Un extraño en mi cama romance Capítulo 255

La señora Ana llevó a la abuela a la habitación cuando por fin terminó de golpear a Roberto, respiraba con dificultad y parecía estar exhausta, pero Roberto se veía en excelentes condiciones, su ropa no tenía una sola arruga. El cabello de la abuela, que por lo regular estaba peinado de manera meticulosa, estaba hecho un desastre, tenía mechones de cabello levantados como las alas de un ave que está lista para volar.

—Mi pobre Isa —dijo la abuela mientras se acercaba a mi cama y me tomaba de las manos, las suyas eran suaves y tibias. Sus ojos reflejaban tristeza, estaba sufriendo porque yo también lo estaba.

Podría ser una cobarde, pero eso no quería decir que no podía entender lo que ocurría a mi alrededor, la abuela se preocupaba por mí con sinceridad mientras que Roberto era una persona genuinamente horrible, me podía dar cuenta de ello. Mi suegra comenzó a regañarlo, no era muy escandalosa pero tampoco se preocupó por contener su tono de voz, podía escuchar que hablaba de forma severa y con autoridad, escuchaba cada palabra que decía.

—Roberto, ¿qué crees que estás haciendo? No, no me lo digas, de hecho, no me interesa qué es lo que pretendes hacer. No deberías hacer nada que pudiera lastimar a otra persona.

Roberto se quedó quieto y sin decir palabra alguna mientras recibía la reprimenda de su madre, pero eso no quería decir que estuviese de acuerdo con ella.

—Tan solo mira lo poco que le importa, ¡me vuelve loca! —dijo la abuela molesta mientras interrumpía nuestra propia conversación y golpeaba el suelo con su bastón varias veces—. Maltratando a su esposa en lugar de cuidarla, ¡mira lo que le has hecho, está en los huesos!

—Abue, así es como ella se ve todo el tiempo.

—¿Estás tratando de pasarte de listo? —lo cuestionó furiosa, tomó una pera de la canasta de frutas y se la arrojó, pero Roberto la atrapó en el aire, la frotó en su camisa y la mordió mientras hacía un gran despliegue de ello. La anciana se golpeó el pecho con fuerza en señal de enojo—. Yo sé que tú eres un excelente jugador de béisbol, deja de intimidar a Isabela y en su lugar intimídame a mí.

La abuela seguiría de mal humor mientras Roberto estuviese en la habitación.

—Tal vez deberías ir con tu madre abajo para tomar un poco de café —le dije a Roberto.

Pero su madre permaneció en su asiento sin ninguna intención de moverse.

—Isabela, no tienes por qué darle la oportunidad de que se escape de esta, se lo merece, su abuela podría golpearlo hasta la muerte en este instante y lo tendría bien merecido.

Lo le mostraron ningún tipo de misericordia, permanecieron una hora en mi habitación, tiempo durante el cual lo regañaron sin parar. Durante esa hora una enfermera entró para sustituir el suero salino por uno nuevo, pero mis venas eran delgadas y durante la maniobra la aguja se salió de su lugar de forma accidental, la enfermera fracasó en los primeros intentos antes de lograr colocar la aguja de nuevo en la vena.

La anciana estalló en furia de manera repentina, tomó su bastón y se dirigió hacia Roberto, ambos corrían en círculos dentro de la habitación mientras que ella lo golpeaba en repetidas ocasiones, la escena hizo que la enfermera se quedara boquiabierta. Al final fue simplemente el agotamiento lo que forzó a la abuela y a mi suegra irse a casa, pero antes de que se fueran la abuela estrechó mis manos y me habló con firmeza.

—Tienes que decirnos si Beto te maltrata de nuevo. Lo despellejaré vivo, no se escapará tan fácil como lo hizo hoy.

—Descansa —mi suegra me dijo con dulzura—. No te preocupes por la Organización Ferreiro, deja que Beto se encargue.

Roberto las acompaño fuera de la habitación. Una enfermera entró y comenzó a recoger las frutas del piso que la abuela le había arrojado a Roberto, eran frutas muy costosas importadas del extranjero, las manzanas de Nueva Zelanda estaban magulladas por toda esa violencia.

—El señor Lafuente es tan guapo. —La enfermera suspiró mientras las recogía.

Eché un vistazo hacia afuera de la habitación, Roberto aun no regresaba, ¿por qué lo había mencionado tan de repente? Estaba desconcertada, la enfermera puso las frutas de nuevo en la canasta.

—La señora Lafuente y su abuela lo regañaron mucho, incluso La abuela lo golpeó con un bastón y él se lo permitió. Considere quién es él, no tendría por qué permitirlo.

—No importa el cargo que ocupe, yo sigo siendo el hijo de mi madre y el nieto de mi abuela.

La voz de Roberto se escuchó desde la puerta, estaba de vuelta, la enfermera se sonrojó y balbuceó una disculpa antes de dirigirse a la salida, Roberto tomó la canasta de frutas y se la dio.

—Puedes tirar las frutas que estén inservibles y compartir el resto con tus compañeras.

—Muchas gracias, señor Lafuente —dijo antes de apresurarse a salir de la habitación con las mejillas ruborizadas y las manos llenas de frutas.

De seguro que era una gran admiradora de él. Una anciana le había dado una buena paliza y a pesar de ello, lo encontraba atractivo. Me sentí un poco avergonzada cuando Roberto se dirigió hacia mi cama, acababa de sufrir las duras reprimendas de su madre y la paliza de su abuela durante una hora y puede que la pera no lo golpeara, pero el kiwi que le siguió le dio en la frente, era un kiwi muy maduro que le había provocado un moretón. Me preocupaba que se desquitara conmigo, después de todo era un hombre muy vengativo y mezquino. Me alejé de él, pero me sujetó la muñeca y luego me tocó la frente.

—Parece que tu temperatura bajó.

—No lo entiendo, ¿por qué le agradas tanto a la abuela? Tengo la sensación de que tuvo un hijo en secreto fuera de la familia y tú eres la hija de ese hijo bastardo.

—Deja de decir tonterías. No solo te llevarás una simple paliza si la abuela escucha eso —dije mientras observaba la manera en la que se metía un enorme trozo de naranja en la boca.

—Isabela, déjame preguntarte algo.

—Pregúntame.

—¿Me odias por hacerte quedar como a una idiota?

Me miró sin parpadear mientras se metía otro trozo de naranja en la boca, lo pensé con mucho detenimiento y luego le contesté.

—No.

Sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—¿Alguna vez has odiado a alguien de verdad? ¿Tu madrastra tal vez? ¿O a Laura? ¿O quizás a Juan Tirado?

—No —le contesté. Sabía que debería haberlo pensado más detenidamente antes de contestarle, pero sinceramente no los odiaba para nada.

—Isabela —dijo Roberto mientras arrojaba la cascara de naranja a la basura—. Te lavaron el cerebro, todas esas historias que has leído, toda esa «sopa de pollo para el alma» te envenenó la mente.

—¿«Sopa de pollo para el alma»? ¿De qué estás hablando? —le dije. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo.

—¿Acaso no lees esos libros que te dicen que el amor es lo único que puede salvar el mundo? Déjame decirte algo Isabela, el odio y el amor son dos cosas diferentes, hay que combatir el odio con el odio. El amor no es la solución para todo.

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