Roberto continuó llamando con insistencia y Santiago contestaba sus llamadas en la cubierta, podía oír la furiosa voz de Roberto al otro lado de la línea y parecía estar dispuesto a matar a alguien. Santiago por fin decidió apagar el teléfono, buscó una reposera para que me recostara, luego buscó una manta y me cubrió con cuidado. Me recliné en la reposera y escuché el sonido de las olas, Santiago se recostó en la reposera de al lado, podía verlo junto a mí si giraba la cabeza. No me preguntó por qué estaba de tan mal humor, solo me hizo compañía.
—Santiago —lo llamé después de haber recuperado la compostura—. ¿Qué sabes de la relación que Roberto y Silvia tuvieron?
Santiago se giró y me miró fijamente, nunca había visto esa mirada en sus ojos, me hizo sentir un poco avergonzada.
—No hay necesidad de decir nada si no crees que es apropiado...
—Isabela —me interrumpió—. ¿Te enamoraste del señor Lafuente?
Me estremecí y casi me resbalé de la silla, pero Santiago me sujetó a tiempo y evitó que me cayera.
—No, claro que no —me apresuré a decir—. Quería saber más sobre Roberto y su pasado con Silvia porque sigo teniendo la sensación de que yo soy el obstáculo que se interpone entre los dos, pero Roberto no quiere divorciarse de mí en un futuro cercano, no sé qué es lo que está pensando.
—Isabela, hay un poder en este mundo que puede hacer que las emociones de alguien parezcan una montaña rusa. ¿Sabes qué es eso?
Negué con la cabeza.
—Es el poder del amor. Ninguna otra emoción tiene el poder de hacerte llorar o reír de un momento a otro.
—No es lo que crees que es —dije y agité los brazos en señal de negación mientras intentaba explicarme—. Admito que he empezado a apreciar a Roberto. Pero tú sabes los problemas que ocasioné hace poco. Me siento culpable por lo que les hice a ti y a Roberto...
Santiago me miró con atención mientras yo parloteaba sin ningún sentido. Me di cuenta de lo inútil que era mi intento cuando terminé de hablar. En lugar de eso me callé y me quedé mirándolo.
Santiago por fin asintió. Parecía aceptar mi explicación.
—Conozco los detalles de cómo empezó y terminó la relación del señor Lafuente y la señorita Ferreiro.
Me dio un vaso de agua caliente, lo tomé y le di las gracias, empecé a darle tragos mientras me acurrucaba en la reposera y lo escuchaba contarme la historia.
—Se conocieron en una fiesta y comenzaron a salir enseguida. Es muy seguro que la señorita Ferreiro fuera la primera novia formal del señor Lafuente. Yo era el que le ayudaba a reservar sus mesas en los restaurantes y sus entradas para el cine.
—¿Estaban muy enamorados?
Santiago lo pensó con detenimiento y tardó un rato en responderme.
—El señor Lafuente no es alguien que muestre sus emociones. No sé lo que en verdad siente por la señorita Ferreiro, pero puedo decir que él iba en serio con su relación. es Probable que considerara casarse con ella.
—¿Cómo se sintió Roberto cuando Isabela lo dejó?
—Las Empresas Lafuente trabajaba en un proyecto importante en ese momento así que el señor Lafuente y yo pasábamos la mayor parte del tiempo en el lugar de trabajo todos los días. Sinceramente, no podría decir si estaba emocionalmente afectado. De cualquier forma, cuando salían se comportaban como un par de adultos maduros y sensatos. Salían una o dos veces por semana, el señor Lafuente me hacía hacer reservaciones en el restaurante cada semana.
—¿Te hizo hacerlo? ¿No lo hacía él mismo?
—Eso es imposible —Santiago dijo con una sonrisa—. El señor Lafuente nunca se preocupa por asuntos tan triviales, no importa con quién esté cenando.
—Isabela, ¿estás loca? ¿Qué te está pasando? —El rostro rugió con furia.
No sólo estaba viendo cosas, también estaba oyendo cosas, un par de manos heladas me levantaron de la cama y el rostro de Roberto estaba muy cerca del mío. Fue entonces cuando me di cuenta de que esto era real, en verdad era Roberto, no era una alucinación ni un espíritu rencoroso que me perseguía para vengarse de mí, estaba ante mí, empapado. Fue entonces cuando me invadió el miedo.
—¿Roberto? —Pregunté. Sus manos mojadas me estaban mojando la ropa—. ¿Qué haces aquí?
—Debería ser yo quien te pregunte eso. ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué te escabulliste de la isla sin decírselo a nadie? —me gritó, su voz retumbó con tal fuerza que casi me dejó sorda.
Miré hacia afuera confundida, todavía estábamos sobre el mar y el barco seguía en movimiento. Roberto llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros, vestía con un traje formal, pero todo estaba empapado, su ropa chorreaba agua por todas partes.
—Roberto —dije después de haber conseguido recuperar el aliento. Tenía la sensación de que me iba a volver loca uno de estos días si permanecía cerca de él—. ¿Cómo subiste al crucero? ¿Llegaste nadando hasta aquí?
¿Era esto otro truco publicitario? ¿En realidad era necesario que esforzarse tanto en ello?
—Yo soy el que hace las preguntas aquí, Isabela. ¿Por qué te escabulliste de repente? ¿Por qué? ¿Por qué? —gritó. Su voz parecía resonar de entre las paredes de la habitación, era ensordecedor.
—Roberto —le dije, pero luego me detuve, no sabía qué decirle, tenía la sensación de que esta vez iba a matarme.
Estornudó con fuerza, se tapó la boca con las manos, se agachó y se enroscó en sí mismo, después comenzó a temblar sin parar, me quedé parada a su lado y le dirigí una mirada incrédula. Después de un largo rato, extendí la mano y le toqué la espalda con un dedo.
—Roberto, ¿qué te ocurre?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama