Un extraño en mi cama romance Capítulo 232

No sé si Roberto estaba diciendo la verdad. Cuando Miroslava volvió del baño, bajé la mirada y fingí que me estaba acomodando los pliegues del vestido. Entonces vi que ella se había quitado uno de sus tacones y estaba frotando su pie blanco como la nieve en la pierna de Roberto.

«Maldita sea», casi dije en voz alta. Siempre había sido una mujer conservadora, pero Abril constantemente decía vulgaridades como «maldita sea» y «mierda» cerca de mí. Yo a menudo le recordaba que las damas no deberían hablar así. Además, era una jovencita de una familia rica. Sin embargo, supongo que cuando las emociones llegan a cierto punto y están listas para derramarse, sólo las groserías ayudan a desahogarlas.

Enderecé la espalda. Miroslava podía parecer elegante, con clase y compostura, pero estaba intentando seducir a Roberto por debajo de la mesa. ¿Iba a tolerar ese comportamiento? Claro que no. Roberto era mi esposo por ley. Además, era el verdadero amor de Silvia. Era lo correcto. Iba a enderezar ese asunto a nombre de ella.

Mientras seguía conversando casualmente con Miroslava, pateé su zapato a un lado en secreto. Estábamos sentados en un sillón y lo pateé debajo. Iba a divertirse mucho buscándolo más tarde.

Ya me había acabado el postre. Ella también se acabó su comida para conejo. Le di un tironcito a la manga de Roberto.

―Vamos. Me estoy acalambrando de estar sentada.

―Está bien ―dijo él. Dejó el tenedor y se puso de pie―. Vámonos.

―Roberto, vayamos a la cima de la montaña. Tengo una botella de buen vino que quiero compartir contigo. Te juro que te gustará.

―Tomé antibióticos esta tarde. Beber me provocará una reacción adversa. Si bebo hoy contigo, me tendrás que visitar mañana en el hospital ―dijo Roberto. Todos se levantaron mientras él tomaba de la mesa las llaves del auto.

Todos, excepto Miroslava. Tenía una sonrisa amable en el rostro mientras se quedaba sentada. Yo sabía que estaba intentando encontrar su zapato, pero no iba a poder. Podía voltear la mesa pero no encontraría lo que estaba buscando.

―Parece que Roberto no vendrá, pero usted sí, ¿verdad, señorita del Río? ―preguntó Jaime.

Miroslava tenía una sonrisa parsimoniosa en el rostro, pero, al ver sus ojos, pude darme cuenta de que había entrado en pánico.

―Señorita del Río, ¿se encuentra bien? ¿Se siente mal? ¿Perdió algo? ―pregunté en tono preocupado.

Me agaché para revisar debajo de la mesa.

―No, todo está bien ―negó con vehemencia.

Debajo de la mesa, sus dedos estaban tensos, como si fuera una bailarina de ballet en las puntas de los pies. Su pie descalzo estaba dando vueltas por el suelo en un desesperado intento de encontrar su zapato perdido. Delataba el pánico que ella estaba sintiendo y el predicamento en el que estaba.

―Ay, ¿dónde está su zapato, señorita del Río? ―pregunté con fingida sorpresa.

Al instante, su rostro se ruborizó. Jaime y los demás amigos de Roberto parecían no tener idea de lo que estaba sucediendo. Levantaron el mantel y comenzaron a buscar debajo de la mesa.

―¿Qué ocurre, señorita del Río? ¿Cómo fue que perdió el zapato mientras estaba sentada?

A ella se le cayó la cara. Estaba muda. Roberto me miró y esbozó una sonrisa apenas perceptible.

―Déjeme ayudarla a encontrarlo ―dije y comencé a buscar―. ¿Puede levantarse, señorita del Río? Revisaré si hay algo debajo del sillón.

Miroslava no tuvo opción más que levantarse del sillón. Se veía completamente avergonzada mientras se apoyaba en Jaime, que le había ofrecido sostenerla mientras se tambaleaba en un pie. Empujé un poco el sillón y encontré en zapato. Estaba lleno de telarañas. Pateé el zapato hacia ella.

―¿Es su zapato, señorita del Río?

No me respondió. Tenía las orejas de un rojo brillante. Tomás le echó un vistazo al zapato y de inmediato se puso de rodillas. Sacó un pañuelo y comenzó a limpiarle las telarañas. Observé mientras se ponía con elegancia el zapato perdido. Luego, con toda la bondad de mi corazón, dije:

―El mundo es un lugar tan curioso. La señorita del Río debería ser cuidadosa de a dónde van sus zapatos incluso cuando esté sentada. Mi esposo también. Debe cuidar a dónde se mueven sus piernas.

