Un extraño en mi cama romance Capítulo 211

Roberto me había besado una gran cantidad de veces y en todo tipo de ocasiones, no importaba dónde ni cuándo ya que me besaba cuando y donde se le diera la gana. Roberto hacía lo que quería, nunca había conocido a un hombre que actuara según sus deseos de forma tan asertiva como él, la mayoría de las veces no podía detenerlo y a veces solo cedía a sus impulsos. Esta vez me resistí con todas mis fuerzas, si estuviera un cenicero en la mesa que estaba junto a mí, lo hubiese tomado y se lo habría arrojado. Terminé por empujarlo al suelo, Roberto me miró con incredulidad y confusión.

—Parece que te sientes mal —dijo con una voz ronca y nasal.

Para él, yo era emocional y temperamental, pero para mí él era igualmente incomprensible. No sabía qué partes de él eran verdaderas y qué partes eran meras mentiras, era muy seguro que parecía que nos tratábamos entre nosotros de una forma terrible. A pesar de eso, Roberto seguía siendo muy caballeroso conmigo, si alguien más lo hubiese apartado de esa manera, lo habría arrojado al océano.

Era ya por la tarde, la puesta de sol era como una pelota de color naranja rojizo que se hundía poco a poco en el horizonte, era una visión impresionante. Roberto se alejó, se dirigió de nuevo a la obra y continuó su discusión con los ingenieros. Unas personas comenzaron a colocar una mesa blanca y alargada en la playa y a colocar un mantel, candelabros de cristal, flores frescas en los jarrones y cubiertos artesanales de intrincado diseño. La cena se realizaría en la playa, vaya lugar más romántico para hacerla. Silvia se acercó y me dijo que me vistiera para cenar, pero yo no estaba de humor para nada.

—Roberto hizo arreglos muy especiales para que la cena se hiciera en la playa esta noche. No dejes que su esfuerzo se desperdicie.

—Deberías ir a cambiarte —le dije a Silvia—. Yo voy a sentarme aquí por un rato más.

—De acuerdo —dijo ella y me miró—. ¿Quieres que te traiga un vestido? Puedes ponértelo en el baño que está en la playa.

— No hace falta, gracias de cualquier forma.

Silvia se subió al vehículo para paseos turísticos y se sentó de forma recatada. Me di la vuelta y eché un vistazo, Roberto ya no estaba en el lugar de la obra, pero Santiago seguía en los alrededores realizando los preparativos para la cena, me levanté de la reposera de la playa y me acerqué a él.

—Santiago, ¿puedo pedirte un favor?

—¿Qué pasa, Isabela? —me preguntó mientras se giraba hacia mí un poco sorprendido.

—Quiero irme de aquí.

—La señorita Ferreiro se acaba de ir en su vehículo —dijo con cierta confusión, no entendía lo que le acababa de decir—. Te traeré otro.

—No. Lo que digo es que quiero volver a la ciudad Buenavista.

Se quedó atónito por un momento.

—¿Qué? ¿Quieres dejar la isla? Todavía nos quedan dos días aquí.

—Quiero irme ya. No quiero quedarme aquí ni un segundo más —le dije mientras le tiraba de la manga con suavidad—. ¿Se te ocurre alguna forma de subirme a un barco? Quiero irme ya.

Santiago me miró a los ojos, yo hablaba muy en serio, no podía soportar quedarme allí, cerca de Roberto, ni por un minuto, ni siquiera por un segundo. No era buena para fingir, no estaba interesada en convertirme en la protagonista femenina de ningún programa. De cualquier modo, todo era una actuación, no era real y a mí me preocupaba que me perdiera a mí misma dentro de esa actuación. Podría perder mi capacidad de separar la realidad de la ficción y sufrir a causa de eso.

Santiago se quedó callado por un momento, luego me tomó de la muñeca y dijo:

—Muy bien, te sacaré de aquí.

El cielo se pintó con una radiante gama de tonos carmesí y naranja, sus cálidos colores se extendían por las arenas doradas de la playa, era como una escena sacada de un sueño. Sin embargo, no importaba lo hermoso que pareciera, no me era posible disfrutar de nada de lo que había en la isla. Me invadió el repentino deseo de huir a otro mundo, donde no existiera un hombre llamado Roberto. Santiago nos condujo hasta el puerto, tiró de mí y corrió a toda prisa hacia el crucero que nos había traído a la isla.

—Este es el único crucero que está en funcionamiento en este momento, haré que el capitán nos lleve de vuelta. Ellos regresarán a la isla mañana por la noche, el señor Lafuente y el resto no dejarán la isla hasta dentro de dos días así que el crucero regresará a tiempo para llevarlos de vuelta al continente.

—¿Nosotros? ¿Tú también vienes?

—Sí.

—Pero Roberto podría venir a buscarte.

—No puedo dejar que te vayas sola —me dijo.

La puesta de sol proyectaba un resplandor rojizo sobre el rostro joven y apuesto de Santiago, él era la única persona que parecía ser real en ese momento, en cambio Roberto era como un sueño. Se había convertido en alguien a quien no podía comprender ni ver en ninguna circunstancia, no podía estar segura de cuál era su verdadero yo.

—Santiago, ¿qué significa esto? ¿Por qué te llevaste a Isabela fuera de la isla sin nosotros?

—Señor Lafuente...

—¿Está contigo? ¡Ponla al teléfono!

Antes de que pudiese agitar las manos en señal de rechazo, Santiago le contestó.

—Señor Lafuente, Isabela no se encuentra bien. En este momento está descansando en su habitación.

—¿Se siente mal? ¿No la ha revisado el médico? Llévale el teléfono o haz que encienda el suyo, ¡deprisa!

Santiago colgó y le dirigí una mirada llena de remordimiento y disculpa.

—No debería haberte hecho venir, me hubiese ido por mi cuenta. Podrías haberle dicho a Roberto que no sabías nada si te preguntaba por este asunto así no estarías en tantos problemas en este instante.

Santiago sonrió.

—Está bien —dijo con calma—. El señor Lafuente puede parecer intimidante, pero no es tan malo como parece.

—Sólo lo dices porque nunca has hecho nada en contra de su voluntad.

—Tampoco lo haré en este momento. Cuando volvamos me aseguraré de explicarle las cosas de forma clara.

La delicada sonrisa de Santiago me tranquilizó. Pensé un poco y me di cuenta de que de cualquier forma Santiago no necesitaba este trabajo ya que venía de una familia tan rica que su fortuna competía con la de un país. Podía regresar a casa y emprender su propio negocio si lo deseaba.

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