Un extraño en mi cama romance Capítulo 226

No estaba demasiado intimidante. De hecho, tenía una leve sonrisa en los labios. Aun así, la recepcionista parecía muy nerviosa, pude ver cómo le temblaban las comisuras.

—El... el director...

En ese instante, el gerente de recepción trató de aliviar la tensión.

—Señor Lafuente, permítame explicarle. Estábamos inundados de trabajo y sabíamos que la directora es una persona amable y comprensiva, y que no se molestaría.

—Ah, ¿es eso? ¿No la respetan porque es demasiado amable? —repitió Roberto haciendo una mueca y con una luz fría chispeando en sus ojos. El gerente no pudo sostener su dura mirada y bajó la vista.

—Nos sorprendió en medio del trabajo —insistió.

—Estaba con la mirada perdida cuando llegamos. ¿A eso le llama trabajo? —espetó Roberto antes de volverse en mi dirección— Isabela, ¿por qué conservas semejante personal?

¿Estaría pensando en despedirlos? Realmente no sabía cuál era el problema. Ahí fue cuando apareció Silvia Pilar, mi secretaria; acababa de llegar. La saludé con una mano y se acercó trotando.

—¿Señora Lafuente, señor Lafuente? —dijo, sorprendida por la presencia de Roberto.

—Tráeme al gerente de recursos humanos —le indicó este. Ella me lanzó una mirada confundida.

No quería hacer un alboroto por una insignificancia, pero tampoco podía detenerlo sin avergonzarlo. Asentí en dirección a Silvia y ella partió en busca del gerente que encabezaba el departamento de recursos humanos.

La recepcionista y su gerente se miraron los pies, las cabezas gachas como si su destino fuera la guillotina. El gerente de recursos humanos se acercó a toda prisa; casi se cayó cuando vio a Roberto.

—¡Señor Lafuente!

—Tu directora está justo ahí. ¿No deberías dirigirte a ella primero?

—Claro, señora Lafuente —asintió violentamente y añadió—. ¿Hay algún problema?

—¿Tu departamento tiene establecido algún requerimiento específico para contratar al nuevo personal?

—¿Requerimientos específicos? —preguntó el hombre, confuso— ¿Como cuáles?

—Como problemas de actitud. ¿Quizá sólo admiten personas con problemas de actitud? —resopló Roberto. Sólo resoplaba de aquella forma cuando estaba en extremo disgustado.

Era una tontería, realmente no había necesidad de inflar las cosas fuera de proporción. Por lo menos, aquel era mi lema, pues estaba convencida de que siempre debíamos hacer lo posible por mantener la paz. Pero Roberto no era como yo.

—No comprendo lo que quiere decir, señor Lafuente.

—¿Todo el personal fue contratado por el departamento de recursos humanos?

—Las contrataciones se llevan a cabo a través de la gerencia administrativa.

—¿No se necesita una capacitación?

—Dependiendo del puesto que se les ofrece, puede que deban asistir a una capacitación.

—¿Qué me dices de los recepcionistas?

—Es obligatorio para los recepcionistas.

—Ya veo —dijo Roberto y procedió a batir las palmas—. Lo felicito, señor Magaña: se ha esforzado mucho para entrenar a una panda de estirados como recepcionistas. La crema y nata de los estirados. Los más estirados de todos.

El gerente no tenía idea de lo que hablaba. Se quedó boquiabierto y con los ojos como platos.

—¿Siempre se quedan sentados cuando saludan a Isabela?

—No siempre —replicó el gerente de recepción—. Ya se lo explicamos, estábamos ocupados.

—Veamos las cámaras de seguridad —ordenó Roberto mientras apuntaba a la cámara que estaba sobre su cabeza—. Podemos llegar al fondo del asunto y darnos cuenta fácilmente de quién es el mentiroso.

El gerente y la recepcionista se quedaron pálidos. Sus rostros adoptaron un tinte verdoso.

—Lo lamento, señora Lafuente, lo siento mucho —se desvivió la recepcionista con voz temblorosa—... perdóneme, de veras lo siento...

—¿Por qué no pueden dejarme hacer mi trabajo y ya? —musité.

Me miró un rato antes de suspirar largamente y acarició mi fleco con los dedos.

—Mi querida y tontita Isabela, ¿quién crees que eres, la conserje? ¿Es que todo irá bien si te aseguras de que tu piso esté inmaculado? Una manzana podrida estropeará todo el barril. Laura y tu madrastra te discriminan y desprecian, y todos en la empresa seguirán su ejemplo. En este momento, no tienes la autoridad ni el poder de combatirlos, y eso significa que tendrás que empezar desde el personal que compone los niveles más bajos. La jerarquía es tan fuerte como su eslabón más débil, ¿lo entiendes?

Tomé una gran bocanada de aire. Había aprendido mucho ese día: gestionar una empresa no era trabajo fácil. Debía mostrar autoridad.

—Pero despediste a todos mis recepcionistas.

—¿Y me vas a decir que una empresa no puede sobrevivir sin recepcionistas? La Organización Ferreiro tiene muchas filiales. Sólo transfiere unos pocos recepcionistas mientras que contratas al nuevo personal. Tómalo como una oportunidad para darle una lección a tu personal de lo que sucederá si le faltan el respeto a su directora.

—Roberto —dije con intención de continuar la charla, pero las puertas del elevador se abrieron y el personal del equipo de secretarios estaba esperando. Se inclinaron profundamente al verme.

—Buenas tardes, señora Lafuente, señor Lafuente.

Debían haber escuchado lo que sucedió en el piso inferior y cómo la recepcionista había perdido su trabajo por no ponerse de pie y saludarme. Seguramente por eso se habían reunido en torno al elevador.

La acción de Roberto surtió efecto: era la primera vez que recibía tal bienvenida desde que entré a la Organización Ferreiro. Me sentí fuera de lugar, así que seguí a Roberto a mi oficina. Arrugó la frente en cuanto entró.

Abril estaba acostada lánguidamente en mi sofá, engullendo papas fritas y viendo caricaturas. Saltó como un resorte en cuanto vio a Roberto.

—¿Qué haces aquí? Isabela dijo que estabas muy enfermo, escuché que sólo te quedaban pocos días de vida.

Roberto la miró con frialdad.

—Abril, ¿no se supone que seas buena en lo que haces? ¿Por qué dejas que tu amiga cave su propia tumba en este lugar infernal?

Abril miró en torno.

—¿Te refieres a esta oficina?

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