Un extraño en mi cama romance Capítulo 5

Un momento. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Tenía caso pensar en esto? Santiago tenía un amorío. ¿Acaso la evidencia no estaba frente a mis ojos?

Me paré frente a él, fija en mi lugar, hasta que se volteó y me vio. A pesar de la luz tenue, vi con claridad que se sonrojó. Entonces, Santiago era un homosexual que tenía un amorío y se sonrojaba con facilidad. Me di vuelta deprisa. Oí pasos detrás de mí. Santiago me alcanzó y me tomó de la muñeca.

—Señorita Ferreiro.

—Eh. -Me paré en seco, me di la vuelta y miré su semblante avergonzado-, ¿Qué coincidencia?

Mi burdo intento de fingir que no estaba pasando nada hizo que se pusiera aún más rojo.

-Señorita Ferreiro. -Se mordió los labios pero no salió ninguna palabra de su boca.

—No te preocupes. No diré nada. No me mates —dije en broma.

—Por favor, no le diga al señor Lafuente -dijo en voz muy baja.

Claro que no iba a hacer eso. El traicionado siempre era la última persona en enterarse de la traición, incluso después de que todos lo supiera. Asentí.

-Está bien, no le diré.

Entonces, aflojó la mano.

—En ese caso, no la entretendré más.

-Eh.

Después de irme, no pude evitar echar otro vistazo mientras daba la vuelta. Vi que el otro hombre le daba una palmada en el hombro a manera de consuelo. Era obvio lo que estaba pasando: Santiago salía con dos personas al mismo tiempo. Justo esa tarde había estado con Roberto, pero al caer la noche saltó a los brazos de otro hombre en un bar. El mundo de los homosexuales estaba lejos de mi entendimiento.

Volví del baño al privado con gran pesar en el pecho. Un elegante joven estaba junto a Abril. Era guapísimo. Ella me lo presentó:

-Él es Octavio.

El joven me honró con su sonrisa seductora.

-¿Qué cree que eres? ¿Hombre o mujer? —le susurré a ella al oído.

-Hombre, obvio. ¿Por qué estaría hablándome si no?

-Estás loca.

Abril siempre había estado así de loca, hacía cosas que la sociedad veía con mala cara y le causaba penas a su madre. De repente perdí el interés de seguir ahí. Tomé mi bolso y le dije a Abril:

—Ya me voy.

-¿Qué pasó? Acabas de llegar. ¿No fuiste tú quien dijo que estaba triste y quería tomarse unos tragos?

—Olvídalo.

No sabía qué me pasaba. Quizás fue porque me había encontrado con Santiago. Aunque no había razón, me sentí mal por Roberto, quien me había vuelto una cornuda.

—Anda, ve y siembra el caos. Aunque te aconsejo que no te sobrepases -dije mientras le daba una palmada en el hombro-, ¿Trajiste guardaespaldas?

-Sí.

—Entonces me voy.

Salí del bar. Una brisa fría me alcanzó. Respiré hondo. El aire fresco me aclaró la mente. Había pensado en las vidas de los homosexuales como mundos separados del mío y que nunca se encontrarían. ¿Quién esperaría que hubieran estado justo a mi lado todo este tiempo?

No era muy tarde cuando regresé a la residencia Lafuente.

El reloj acababa de dar las diez. La madre de Roberto y su grupo de amigas estaban jugando mahjong en la sala. La casa tenía una habitación especial para jugar, pero habían preferido hacerlo en la sala. Apenas había puesto un pie dentro cuando retrocedí. «Bueno, entraré ya que se hayan ido». Yo no le caía nada bien a la madre de Roberto. La familia de la que venía no era lo suficientemente buena para ella. Sería horrible si la avergonzara frente a sus amigas.

Me paseé por el jardín. Estaba oscuro y hacía frío. No pude aguantarme los estornudos. Entonces, vi una lucecita roja en lo profundo del jardín. Agudicé el olfato y pude oler humo. ¿Quién estaría fumando en el jardín? Me acerqué de puntitas y vi a un hombre alto sentado en la banca de piedra hablando por su teléfono celular.

—¿Dónde estás? ¿Por qué no has contestado el teléfono? Santiago...

Era Roberto. Estaba hablando con Santiago por teléfono. Su voz rebosaba de resentimiento. Era como ver a una esposa joven esperando en casa, ansiosa por el regreso de su esposo.

