Un extraño en mi cama romance Capítulo 219

Roberto no comía como una persona enferma. Terminó todo el plato de caldo de res y una pizza entera de veinte centímetros.

—Tus ejecutivos me vieron traer esta caja de pizza. Pensarán que me la terminé toda si ven la caja vacía.

—Tu reputación de glotona se extenderá por todo el mundo.

No tenía tiempo para bromear.

—Descansa un rato. ¿No tienes otra reunión todavía? Que sea breve.

—Quédate para la reunión.

—¿Por qué? No tiene nada que ver con la Organización Ferreiro.

—Por lo general, no permito que nadie asista a reuniones confidenciales, pero tienes mi permiso para hacerlo.

—No entenderé nada.

—Incluso los idiotas aprenden una o dos cosas después de rodearse de genios. Se vuelven menos idiotas.

Quizás me llamó idiota pero lo hizo con buenas intenciones. Decidí quedarme.

Él se sentó en la cama, en pijama, mientras realizaba la reunión. No se veía menos autoritario ni dominante. Inclinaba levemente la cabeza cuando sus ejecutivos hablaban y volvía la oreja hacia la persona que tenía la palabra. Su oreja se movía de vez en cuando, respondiendo de manera visible a las señales de audio que recibía. Sus ejecutivos hablaron rápidamente. Roberto los interrumpía a mitad de sus discursos, como si pudiera predecir lo que dirían a continuación. Proyectaron la imagen en la pared. Se había puesto sus lentes protectores. Estaba concentrado en su trabajo. La forma en que lucía mientras trabajaba era una distracción constante. Un fajo de papel me golpeó los dedos de repente. Lo tomé y lo miré confundida.

—¿Por qué me golpeaste con esto?

—Presta atención.

—No estamos en la escuela. Esto no es una clase —murmuré, luego traté de aclarar mi mente y me obligué a prestar atención.

Condujo su reunión a un ritmo intenso. El contenido que había revisado le habría llevado a otras personas tres horas completas. Me perdí en un torbellino de confusión mientras estaba sentada allí, escuchándolos hablar.

Miré mi reloj cuando finalmente terminó la reunión. Casi eran las diez. No había un indicio de cansancio en su rostro. Sin embargo, seguía enfermo. Sus ejecutivos se despidieron de él. Solté un largo suspiro de alivio. Estaba lista para lavarme e irme a la cama.

Roberto me dio un golpecito en la nariz con su bolígrafo.

—Isabela, ¿cuántos proyectos discutimos en la reunión?

—¿Es una prueba? —pregunté estupefacta, congelada en mi lugar. Por suerte, tomé notas. Me golpeó con otro fajo de papel antes de que pudiera abrir mi cuaderno.

—No tienes permitido revisar tus notas.

—¿De dónde sacas todo ese papel? —le respondí mientras frotaba el lugar donde acababa de golpearme. Dolió. Hice todo lo posible por recordar el contenido de la reunión.

—Está el proyecto de la ciudad Aurora, el proyecto de desarrollo de Loma Alta, la segunda fase del proyecto del centro tecnológico y el proyecto de bienestar integral que involucra a trece escuelas primarias públicas en Monteverde y Valle de Juncos—dije mientras contaba con los dedos—. ¡Son cuatro en total!

No sabía si lo recordé todo bien. Sin embargo, él se veía un tanto complacido, así que debo haber dado la respuesta correcta.

—¿Todo bien? Ya me voy a bañar.

Me escabullí al baño con prontitud. Me preocupaba que pudiera sacarme de un tirón y seguir avasallándome con preguntas.

Tuve un día difícil. No estaba hecha de acero como él. Cómo deseaba poder ponerme en contacto con algún centro de investigación y hacer que se lo llevaran a rastras y lo separaran en partes. Podríamos descubrir si era un robot de tecnología altamente avanzada que se hacía pasar por un ser humano todo el tiempo.

Después de que terminé de bañarme, me di cuenta de que olvidé llevarme un cambio de ropa. Entré al baño con mucha prisa. Por suerte, había una toalla enorme en el baño. Era de color rosa. Era perfecto para una mujer joven.

Me envolví en la toalla y salí del baño.

—Roberto, voy a tener que tomar prestada un pijama.

Metí todos mis pijamas en la maleta. Se quedaron en la Isla Solar. No tuve más remedio que tomar uno suyo. Él no dijo nada. Miré hacia arriba y me congelé al instante. No estábamos solos en la habitación. Silvia apareció de la nada. Ella estaba de pie frente a su cama, mirándome con una expresión de total conmoción en su rostro.

—Hum, —comencé a divagar mientras la seguía—. ¿No te vas a quedar más tiempo? Viajaste un largo camino desde allá. Mi habitación está al lado, yo ya me voy.

—Está bien. Planeaba irme. Es tarde —me comentó. Se detuvo en la puerta y se despidió de Roberto—. Descansa un poco. Vendré dentro de unos días.

—¿Crees que esto me va a durar tanto tiempo? —le preguntó con su típico estilo cáustico.

La sonrisa en el rostro de Silvia se volvió más profunda.

—Muy bien, entonces te veré en la reunión pasado mañana.

Ella se volteó hacia mí.

—Él acaba de tomar su medicamento de la noche. Necesita su próxima dosis mañana por la mañana.

Abrió la puerta y salió. Le di a Roberto una breve mirada antes de ir tras ella.

—Silvia…

La alcancé en las escaleras.

—Silvia —le dije mientras tiraba de su brazo.

Jadeaba de forma excesiva, quedé sin aliento. Ella me vio de forma extraña y me entregó un pañuelo de papel.

—¿Qué pasa? Primero recupera el aliento, antes de empezar a hablar.

—Yo, yo sólo quiero... —Me detuve. No sabía cómo iba a explicarme. Parecía que nada podía justificar lo que había sucedido.

Si me iba a quedar en la habitación de al lado, ¿por qué no había regresado a mi propia habitación para bañarme? ¿Por qué me bañé en la habitación de Roberto? ¿Por qué pedí prestado uno de sus pijamas? Tenía muchos vestidos, pude haberme puesto cualquiera de ellos para dormir. Ahora que tenía tiempo para pensar las cosas, todo lo que hice parecía un intento deliberado de seducirlo. Correcto. Seducción. Esa era la palabra correcta.

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