Un extraño en mi cama romance Capítulo 6

Esa misma tarde había sobrevivido después de que me atropellara un tren y, unas cuantas horas más tarde, estaba a punto de volver a sucederme. Sobre la espalda de Roberto cayeron blancos pétalos de cerezo. Tomé uno y lo olí. El aroma era dulce. De repente, él dejó de moverse. Me miró, apoyado sobre la mesa con las palmas de la mano.

—¿Qué es eso?

-Un pétalo de cerezo.

—¿De dónde lo sacaste?

-Lo tenías en la espalda.

Me lo quitó de las manos y lo puso sobre mis labios.

Luego me besó. Sus labios tenían un vago sabor a pétalos de cerezo. Oh. Eso fue inesperadamente sensual. Los cerezos floreaban durante un corto tiempo. Roberto duró mucho, mucho más. Tuve que admitir que cerca del final había caído en una especie de éxtasis y dejé de preocuparme de que alguien nos pudiera haber

encontrado en el acto.

Cuando su espalda estaba cubierta de pétalos, terminó la prolongada sesión. Me aventó su abrigo. Me envolví con él. Se puso la camisa y prendió un cigarro. La luz de la punta se encendía y se atenuaba de manera intermitente en la noche. Una repentina pena me tomó: la mía, por lo que me acababa de hacer en el jardín, sin razón alguna, y la suya, por haber sido engañado.

Roberto debía saber lo que estaba pasando. Su mente era como una trampa de acero. No había manera de que no lo supiera. Temblaba debajo de los pliegues de su abrigo mientras me bajaba de la mesa y me ponía los tacones. Lo miré por la espalda.

—Entonces, ¿eres bisexual?

Por lo regular, los hombres no podían hacerlo con una mujer. Sin embargo, él había estado bastante excitado conmigo. Sólo puedo concluir que no estaba reaccionando ante el trauma. Tiró la colilla, se volteó y me miró.

-No te rindes, ¿verdad?

Yo sólo había dicho la verdad. Era él quien negaba todo a pesar de las evidencias. Comenzó a alejarse. Lo seguí.

—Tu madre está jugando mahjongen la sala con sus amigas. No voy a darles una buena impresión si me veo así.

Se detuvo en seco y frunció el ceño.

-Qué problemática eres.

Ni siquiera hubiera estado así si no fuera por él. ¿Quién era él para echarme la culpa? Caminó de vuelta, se detuvo frente a mí y, de repente, se agachó y me cargó.

-¿Qué intentas hacer? -Eché un grito ahogado.

—Sigue soñando. —Sonrió con aires de superioridad—. Ni que fueras tan irresistible.

Conmigo en brazos, se abrió camino fuera del jardín. Era muy alto. Me abracé a su cuello con fuerza, temía que fuera a tirarme al suelo. Tenía un vago olor a cigarro.

Cuando no era tan fuerte, ese aroma era

sorprendentemente agradable. Todo era tan extraño. Esa súbita intimidad después de seis meses de matrimonio, después de haber descubierto su secreto. Si soy honesta, no tenía problemas con que me ignorara. Era mejor que lo que ocurría ahora: él que me hacía quién sabe qué cosas sin razón alguna y en los lugares más extraños.

Me cargó hacia la sala. Todas las del club de sociedad abrieron los ojos sorprendidas cuando me vieron en los brazos de Roberto y dejaron de jugar al mahjong. Él no se molestó en saludarlas y se dirigió hacia arriba. Escondí el rostro en su camisa, demasiado avergonzada como para mostrar la cara. Podía sentir que me clavaban la mirada en la espalda. Los ojos de la madre de Roberto eran como láseres que me quemaban.

Me cargó hasta la habitación y me echó sobre la cama. Este era nuestro cuarto pero rara vez se quedaba aquí. Por lo general, él dormía en otro lugar. Tomé mi pijama y entré al baño para darme una ducha. Cuando terminé, vi que Roberto seguía en el cuarto. Me aferré al cuello de la pijama y le eché una mirada temblorosa desde la puerta del baño. Estaba sentado en el sillón, con las piernas cruzadas. Se sentaba como un rey. Mi teléfono estaba en la mesita de centro. La voz de Abril resonaba a través del auricular.