«Ja, Roberto. Mírate». Yo sabía que él tenía muchas admiradoras en Ciudad Buenavista. Varias se habían echado a llorar cuando se enteraron de nuestra boda. En ese entonces, él ni siquiera se había conmovido por las lágrimas. Ojalá le guste la sensación de ser un cornudo y que le roben a su amor.

Después de escuchar a escondidas, estaba a punto de darme la vuelta cuando oí su espeluznante voz.

-Isabela...

Estaba completamente oscuro. ¿Cómo me reconoció? No había forma de que escapara. Traía tacones. Me volteé tímidamente y le sonreí.

—Ah, qué coincidencia.

-¿Así que disfrutas de tus pasatiempos vulgares como escuchar mi conversación?

Se levantó, arrojó la colilla del cigarro y se acercó.

—No me estaba escondiendo. Vi una luz y vine para ver qué era. -Sonreí con la intención de parecer inofensiva. Aunque no podría verlo en la oscuridad.

Se detuvo justo frente a mí y se inclinó hacia adelante. Asustada, me hice para atrás. Justo a tiempo, extendió el brazo y me rodeó la cintura. Sólo por eso no me caí. Sus ojos brillaban en la oscuridad del jardín.

—¿Estuviste bebiendo?

Debía tener el olfato de un perro. Sólo me había tomado un vaso.

-¿con quién?

¿Por qué preguntaba por los detalles si en el pasado nunca le había importado?

-Con Abril -respondí honestamente.

Me soltó. Al tiempo que comencé a caer de nuevo, le eché los brazos al cuello.

—Suéltame —dijo, con el ceño un poco fruncido.

En su rostro se podía ver lo que pensaba. Creyó que estaba intentando seducirlo. Pero no, me había tropezado con una piedra y perdí el equilibro. Forcejeé para recuperarme pero cuanto más lo intentaba, más fallaba. Eché todo mi peso sobre el cuerpo de Roberto y lo empujé hasta que llegó al borde de la mesa junto a la que se había sentado hace un momento. Luego lo empujé sobre la mesa. Por fin pude recuperar el equilibrio. Ahora tenía las cejas bien arqueadas. Me tomó de la muñeca con fuerza.

-¿Ya no puedes esperar?

¿A qué se refería? No entendía ni una palabra que me decía. Forcejeé de nuevo para liberarme de sus brazos. Me tenía bien agarrada mientras echaba un vistazo alrededor.

—Este lugar está bastante bien.

¿Qué significaba eso? Abrí los ojos como platos. Roberto me tomó por la cadera y nos dio la vuelta. Ahora yo era quien estaba acostada sobre la mesa de piedra, debajo de él. Bajo el resplandor tenue de las luces del jardín, la sombra de las ramas de los árboles eran como una telaraña de luz y oscuridad proyectada en el bello rostro de Roberto. No pude ver con claridad su semblante. Era bastante guapo pero también me causaba sentimientos encontrados. Las sombras que oscurecían algunas partes de su rostro lo hacían parecer misterioso y siniestro. La luz que alumbraba lo demás le daba una apariencia afligida y seductora. Siempre había sido una persona complicada. Parpadeé. Su rostro se acercaba lentamente al mío. Justo cuando la fría punta de su lengua tocaba mis labios, recordé lo que Abril me había dicho antes: «Algunas personas tienen fetiches sobre los lugares donde les gusta hacerlo. Por ejemplo, algunos disfrutan hacerlo en un campo abierto, otros en un cementerio espeluznante...».

Después de todo, tenía la razón. Roberto parecía tener preferencias particulares en cuanto al lugar. En el jardín, en mitad de una noche helada, tomó el cuello del vestido y lo jaló.

-El vestido es de tu secretaria -gemí.

Me había arruinado dos vestidos en un solo día. Roberto era una bestia controlada por sus emociones y necesidades básicas, y tomaba lo que quería. No era rival para su fuerza. Él hacía lo que se le antojaba. Aunque esta vez no se perdió por completo. Me levantó y extendió su ropa sobre la mesa antes de volver a recostarme.

Después, se apretó contra mí. El vago aroma de magnolias nos envolvió con un suave abrazo mientras Roberto sembraba su pasión en mi cuerpo.

Yo era su esposa. No había razón para rechazarlo. Sólo que no podía evitar pensar: «¿Cómo fue que me convertí en un reemplazo de Santiago?¿Por qué Roberto me usa para descargar su deseo cuando no puede tener a Santiago?».

Sentí un dolor súbito en la oreja. Roberto susurró en mi oído:

-Deja de distraerte. Concéntrate.

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