—Roberto fue a buscarme hace un instante. —Silvia me sonrió con gentileza y sus ojos brillaban de emoción—. No esperaba que me dijera esas palabras, pensé que las cosas habrían cambiado entre nosotros después de tanto tiempo, pero no fue así. Isabela, eres una persona bondadosa y maravillosa, encontrarás a un hombre que te ame y al que tú ames por igual.
Acepté las bendiciones de Silvia sin hacer ninguna pregunta, pero todavía estaba un poco confundida. Silvia no habló más, me tomó de la mano y me llevó fuera del jardín de la villa en donde estaba un vehículo para paseos turísticos con un techo de tela. No hacía tanto calor, el viento era un suspiro refrescante que rozaba nuestra piel.
Después de subir al vehículo por fin empecé a comprender todo, Roberto debía de haber ido a buscar a Silvia después de que yo me había quedado dormida, debieron de haber hablado del motivo por el que ella lo había dejado en primer lugar. Era probable que la actitud de Roberto cuando había hablado con Silvia no era la que me había mostrado, de lo contrario ella no hubiese reaccionado de tal modo, eso significaba que Roberto era una persona diferente cuando estaba con ella.
No sabía lo qué Roberto le había prometido a Silvia, ella parecía estar muy feliz, pero un poco antes me había prometido pasar el resto de su vida conmigo. Debería haberlo imaginado, la eternidad era un lujo para alguien como yo, era como un sueño, pero le creí y hasta había llorado como una idiota. Fui una ilusa, se trataba de Roberto, nadie sabía lo que en realidad estaba pensando.
La ruta que tomó el carro de turismo era un camino costero, el mar era inmenso y la arena de las playas relucía como el oro bajo el sol. Los pájaros sobrevolaban la superficie del océano.
—Los pájaros salen a cazar ya que el día a refrescado —nos dijo nuestro conductor.
Tarareé en voz baja. El comentario del conductor pareció despertar el interés de Silvia quien le preguntó qué tipo de aves eran.
—Hay unos cuantos, gaviotas, gaviotas de Saunders, gaviotas de cola bifurcada, ah, También está esa. —Señaló un pájaro gris que se había posado en uno de los faros—. El págalo de McCormick, los llamamos bandidos grises.
—¿Bandidos grises? —le pregunté, debía ser por sus alas grises, pero ¿por qué se llamaban bandidos?
—Son unos pájaros bastante astutos. Buscan comida, como las demás aves del mar, pero no son tan ágiles ni son cazadores tan hábiles como las otras aves, además son muy perezosos, pero tienen que encontrar una manera de alimentarse, ¿No? Así que, en su lugar, se dirigen a las pesquerías en donde hay muchos peces los cuales son más fáciles de atrapar que los que están en el mar. En ocasiones también les arrebatan los peces a otras aves.
—Tienen como objetivo una presa fácil —Silvia se dio la vuelta y me dijo—: Es un pájaro inteligente. Conoce las artimañas que debe usar y sabe cómo emplear el menor esfuerzo para conseguir lo que quiere. Toma lo que le pertenece por derecho a otro y disfruta de los frutos del trabajo ajeno.
Silvia hablaba del bandido gris, pero no pude evitar sentir que se refería a mí, yo era el bandido gris que se había interpuesto entre Roberto y ella y estaba cosechando los frutos de su amor. Me di la vuelta y miré al océano, una enorme bandada de bandidos grises bajó en picada y se dirigió al otro extremo del océano.
—Roberto acaba de prometerme una eternidad juntos —de repente Silvia me susurró al oído.
Giré de repente la cabeza hacia ella y la miré con detenimiento.
—¿Una eternidad?
—Sí, para siempre. —Suspiró animada mientras se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.
Qué casualidad, esta tarde Roberto también había hablado de una eternidad conmigo, había dividido su promesa de eternidad entre dos personas o quizás ni siquiera había sido una promesa, tal vez lo había dicho a la ligera.
Llegamos al parque temático, una de las instalaciones estaba construida sobre una colina no muy alta que estaba en esta isla. Roberto era muy astuto y tenía una gran visión para los negocios, diseñó el parque temático en torno a la colina, lo cual era una gran idea. Vi a Roberto enseguida, estaba estudiando unos planos con unos ingenieros, Santiago se acercó a nosotros cuando nos vio a Silvia y a mí.
—Tengan cuidado con las rocas de allí.
Yo sabía un poco acerca leer de planos, Abril me había enseñado a hacerlo, ella era de la opinión que uno debía saber un poco de todo, la propia Abril era una maestra en todo y era una persona con un instinto natural que requería poca instrucción. Eran los planos de la montaña rusa, el diseño se veía impresionante, quizá no me atrevería a subirme una vez estuviera terminada.
Cada vagón del tren de la montaña rusa tenía la palabra «Ferreiro» dibujada, Silvia seguro lo notó también. Se giró y me miró a los ojos, no sabía en qué había pensado cuando los había visto, pero sus ojos estaban resplandecientes. Pensé que la palabra podía hacer referencia a una persona llamada Isabela, por ejemplo, o a Silvia, fue en ese momento que me di cuenta de que podría tratarse tanto de Silvia como de mí. No sabía qué significado tenía que esa palabra estuviera en los vagones de la montaña rusa, no sabía si se refería a nosotras y, de ser así, ¿a cuál de las dos? No quería seguir suponiendo. No tenía la confianza de creer que eran para mí pues yo no era nadie. Era imposible que Roberto pintara mi apellido en los vagones del tren de la montaña rusa tan solo por amor a mí.
Roberto se giró hacia mí.
—¿Estás despierta?
Sentí congeladas las puntas de los dedos, no pude encontrar la forma de esbozar una sonrisa en el rostro, Roberto me tomó la mano.
—Estoy bien —respondí. Un médico no me ayudaría—. Los médicos sólo son de ayuda para las enfermedades que se pueden curar, pero no sirven de nada para algo que no tiene cura, sólo intentarán confundirte con sus palabras.
—¿Tienes alguna enfermedad incurable? —La voz de Roberto se oyó tras de mí.
Me di la vuelta, él estaba de pie allí.
—¿Te sientes mal? Pareces un fantasma.
—¿Crees que estás viendo a uno en este momento?
Roberto le dio una palmadita a Santiago en el hombro y le dijo:
—Ya puedes irte.
Santiago se retiró y Roberto se arrodilló frente a mí.
—Tu ingenio se mantiene intacto. No parece que estés decaída debido a alguna cosa en particular. ¿Qué te pasa? ¿Te levantaste del lado equivocado de la cama? —preguntó e intentó tocarme la cara, pero aparté su mano.
—Roberto, no hay periodistas ni paparazis en la isla así que no es necesario que sigas actuando.
Su mano se detuvo en el aire y frunció mucho el ceño, in previo aviso, me puso las manos en mis mejillas y acercó su rostro hacia el mío.
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