Abril no entendía por qué estaba triste. Quizás tampoco yo entendía la razón de mis penas.
―¿Y? ―preguntó y me miró confundida.
―Y nada. Después de eso, vine a tu casa.
Bajó la mirada. Su cabello era un desastre. Después de un rato, volvió a mirarme.
―¿Estás molesta porque Roberto besó a Silvia?
De hecho, fue ella quien lo besó a él. No sé qué pasó después del beso. Abril me miró brevemente, luego gritó sin previo aviso:
―¡Isabela, estás acabada!
No sé cómo es que estaba acabada. Sólo sabía que lo gritó muy fuerte.
―Te enamoraste de Roberto. No hay dudas.
Estaba hablando en voz muy fuerte. Me apresuré a taparle la boca con la mano.
―Deja de gritar. ¿Quieres que te consiga un megáfono para que todos puedan oírte?
―Es mi casa. ¿Quién me va a escuchar gritar? ―dijo mientras se quitaba mi mano de la boca. Luego, me miró con sus enormes ojos―. Estás acabada, Isabela. Te enamoraste por completo de Roberto.
―Eso es imposible ―negué por instinto.
―Deja de mentirte. ¿Por qué te importaría que se besara con Silvia si no estás enamorada de él? ¿Por qué lloras como si acabaras de perder a tus padres? ―dijo y luego se calló y se tapó la boca―. No debí decir eso. Perdón, Isabela.
Abril no pensaba antes de hablar. Ya estaba acostumbrada. Sin embargo, ¿me estaba mintiendo a mí misma? ¿Estaba enamorada de él? ¿Qué sabía yo del amor? No supe cómo responder esa pregunta.
―No estoy enamorada de él. No lo estoy.
―Si no, ¿por qué te pusiste a llorar sólo porque él besó a Silvia? Si no estuvieras enamorada, no te importaría que besara a un elefante. No sería de tu incumbencia.
―Quizás… quizás me sentía algo cansada. No había comido mucho. Pudo haber sido que se me bajó la azúcar.
―Eso no te haría llorar ―dijo Abril antes de saltar de la cama―. Escuché que la señora Ortiz hizo sopa. Voy a pedirle que traiga dos tazones de arroz.
Fui al baño y me limpié la cara. La señora Ortiz llegó con los tazones mientras yo hacía eso. De verdad trabajaba rápido. Abril comenzó a comerse su plato ruidosamente. Me pasó un tenedor.
―Apúrate y come. Si todavía te sientes mal después de comer, significa que estás enamorada de Roberto.
Eso difícilmente eran buenas noticias. En mi intento de probar que la causa de mi estallido emocional era el hambre, me terminé el tazón entero. El arroz estaba picante y delicioso. Después, Abril y yo nos tomamos media botella de agua mineral. Teníamos el estómago lleno hasta el tope. Nos miramos y vimos las manchas de comida que teníamos en la boca. Abril desvió la mirada primero.
―Roberto me llamó hace rato.
―¿Qué? ―dejé de tomar agua y pregunté―: ¿De verdad?
―Sí. Estaba buscándote. No podía llamarte. Sonaba muy enojado.
―¿Qué le dijiste?
―Le dije que no tenía idea de dónde estabas? Luego intenté llamarte. Seguro apagaste el teléfono.
Saqué de mi bolso los restos de mi teléfono y se los mostré. Hizo un ruido imperceptible.
―Qué desastre.
No sabía que Roberto había intentado encontrarme y no había podido, aunque eso no cambió lo molesta que me sentía. Quizás me habría sentido mejor si me hubiera ignorado. Si supiera que alguien no estaba interesado en mí, le correspondería con el mismo desinterés. Sin embargo, había momentos en que Roberto me había tratado muy bien. Parece que quería mi compañía. Eso fue lo que me había enredado. No puedo creer que usara esa palabra sobre mí misma.
Dejé caer la cabeza, como si estuviera de luto. Abril seguía mirándome con una mirada atenta. Después de un rato de mirarme así, por fin declaró la conclusión a la que había llegado.
―Isabela, no tiene caso negarlo. Estás enamorada de Roberto.
No tenía la fuerza para negarlo. Bajé la cabeza y esperé el juicio.
―Isabela, ¿cómo pudiste enamorarte de él de verdad?
Me agarró de los hombros y esperó. Su fuerza era suficiente para aplastar huesos. Me sacudió violentamente.
―¿No te lo dije? Estarías mejor enamorada de un cerdo o un perro que de Roberto. Su mente es un completo misterio. ¿Quién sabe qué carajos pasa en su cabeza?
Abril tenía razón. Dudé que algún humano supiera lo que ocurría en su mente.
―¿Fue tu corazón? ―Su rostro mostró decepción al preguntar―. Estás muy mal. Muchacha tonta. ¿Cómo no te diste cuenta de que te habías enamorado de él? Si te hubieras dado cuenta antes, podrías haberte salvado y haber hecho algo al respecto.
―¿Y ahora?
―No estoy segura de que haya esperanza. ―Me dio unas palmaditas en la mejilla y dijo―: Si hubiera sabido que pasaría esto, habría intentado que Andrés y tú estuvieran juntos. Roberto es la encarnación del diablo. Enamorarse de él es como tentar a la muerte. No hay forma de salir de ahí sin morir o terminar mutilada.
―Deja de intentar asustarme. Todavía no estoy segura de lo que siento. Puede que se me pase.
―Esperemos que sí ―dijo.
Nos echamos hacia atrás y nos dejamos caer en la cama juntas. Miramos el candelabro que colgaba sobre nosotras. Había comido y llorado lo suficiente. También había tomado suficiente agua. Comencé a tranquilizarme. Abril cerró los ojos.
―Isabela, ¿quieres tener a Roberto para ti sola?
―¿Cómo hago eso?
―Tienes que pelear con Silvia por él. Es el mayor obstáculo en tu camino.
―No puedo ―dije mientras me volteaba―. Ella lo tuvo primero. Debe ser suyo.
―Roberto no es una botella de agua. Tuyo, suyo, son tonterías ―dijo Abril antes de darme la vuelta contra mi voluntad―. Si estás enamorada de Roberto, tendremos que luchar por él. Pero con los hombres no puedes ser tan directa.
―¿Eh?
―Hiciste lo correcto al venir a mi casa esta noche. Tienes que hacer que te extrañe.
―No lo hago intencionalmente.
―Debes seguir tres principios.
―¿Cuáles?
―Nada de intimidad, nada de rechazo, nada de compromiso.
―¿Qué?
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