Un extraño en mi cama romance Capítulo 220

—¿Por qué no me acompañas afuera? Podemos hablar mientras caminamos —me dijo Silvia, aferrándose a la barandilla—. No hablemos en las escaleras. Es muy peligroso.

La seguí por las escaleras con lentitud. Nos dirigimos hacia la puerta. Ella se detuvo cuando entramos al jardín, afuera de la mansión. Ella se volvió y me miró por un largo minuto.

—Isabela, sé lo que vas a decir. Quiero que sepas que no tienes por qué sentirte agobiada por esto. No trataba de obligarte a hacer nada. Sólo quería alguien con quien compartir mis problemas. Roberto y tú son marido y mujer, legalmente casados. No quiero obligarte a divorciarte de él con lo que dije. Sigue a tu corazón. Si de verdad lo amas, les daré a ambos mis bendiciones.

—¿Qué bendiciones? Él no me ama —balbuceé.

—Lo sé. —Sonrió con gentileza—. Es un hombre bastante terco. No es de los que cambian con facilidad.

Sus ojos me deslumbraron con una luz fascinante. Creí ver un destello de felicidad en ellos.

¿Roberto le prometió algo de nuevo? No pareció importarle cómo me veía cuando salí del armario. De hecho, había una expresión de completa felicidad en su rostro. Fruncí mis labios. No sabía que decir.

—Estás arruinando los dobladillos de tu pijama —me dijo antes de apartar mi mano de ellos.

Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía mis dedos apretándolos.

Silvia se aferró a mi muñeca.

—Isabela, siempre me he sentido mal por cómo te trataron. Nunca te sentiste feliz cuando vivías con nosotros. Nunca te atreviste a decirnos lo que querías. Si realmente quieres a Roberto, puedo dejártelo. Créame, lo haré.

—No. No, no, no... —Tartamudeé. No sabía qué más decir y sólo pude pronunciar esa palabra repetidamente.

—Tienes que saber lo que quieres. Si lo quieres, debes luchar por ello. Nadie tiene derecho a nada —expresó con seriedad. No sabía qué hacer conmigo misma.

Sólo podía seguir insistiendo con vehemencia en que no estaba interesada en él en lo absoluto.

—Estás equivocada, Silvia. De verdad no hay nada entre él y yo.

—Pero —replicó mientras me miraba—, no eres alguien que se comporte así. No habrías actuado con tanta libertad en presencia de alguien por quien no sientes nada.

—Yo, yo... —No tenía nada que responder a eso. Ella dio en el clavo.

Tenía razón. No habría salido del baño con sólo una toalla si hubiese sido alguien más en la habitación. Todo era culpa de Roberto. Él fue la razón por la que terminé con ese mal hábito. Era él quien entraba a mi baño sin previo aviso mientras estaba ahí. Era él quien se deslizaba bajo mis sábanas cuando yo dormía. Roberto y yo compartíamos un extraño limbo en ese momento. Éramos marido y mujer, pero no éramos marido y mujer de verdad.

—Silvia, Silvia, escúchame —le dije. Quería que me dejara explicarle, pero me di cuenta de que no tenía ninguna explicación para ofrecerle.

Apretó sus manos sobre las mías con suavidad, como si me comprendiera.

—Lo sé. Ninguna mujer es inmune a los encantos de Roberto Lafuente.

—Silvia —la nombré mientras la miraba a los ojos. Tenía unos ojos hermosos. La oscuridad de la noche ocultaba su belleza.

Apartó su largo cabello a un lado y volvió a sujetarme de las manos.

—No seas demasiado dura contigo misma. Sigue a tu corazón. Le dije que no te forzara, ni a sí mismo, a tomar una decisión de la que se arrepentirán. Ya es tarde. Tengo que irme.

No estaba segura de haber entendido lo que acababa de decirme. Me sentí mareada. Mi cabeza daba vueltas. Vi como Silvia salía por la puerta. Escuché el ruido del motor de un auto, luego el sonido de ese auto alejándose. Luego me di la vuelta.

Instintivamente miré hacia la ventana de su habitación en el segundo piso. Estaba de pie junto a la ventana, mirándome. No estaba segura de si escuchó mi conversación con ella. Estaba oscuro, no podía ver la expresión en su rostro.

Los dos nos observamos. Me empezó a doler el cuello. Al final, me gritó. Sonaba molesto e impaciente.

—¿Cuánto tiempo planeas quedarte ahí?

Me apresuré a regresar a la casa. Era el comienzo del verano, la temporada de mosquitos. Mis piernas descubiertas fueron atacadas varias veces por insectos chupadores de sangre. Los mosquitos no solían perseguirme cuando tenía a Abril cerca. Pero Abril no estaba aquí en este momento, y yo era un blanco fácil.

Me paré frente a él y comencé a rascarme las picaduras. Tenía el suero en la mano. No sé cuándo lo consiguió. Estaba colgado en un soporte de metal y él se sostenía del soporte.

—¿Qué les pasó a tus piernas?

—Me picaron los mosquitos.

—Detente —dije y abrí los ojos al instante—. Lo hare yo misma. Puedes ahorrarte la molestia.

Todavía tenía una aguja clavada en el dorso de la mano. Se la iba a arrancar si se esforzaba en levantarme.

Hice lo que me dijo y me metí en la cama junto a él. No pude evitar preocuparme de que Silvia se diera cuenta de que había olvidado algo y de pronto reapareciera en la habitación.

Miré hacia arriba y comencé a examinar la habitación con cuidado.

—¿Qué buscas?

—Silvia no dejó nada, ¿verdad?

Él sonrió.

—¿Te preocupa que ella reaparezca y te encuentre durmiendo a mi lado? Deberíamos aclarar una cosa. Tú eres mi esposa, legalmente casada, no ella.

¿Por qué me sentía tan mal conmigo misma? Me sentí como una ladrona atrapada en el acto cuando ella se topó conmigo y con Roberto en su habitación. Me quedé en la cama con los ojos cerrados. Él no se acostó. Seguía revisando sus documentos. Me di la vuelta.

—Deberías dormir temprano. Sigues enfermo. No te vayas a matar trabajando.

—Tengo el suero. Se tiene que acabar esta bolsa antes de que pueda irme a dormir. Podría expandirme como un sapo si se vacía la bolsa y empieza a bombear aire hacia mis venas.

Él estaba en lo correcto. Me olvidé de eso por completo. Abrí mis ojos.

—Yo vigilaré. Puedes dormir.

—Me preocupa que veas esto como una oportunidad para matarme —dijo. Presionó sus dedos sobre mis párpados y trató de forzarlos hacia abajo como lo hacían los detectives a las víctimas inocentes de las películas—. Puedes dormir primero, yo dormiré más tarde.

Me quedé en la cama, junto a él, y cerré los ojos. Solía imaginar cómo sería mi vida después de casarme. Mi esposo y yo nos acostaríamos juntos en la cama. Él leería un libro mientras yo dormía. Estaba enamorada de la idea de quedarme dormida mientras él seguía despierto. Me encantaba la idea de que él esperara a que yo me durmiera primero. No me gustaba la sensación de estar despierta sola y enfrentar el mundo sola.

De pronto, me di cuenta de por qué podía actuar con tanta libertad mientras estaba con él. Tenía miedo de estar sola y él ayudó a aliviar esos sentimientos. Tenía miedo de estar sola. No necesitaba más que alguien que estuviera conmigo. Quien sea. Podría ser Roberto. Podría ser cualquier otra persona.

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