Un extraño en mi cama romance Capítulo 271

Me sorprendí de que fuera tan paciente. Aún no hacía ningún berrinche, así que decidí no abusar de mi suerte. Comería incluso aunque tuviera que vomitarlo todo después.

—Está bien, puedo hacerlo yo misma. —Y extendí la mano.

—Pareces medio muerta. Creo que debería hacerlo yo.

Nada bueno salía de su boca, pero era lo bastante amable como para darme de comer. Tenía que aceptar su oferta de paz. Abrí la boca a regañadientes y él metió una cucharada de comida.

Los chefs de la residencia Lafuente eran excelentes en su trabajo. Sabían hacer que un simple platillo de tomates fritos en salsa supiera a gloria. Pero para alguien que no tenía nada de apetito, era como comer cera.

—Gracias —dije apática.

—De nada —replicó antes de poner en mi boca el langostino que acababa de pelar—. Es un camarón abisal, muy jugoso.

Su descripción era perfecta. Tuve que mostrarme de acuerdo; estaban deliciosos, igual que el resto de los platillos. La sopa era exquisita y el arroz también, con sus granos aromáticos y chiclosos.

La comida no era el problema, sino yo. Mis jugos gástricos se prendieron en llamas. Empujé el camarón que Roberto me acercaba a la boca sin poder recordar cuántos me había comido. Su mano se congeló en el aire.

—¿Qué sucede? ¿Ya te llenaste?

Sí, ya estaba llena, y también quería vomitar. Traté de controlar mis impulsos, pero fallé. Me llevé la mano a la boca, salté de la cama y corrí hasta el baño. Comencé a vomitar en cuanto me arrojé sobre el inodoro.

Me sentí muy culpable. Roberto se había tomado tantas molestias para alimentarme. En cuestión de segundos, había vomitado todo.

Pude sentirlo rondando detrás de mí mientras lo hacía. Su voz se alzó, preguntando:

—¿Isabela, estás bien? ¿Qué pasa?

Hablaba muy fuerte, demasiado fuerte. Mi cabeza dio vueltas con la potencia de su voz.

—Estoy bien —dije débilmente y alcé la vista. Así eran las cosas: me sentía horrible, estaba vomitando y aun así tenía que lidiar con Roberto.

Me alcanzó un vaso de agua para enjuagarme la boca. Vacié mi estómago de todo lo que había comido y procedí a enjuagarme con el agua, tras lo cual le pasé el vaso vacío.

—Estoy bien —jadeé.

Me ayudé con la pared para mantenerme erecta. Estaba lista para irme a la cama y dormirme, cuando Roberto me miró con una expresión extraña en los ojos.

—¿Cuándo pasó esto? —se me acercó y me sostuvo justo antes de que alcanzara la cama.

—¿Cuándo pasó qué? —repetí confusa.

—Tu embarazo —dijo seriamente.

Parecía obsesionado con la posibilidad de que quedara embarazada. Había vomitado porque me sentía mal, ese día me había enterado de que el padre de Abril tenía cáncer y la impresión había sido demasiado para mí. Los golpes emocionales solían afectarme en el plano físico.

—No estoy embarazada.

—¿Y entonces por qué vomitaste?

—El que vomite no significa que esté embarazada.

—De todos modos, estamos en el hospital. Deberías ir a que te revisen.

—Estoy bien. Si estuviera embarazada lo sabría.

—Pues yo no —dijo antes de darse la vuelta y salir del cuarto. Volvió muy pronto acompañado de un doctor—. Examine a mi esposa, quiero saber si está embarazada.

—Es muy sencillo, puede hacer un examen de orina —expuso el doctor—. Haré que la enfermera le dé una prueba. Sabrán el resultado en un minuto.

De verdad, nada de eso era necesario, pero Roberto era muy insistente y no podía detenerlo. No pasó mucho tiempo antes de que llegara una enfermera con una prueba de embarazo. También me dio un vaso de plástico. Tomé ambas cosas y me dirigí al baño. Roberto quería entrar también. Lo detuve afuera y le dije:

—¿Por qué me sigues al baño?

—¿Puedes hacerlo sola?

—Sí —repliqué, cerrando la puerta. Le puse el seguro para sentirme mejor. Sabía que no estaba embarazada, lo que no sabía era por qué Roberto estaba tan nervioso. ¿Quería o no quería tener hijos?

Los resultados aparecieron enseguida: una línea roja. Salí del baño y se lo mostré.

—¿Estás embarazada? —dijo con los ojos como platos.

—Una barra quiere decir que no. Necesitas dos barras para que sea un embarazo —dije, señalando la banda roja de la prueba.

—Oye —dije por fin—, no quiero tomar más agua. ¿Cuál es la prisa? Sucederá tarde o temprano.

—¿Qué sucederá tarde o temprano?

—Que orine —dije, con el estómago dilatado por tanta agua. Podía sentir cómo llenaba mis tripas al moverme.

Roberto se sentó enfrente de mí y comenzó a mirarme. Me estaba poniendo muy incómoda.

—¿Lo estás haciendo a propósito, Roberto?

—¿Hacer qué?

—Quieres que tome agua para que orine. Ya te dije: no estoy embarazada.

—El diagnóstico aún no está confirmado. Cualquier cosa podría pasar —repuso—. ¿Ya quieres orinar?

—No.

Abril me envió un mensaje en ese momento. Dijo que estaba aburrida. Le dije que iría a la habitación de su padre para hacerle compañía y retiré las sábanas. Roberto se irguió de inmediato y preguntó:

—¿Ya quieres ir al baño?

Me dio el vaso y la prueba.

—No. Hay algo que debo hacer —contesté, quitándolo de mi camino—. Discúlpame.

—No deberías estar caminando. Podrías estar embarazada, deberías quedarte en cama.

—Roberto —dije tan calma y pacientemente como pude—, no tienes derecho a impedir que haga lo que quiera.

—No te estoy impidiendo que hagas nada, te estoy obligando a hacer otra cosa —respondió antes de empujarme hasta la cama y volver a cubrirme con las sábanas. Tomó su computadora y empezó a leer sus documentos. Sin dejar de mirar la pantalla, me advirtió:

—Dime si quieres ir al baño.

Me estaba robando mi libertad. Se sentía horrible. Le envié un mensaje de texto a Abril pidiéndole que fuera a recogerme a mi habitación; ahora era la única que podía salvarme.

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