Un extraño en mi cama romance Capítulo 36

Abril fue a buscar su coche. Sostuve la cabeza de Lafuente con fuerza. Su rostro estaba sumamente pálido, tan pálido como una hoja de papel. Estaba asustada. ¿Qué pasaría si muriera a causa del golpe en la cabeza? Tomaría el lugar de Abril y me entregaría a la policía. Mi padre había fallecido. No tenía familia, no tenía a nadie en el mundo. Les diría que fui yo quien lo hizo. ¿Dónde quedó la piedra?

Miré a mi alrededor y por fin la vi tirada, frente a nosotros, en el suelo.

Trajo el auto y ambas lo subimos. Me sentí como un asesino que intentaba deshacerse del cuerpo. Lafuente era alto y fornido. Tuvimos que usar toda nuestra fuerza para meterlo en el auto. Después de que lo metimos, salí y tomé la piedra.

—Llévanos al hospital más cercano.

Recordé que había un hospital cerca, después de la curva a la izquierda, por la carretera.

Abril puso en marcha el coche. Él yacía en mi regazo, con los ojos cerrados, apretados. Fue entonces cuando me di cuenta de lo largas que eran sus pestañas. Eran tan largas como los de una niña.

Entré en pánico. Estaba terriblemente pálido. No moriría así nada más, ¿verdad? Estiré mis dedos para revisar su respiración. Era débil, pero aún respiraba.

-Abril, conduce más rápido -dije, con la voz temblorosa.

La espalda de Abril era recta como un árbol. Ella también estaba asustada. Hizo que el auto avanzara tan rápido como un cohete. Había pocos autos en la carretera a esa hora de la noche. Llegamos al hospital en poco tiempo.

Salí corriendo para buscar un médico. El personal estacionado en la sala de emergencias empujó una silla de ruedas para Lafuente.

Lo empujaron hacia la sala de emergencias. Entonces me di cuenta de que estaba empapada en sudor, a pesar de que sólo llevaba un fino vestido de gasa y había abandonado mi abrigo en el estacionamiento.

—Isabela —Abril seguía tratando de consolarme—, fui yo quien hizo esto. No tiene nada que ver contigo. Tú eres la víctima aquí.

-Ya déjate de tonterías -susurré-. Vete a casa.

-¿Cómo puedo irme? La familia Lafuente no será compasiva contigo si algo le pasa a Roberto.

-Soy su esposa. Tratarán esto como un asunto familiar.

—Se convierte en un caso criminal si alguien muere.

-No importa. Mi situación me da una ventaja que tú no tienes.

Mientras debatíamos para decidir quién debería ser la culpable, alguien se acercó a nosotras.

-¿El paciente es el señor Lafuente?

Era el doctor. Acababa de salir de la sala de emergencias. Estaba tan nerviosa que me mordí la lengua mientras trataba de responderle.

—Sí, es Roberto Lafuente.

—¿Es usted su esposa?

-Sí.

—Por favor, firme este formulario.

-¿Firmar qué? -Me temblaban manos y pies.

-El señor Lafuente sufrió una lesión en la parte posterior de la cabeza. La herida mide tres centímetros de largo y ya la cosimos. La situación requería una operación de emergencia y seguimos adelante sin obtener su expreso consentimiento. Nos gustaría que firmara el formulario de la operación.

-¿Cómo se encuentra Roberto? —Cosieron la herida. Eso significaba que estaba vivo. No tenía sentido tratar a un paciente si estaba muerto.

-No es de gravedad. No hubo fractura ni rotura ósea. Hubo pérdida de sangre porque dañó ligeramente una arteria. El señor Lafuente está despierto en este momento.

—¿Sigue vivo? —pregunté temblando.

-Por supuesto. El señor Lafuente se está recuperando bien. Sólo sufrió de una hemorragia. Haremos los arreglos necesarios para internarlo.

Solté un suspiro de alivio y luego miré a Abril.

-Deberías irte.

Seguí al médico hasta donde debía firmar el formulario. Todo iba a estar bien siempre y cuando Roberto estuviera vivo. Por la forma en que lo expresó el médico, estaba bien. Siempre había sido fuerte y estaba en forma. Estaría bien. Firme el formulario, hice los arreglos para que fuera hospitalizado y continué fastidiando a Abril para que se fuera a casa. Ella no es una cobarde, eso es seguro.

-Fui yo quien lo hizo. Por lo que sé de Roberto, definitivamente te hará la vida difícil después de que despierte.

