—¿De qué otra cosa podría estar hablando?
—Me sentí fuera de lugar cuando nos cambiamos a esta oficina. La de Silvia está justo arriba de nosotros, es como si tuviéramos a alguien parado en la cabeza. Pero Isabela dijo que no le molestaba, que debíamos bajar la cabeza porque éramos nuevas.
—Debes bajar la cabeza cuando eres un empleado menor en la empresa, pero no lo eres. Esto es lo mismo que promulgar tu debilidad —repuso Roberto, mirándome fijamente con sus deslumbrantes ojos.
—¡No podría haberlo dicho mejor! —aseveró Abril, quien rara vez coincidía con él—. ¿Verdad que te lo dije, Isa? Ahora eres la directora. Deberías ser más dominante, dar una fuerte impresión. Mira cómo te tratan esos gerentes: te saludan cuando quieren y cuando no, te ignoran, pero tú siempre tratas de ser amable. ¡Es increíble!
La aguda mirada de Roberto se posó sobre mí.
—¿Qué gerentes?
Ese hombre me causaría una muerte precoz. Agité los brazos:
—No escuches a Abril, dice puras tonterías.
Tendríamos problemas para mantener la empresa a flote si empezaba a despedir a todo el equipo de gerencia.
—¿Qué tonterías?, es la verdad. No te respetan ni un poquito.
Roberto se apoyó contra el marco de la puerta, rehusándose a entrar a la oficina.
—Este lugar huele mal. Consíguete otra oficina.
Decidido a buscar problemas. De haber sabido que aquella era su intención, habría hecho todo lo posible por evitar que viniera. Abril parecía emocionada y lista para entrar en acción.
—¡Maravilloso! Me moría por conseguirnos otra oficina, esta apesta. ¿Pero a cuál nos mudamos?
—A una en el piso superior, claro —puntualizó Roberto, me miró y continuó—. Hagamos un recorrido de las oficinas superiores. Nos mudaremos a la que más te guste.
—Todas las oficinas en ese piso están ocupadas.
—Pues que se vengan a tu vieja oficina. Cualquier oficina que es lo bastante buena para ti, también deberá serlo para ellos.
Cerró sus dedos alrededor de mi muñeca y me arrastró fuera. Abril nos siguió y empezó a planear con alegría:
—Roberto, tenemos a la santa trinidad allá arriba: a Laura, Victoria y Silvia.
Victoria era el nombre de pila de mi madrastra. Le lancé una mirada a Abril.
—¿Te mataría llamarla por su título?
—No ha hecho nada para merecerlo —protestó a su vez, pero yo seguí insistiendo valientemente hasta el momento en que entramos al elevador.
—Siempre nos estamos cruzando. No tiene sentido hacer que las cosas se vuelvan incómodas para todos.
Al final no importaba cuál oficina elegía, aquello no saldría bien para mí. De ninguna manera iba a elegir la oficina de mi madrastra; tal vez no poseía tantas acciones como yo, pero era mayor, y había sido la cónyuge de mi padre. Sería una humillación mayúscula para ella si yo reclamaba su oficina.
Tampoco podía elegir la de Laura; podía ceder si Roberto se encontraba ahí, pero estaba segura de que, después, me perseguiría como el mismo diablo. Eso me dejaba la oficina de Silvia, y no tenía intención de quitársela.
—¿No es ese el punto? Te encuentras con ellos todo el tiempo. ¿Cómo puedes soportar la manera en que te tratan?
—Es sólo una oficina.
—No se trata de ti o de tu dignidad personal, Isabela. Recuerda, tú eres la cabeza de la Organización Ferreiro y ellos deben tratarte como la persona que domina este lugar.
—No es como si fuera la dueña de un palacio —murmuré.
—Sería lo mismo. Una empresa es como un microcosmos, una mini sociedad, y es tan complicada y cruel como aquellos. Si sigues siendo tan tímida y amable, te catalogarán como una mosquita muerta y te comerán todo tipo de peces, gordos y no tan gordos.
Entendía aquel principio, pero... tal vez me había acostumbrado demasiado a los abusos de toda la vida por parte de mi madrastra y de Laura. No necesitaba mucho para ser feliz, sólo quería que los demás me dejaran en paz.
Salimos del elevador y llegamos al piso superior del edificio. Ahí se hallaba la oficina de mi madrastra.
Roberto me propinó un suave codazo.
—Adelante, elige una.
—Roberto —dije con gran renuencia. Su expresión era muy clara: no me dejaría irme hasta que eligiera mi oficina. Abril me tomó de la mano e hizo que me adelantara.
—¡Vamos, elige!
Empujó una puerta entornada. Era la oficina de Laura. Un intenso perfume surgió del interior. Estaba llena de ramos de flores, regalos de otras personas.
—Yo... yo... —murmuré sumida en pánico y me volví hacia Abril, que se moría de ganas de mover todas mis pertenencias a aquella oficina en cuanto antes. Sabía que disgustaría a muchos empleados veteranos, quienes estaban del lado de mi madrastra.
La voz de Silvia se elevó a mis espaldas.
—Isabela, ¿qué haces aquí?
Me volví a toda prisa. Estaba de pie en la entrada. La miré con la expresión suplicante de quien advierte que ha llegado su salvador.
—Silvia.
—Esta oficina pertenecía al anterior director e Isabela se mudará enseguida —anunció Abril antes de que yo pudiera pronunciar palabra.
Silvia se me acercó sin desviar la vista.
—Ya lo sé. Tu actual oficina apenas y cumple con los estándares. He querido hablar contigo acerca de ello. ¿Por qué no cambias lugares conmigo? Puedes tener esta oficina, ¿qué opinas?
—No, no, no, estoy bien con la que tengo —negué, y sentí un doloroso pellizco de parte de Abril en la parte posterior de mi cintura.
—Isabela, tú sabes lo mucho que mi madre extraña a nuestro padre. Aún quedan rastros de él en la oficina, que se lo recuerdan —dijo Silvia, tomándome de las manos. Sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Podemos dejarla tal como está ahora, intacta?
—Claro...
Roberto me interrumpió:
—Escuché que la señora Ferreiro convirtió el estudio de tu padre en un salón de juegos. ¿No estaría su estudio lleno de recuerdos? La señora Ferreiro puede pasar más tiempo remodelando ese cuarto si extraña a su marido. ¿Por qué trata de monopolizar una oficina que ni siquiera frecuenta?
Silvia se quedó sin habla. Me miró y luego hizo lo mismo con Roberto.
—Yo...
—Puedes llamarle a tu madre y hacérselo saber. Nos mudaremos en cuanto diga que sí.
—Ahora no se encuentra en el país.
—Qué lástima. Supongo que entonces tendrá que enterarse después —dijo Roberto, inmisericorde, antes de darle un par de instrucciones a la secretaria—. Y consigue otras cuantas secretarias para que muevan las pertenencias de tu directora a su nueva oficina.
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