Un silencio de pasmo cayó sobre el grupo. Instantes después, cayeron en la cuenta. Supieron por qué el zapato se había perdido. Las manos de Jaime se quedaron heladas mientras limpiaba el zapato. Miroslava estaba abrazada de uno de los amigos de Roberto. Sin previo aviso, él quitó el brazo. Miroslava casi se cayó.

Tomé el brazo de Roberto. Luego, nos fuimos tranquilamente del restaurante. Nunca me había dado cuenta de lo increíble que se siente ganar. Fue una victoria pequeña sobre algo realmente trivial, pero no importaba. Lo que sentí al defenderme contra las palabras hostiles de Miroslava fue diferente de lo que habría sentido si me lo hubiera aguantado.

El auto de Roberto estaba estacionado afuera del restaurante. Prefirió no tomarse otra ronda con sus amigos. Le arrojó las llaves a uno de ellos.

―Voy a dar un paseo con mi esposa. Pídele al chofer que lleve el auto de vuelta.

Me tomó de la mano y me llevó. Me volví y vi a Miroslava salir del restaurante. Iba completamente sola. Era triste de ver.

―¿Por qué tus amigos la ignoran?

―Piénsalo. Una estrella de cine en ascenso se vuelve el centro de atención porque nadie le ha dado una probada. Pero ella pone el ojo sobre alguien y decide seducirlo. ¿Crees que otros hombres le van a seguir prestando atención cuando se den cuenta de lo que está pasando?

Tenía un buen punto. Ella había sido objeto de los esfuerzos de ellos, pero había intentado seducir a su amigo. Eso los hacía ver mal. Tenía sentido que perdieran todo el interés después de eso.

De repente, sentí culpa. Miroslava y yo sólo habíamos estado en una riña. No éramos enemigas de verdad. Sin embargo, de alguna manera ella había ofendido a hombres de buena reputación por eso. No iba a pasarla bien después de lo que ocurrió esta noche.

Roberto bajó la mirada y me vio de reojo.

―¿Qué pasa? ¿Tu hiperactivo sentido de la compasión te está dando lata de nuevo?

―¿A qué te refieres con eso? ―pregunté mientras quitaba la mano de un tirón. ―¿Crees que todos son como tú? ¿Que se meten en peleas todo el tiempo?

―Yo no me peleo. Me gustan los desafíos. No deberías temer cuando la gente te desafía. Debes enfrentarlos de cara. ¿Acaso no acabas de lograr una victoria magistral?

―No vas a hacerle las cosas difíciles a Miroslava, ¿verdad? Es una actriz muy buena.

―No firmó el contrato con mi compañía. Yo no tengo nada que ver con ella ―dijo. De repente, me envolvió con el brazo y apuntó al cielo―. Mira, qué bonito pay en el cielo.

―Qué infantil ―le dije, aunque eso no significa que no volteara a donde estaba apuntando.

La luna se veía particularmente brillante y clara esta noche. Debía haber evocado imágenes de algo hermoso como un jade pálido. Sin embargo, a causa de lo que él dijo, sólo pude ver un pay gigante.

Comenzó a llevarme de la mano de nuevo. Escuchar el sonido de mis tacones pisando la acera adoquinada era una experiencia curiosa. Clic, clac. Clic, clac. Era como si fuéramos las únicas dos personas que caminaban por la calle. A veces, todo lo que teníamos que hacer era disfrutar la paz y tranquilidad que se nos presentaba. Había comido hasta saciarme y ahora estaba paseando por la calle con Roberto. Se sentía bien.

―Isabela ―dijo Roberto de repente, destrozando la hermosa paz y tranquilidad.

―¿Qué?

―¿Te motivaste a actuar porque atrapaste a Miroslava intentando seducirme?

―¿Eso qué tiene que ver conmigo? No sentí nada. De hecho, tuve que aguantarme la risa ―me mofé―. Además, a las moscas sólo las atraen los huevos podridos. Ustedes eran cuatro. ¿Por qué se fijó en ti?

―¿Por qué no lo piensas un poco?

―No me importa.

―Vamos, dime qué piensas.

―Creo que está intentando sacarme ventaja. Seducirte es la mejor forma de llegar a mí.

―Bueno, está eso.

―Creo que te escogió porque eras el que estaba más cerca de ella.

―Tú estabas a su lado. ¿Por qué no intentó seducirte a ti?

―Estás siendo irracional.

Me apretó la mano.

―Hay algo más. Algo muy importante. Estaba intentando matar dos pájaros de un tiro. Si hubiera logrado seducirme, tendría una vida sin preocupaciones.

Me detestaba la mirada de arrogancia en los ojos de Roberto. No importaba que estuviera en lo correcto. Quise zafar mi mano, pero me tenía bien agarrada. Después de unos cuantos intentos fallidos, me rendí.

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