ella le pedía a nuestro padre que la llevara a la escuela, en cambio, a mí me llevaba el chófer de nuestra familia. Nunca nos habíamos tomado de la mano, era la primera vez que ella se ofrecía a hacerlo, estaba sorprendida. Antes de que pudiera recuperarme de mi asombro, se adelantó y me tomó de la mano sin ningún rastro de incomodidad.

—Vamos.

Los dedos de Silvia eran delgados y suaves, tomar su mano era como sujetar un algodón. Ella no era una persona temperamental, ¿Por qué su estado de ánimo había cambiado tan drásticamente con respecto al de la mañana? Me condujo a la puerta, al salir me habló de repente.

—Gracias, Isabela.

—¿Qué? —le pregunté confundida— ¿Por qué me das las gracias?

—Le dijiste a Roberto lo que te dije esta mañana, ¿no es verdad?

—Ah —dije. Todavía estaba tratando de aclarar mi mente, el sol me daba en los ojos, era tan deslumbrante que no podía mantener los ojos abiertos—. No me dijiste que no se lo dijera, así que...

—Gracias. —Sujetó mi mano con alegría—. ¡Gracias!

—¿Por qué me das las gracias? —le pregunté.

¿Qué había dicho? Ah, sí, le conté a Roberto el motivo exacto por el que Silvia lo había dejado en un principio. Pero quizás no estaría tan emocionada en ese momento si hubiese visto la reacción de Roberto. Mis ideas estaban desordenadas, sentía un fuerte zumbido en la cabeza.

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