-Ya despertó. Por favor, sólo deja de causarme problemas. Puedo manejarlo, -dije con exasperación-.

Las cosas ya están hechas un caos. Mejor vete ya.

Se fue sólo porque comencé a llorar. Siguió volteando y mirándome mientras se iba.

-Llámame de inmediato si intenta hacerte las cosas difíciles.

Hice un gesto enérgico y le dije que se fuera de mi vista. Después de verla entrar en el ascensor, me dirigí a la sala.

Lafuente estaba recostado en la cama, con la cabeza envuelta en vendajes. Ya estaba despierto, con los ojos bien abiertos. Era un horrible espectáculo.

Avancé poco a poco hacia la cama, luego me quedé debilitada junto a su cama.

—¡Roberto! —exclamé su nombre de forma disimulada.

Lo hice un par de veces, pero él no respondió. Empecé a sentir pánico. ¿El golpe en la cabeza lo volvió un idiota? Quizás dañó un nervio o algo así. ¿Lo dejo sordo?

Había una enfermera en la habitación ordenando los cables del equipo médico. Ella debió escucharme gritar su nombre varias veces.

Me dijo:

-Señora, acaba de despertar. Fue golpeado por un objeto contundente. Debe ser una reacción al estrés.

—¿Se volverá un idiota? ¿Tendrá amnesia?

-Es poco probable. La lesión no fue grave. Mientras tanto, sus reacciones se ralentizarán un poco. Le administraremos suero más tarde. Se sentirá mejor por la mañana, después de que despierte.

Eso tranquilizó mi corazón. La enfermera le administro el suero y me dijo:

-Se quedará dormido en unos cinco minutos. ¿Hay algún otro miembro de la familia a quien tengamos que informar sobre su condición?

—Hablemos de eso mañana. -Era tarde. No le haría ningún bien a nadie que la abuela recibiera estas noticias en ese momento. Además, Roberto estaba bien.

Me senté junto a su cama. Sus ojos seguían bien abiertos y mirando al techo. Quería, con desesperación, poner mi mano sobre su rostro, ayudarlo a cerrar los párpados. Parecía que había tenido una muerte injusta y no podía descansar en paz.

Pasaron cinco minutos. Luego pasaron diez minutos. Continuó mirando al techo sin pestañear. Fue un espectáculo espantoso de contemplar. Llamé al médico.

El médico examinó a Lafuente y me dijo:

—No es nada. Se dormirá pronto.

Esperé y esperé. Era como si mantuvieran sus párpados abiertos con cerillos. Sus ojos se veían muy redondos y grandes.

Abril me llamó y me preguntó cómo estaba Roberto. Quería saber si me estaba causando algún problema. Le mostré cómo se veía. Ella también tuvo el susto de su

vida.

—¿Por qué parece una persona muerta que no puede descansar en paz? Sólo fue un golpe en la cabeza.

—El médico dijo que no hay nada de qué preocuparse. La roca no era tan grande y tampoco lo golpeaste tan fuerte.

—Eso no es cierto. Yo era un atleta, hacía lanzamiento de disco. Nunca dudes de mi fuerza.

—Está bien -dije. No estaba de humor para su fanfarroneo —. Voy a colgar. Recuerda, ten cuidado con lo que dices si alguien te pregunta sobre esto.

Colgué. De pronto, Roberto habló. Casi me caigo de la silla a causa del susto.

-¿Con que todo el tiempo estuviste lista para cargar con la culpa?

Lafuente acababa de hablar. Me acerque a él con prontitud. Sus globos oculares se movían de nuevo. Se volvieron hacia mí. Gracias, Dios. Sentí que me quitaban un peso del pecho.

Sus palabras habían sido claras y bien articuladas. Parecía que el golpe en la cabeza no lo volvió un idiota.

-Roberto, -enderecé la espalda y lo miré-. ¿Estás despierto?

—He estado despierto todo este tiempo. He estado despierto desde la primera vez que llamaste al médico.

-¡Oh! -exclamé, y luego solté un largo suspiro de alivio.

Me dio esa sonrisa suya.

-No me sentiría tan feliz si fuera tú.

Su mano se movió bajo las mantas y luego apareció por encima de ellas. Tenía un teléfono móvil en la mano y La voz de Abril se escuchó.

«¿Entonces, ese golpe que le di no lo volvió un idiota después de todo?»

—¿Sigues pensando en asumir la culpa por ella?

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama