Era un rostro que había aparecido en mis sueños, aunque en mis sueños no se veía tan real ni tan maduro. Por aquel entonces él era sólo un adolescente que me condujo de la mano, a mí, también una niña, mientras jugábamos en el parche de césped de afuera de mi casa. Mi madre y la suya se sentaban en la terraza y observaban nuestros juegos con una sonrisa en los rostros. Cuando nos cansábamos de correr, volvíamos y bebíamos agua de caña de azúcar que ellas nos preparaban. Enfriaban las bebidas en el refrigerador y les ponían rebanadas de limón. El agua era dulce con una deliciosa nota ácida.
Había sido la época más feliz de mi vida; aún tenía a mis padres, aún tenía amigos, aún tenía a Andrés Gallardo. Abril me dijo después que había sido un enamoramiento. No le creí. Siempre estuve un paso atrás en lo que tocaba al romance, no tenía idea de esas cosas, pero ahora lo sabía. Aun si no había sido un enamoramiento, de todas formas, tuve una pizca de sentimientos románticos ocultos en el fondo. Más tarde, la familia de Andrés se mudó y dejaron Ciudad Buenavista para emigrar a Inglaterra. Recibí cartas de él durante los primeros años, luego mi madre murió y mi padre tuvo que devolverme a la familia Ferreiro. Entonces le escribí muchas cartas, le di mi nueva dirección, pero no volví a recibir nada de él y toda forma de comunicación entre nosotros cesó de la nada.
Seguí tratando de contactarlo por todos los medios de que disponía. Hice que mi padre lo buscara cuando viajó a Inglaterra; cuando Silvia Ferreiro rompió su compromiso y huyó a Inglaterra también le pedí ayuda. Pero no lograron encontrarlo. Eso es porque no había ido a Inglaterra. Todo ese tiempo había estado en los Estados Unidos.
Lo miré tontamente al tiempo que las emociones me embargaban por completo. Sentí alegría, sorpresa y todo tipo de emociones. Él se adelantó con la mano extendida.
-Hola, señorita Ferreiro. Soy Andrés Gallardo, el abogado que la representará.
Andrés Gallardo, sí. Había madurado luego de ocho años y se había convertido en un abogado, pero aún se trataba de él.
Le sonreí como una idiota y él siguió extendiéndome la mano.
-Hola, señorita Ferreiro.
Fue ahí cuando recuperé el control sobre mí misma y se la estreché.
—Adonis.
Era el apodo que Abril y yo le habíamos puesto. Era Andrés Gallardo. Gallardo significaba «hermoso», así que le llamábamos «Adonis». No reaccionó al sobrenombre. En realidad, parecía distante. Recogió su mano y se sentó, tras lo cual abrió el expediente lleno de documentos y lo empujó hacia mí.
-Me apresuré a venir tan pronto como recibí la llamada de mi mentor. Revisé los pormenores del caso en el avión y según yo, no será difícil defenderlo. Sólo tenemos que decidir cuál será nuestra aproximación.
Estaba perpleja. Se dirigió a mí como «señorita Ferreiro», no se molestó en preguntarme cómo había estado, sus ojos eran fríos. Me trataba como a una completa extraña. ¿Es que no se acordaba de mí?
Parecía imposible. Tenía quince años cuando nos separamos. Andrés era tres años mayor que yo, así que habría tenido dieciocho. No podía haberme olvidado. ¿Por qué me trataba con tanta frialdad? Yo era una persona extremadamente emocional y a estas alturas, había olvidado que estábamos discutiendo asuntos de negocios. Tuve que contenerme para no inclinarme sobre la mesa mientras decía:
-Adonis, ¿no me recuerdas? Soy Isabela Ferreiro. ¿No te acuerdas de Isabela?
-Señorita Ferreiro -dijo y me lanzó una fría mirada-, por favor, regrese a su asiento para que podamos continuar con la charla. Si no tiene ideas sobre cómo deberíamos enfocar el caso, puedo explicarle mi propuesta.
Esto no era para nada lo que había imaginado. Había soñado nuestro ansiado reencuentro después de un periodo tan largo de separación; no se suponía que fuera así. Andrés debía correr hacia mí, abrazarme y alzarme en el aire en cuanto me viera, tal como solía hacer durante nuestra infancia. Era sólo una niña cuando nos conocimos. Él ya era muy alto entonces y había disfrutado alzándome, lo que causó las sorprendidas exclamaciones de nuestras madres.
-¡Adonis! ¡Baja a Isabela de inmediato! ¡No la dejes caer!
Había imaginado que nuestro reencuentro sería apasionado y conmovedor. Mis ojos derramarían lágrimas y él me abrazaría muy fuerte y no me soltaría. No se suponía que fuera así para nada. Me trataba fríamente, como si no me conociera. No entendí nada de lo que dijo después. Mis oídos se llenaron de un zumbido de abejas. Traté de hablarle, pero él sólo habló de la demanda. Ni siquiera me miraba. ¿Qué le había sucedido? Era imposible que me hubiera olvidado, incluso aunque no me contactara luego de los primeros años de separarnos. ¿Le había ocurrido algo?, ¿algún accidente que le causara una pérdida de memoria? Parecía una locura, pero no estaba fuera de lo posible. Debía ser eso. Había perdido la memoria. Debía ser esa la razón por la que me estaba tratando así.
Fue entonces cuando Abril volvió a entrar a la habitación como un torbellino de energía. Llevaba dos tazas en la mano.
—Isabela, el café de la oficina del señor Serrano es genial. Está hecho de granos de café recién molidos. Me tomé una taza y te traje una también.
siempre.
Me odiaba. No podía creer que llegaría el día en que vería tales emociones en los ojos de Andrés. Mis manos se sentían heladas, me dolía el corazón.
Abril se sentó emocionada a mi lado después de hablar con él.
-¿Te hiciste estúpida o qué, Isabela? ¿No reconociste a Adonis?
Me señaló la nariz y luego le dijo a Andrés.
-Isabela, Adonis, ¿cómo es que se lo están tomando con tanta calma?
Sí que estábamos calmados, y también nos sentíamos muy incómodos con todo aquello. La sonrisa de Andrés se desvaneció tan pronto como se volvió en mi dirección. Me habló en un tono frío y profesional.
-Continuemos, señorita Ferreiro.
Traté de concentrarme, pero seguía distrayéndome.
Cuando alzaba la mirada, lo único que veía era la pálida frente de Andrés, que mantenía inclinada tercamente con los ojos pegados a los documentos. No quería verme la cara. No pude dejar de preguntármelo: me odiaba, ¿pero por qué?
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