-Isabela, conseguí el número de Octavio. Acordamos vernos mañana en la noche. Parece que le intereso bastante. Incluso dijo que tenía rasgos finos y parecía mujer. Ja, ja, ja, ese chico es tan lindo.

Palidecí. ¿Qué rayos hacía Abril llamándome en mitad de la noche y balbuceando tonterías en el teléfono sin siquiera confirmar que sí estuviese hablando conmigo?

Roberto colgó la llamada. Luego se cruzó de brazos y me lanzó una mirada. Fingí que sonreía.

-Ya es tarde. ¿No te vas a dormir?

-¿Tú y Abril fueron a un bar gay hace rato? -preguntó al fin.

Quedé pasmada un momento y asentí:

-Sí.

Se levantó y caminó hacia mí. Luego, me tomó de los hombros.

—¿Tanto te interesan los gays?

—Eh... —Me rasqué la nariz—. Abril fue la que me arrastró al lugar. Dijo que los hombres son más guapos en los bares gay.

Me miró con curiosidad.

-¿Más que yo?

Puede que fuera arrogante, pero hizo una buena pregunta. Era muy guapo. Había sido el soltero más codiciado de Ciudad Buenavista. Las mujeres lo deseaban. Ahora, era el gay más guapo de toda la ciudad.

Me escudriñó un segundo antes de voltearse. Caminaba con paso ligero. Miré su espalda y las palabras se me hicieron un nudo en la garganta. Justo antes de que cerrara la puerta, dije abruptamente:

-Roberto.

Se detuvo con su tenaz espalda hacia mí.

-Mi papá nos invitó a cenar mañana por la noche. ¿Tienes tiempo de ir?

Él sólo había conocido a mi familia una vez, fue breve, cuando hicimos la primera visita de costumbre a mi familia después de la boda. Después de eso, nunca había ido a ninguna de las cenas familiares a las que mi padre nos había invitado.

Se quedó con la mano en la perilla, quieto, luego se volvió y me miró. Comencé a sudar frío.

-Todo depende de qué tan bien te portes.

¿De qué tan bien me porte? Sonrió. En ese momento sentí un escalofrío.

-Voy a mi cuarto por mi pijama. Espérame aquí.

¿A qué se refería? ¿No acabábamos de hacerlo en el jardín? Sentí que hervía por dentro mientras veía a Roberto salir de mi habitación. Volvió pronto con la pijama en las manos. Me la aventó y dijo: —Voy a darme un baño. Llévamelas cuando te llame.

-Hay un perchero en el baño -le dije.

-Lo sé. Pero no tendrás oportunidad de portarte bien si lo uso.

Esbozó una amplia sonrisa y sus blancos dientes destellaron. Era una expresión de felicidad pero yo sólo podía ver al diablo en su rostro.

El pervertido entró al baño y comenzó a ducharse. Abracé la pijama contra mi pecho y me quedé sentada intranquilamente en la cama. Mi instinto me decía que mi vida no sería tan fácil como lo había sido. La noche de nuestra boda, Roberto me había dado un contrato que decía que estaríamos unidos en matrimonio durante un año. Cuando pasara, nos divorciaríamos y me darían mi recompensa. Creí que podría pasar el año en paz. Habían transcurrido seis meses y parecía que después de todo mi deseo no sería concedido.

Seguía anonadada cuando escuché que me llamaba desde el baño:

-¡Isabela!

Salté de la cama y corrí al baño con una explosión de adrenalina y su pijama en las manos. Había una ducha y una tina. Entrecerré los ojos para inspeccionar el lugar. No estaba en la bañera, entonces debía estar en la ducha. Coloqué su ropa en el perchero.

-Dejé tu ropa aquí.

—Pásame una toalla. —Su voz viajó desde la ducha, sonaba un tanto ahogada.

Encontré la toalla en el armario. Deslicé un poco la puerta de la ducha y sostuve la toalla para que la tomara. De repente, su mano apareció, me tomó de la muñeca y me jaló. La ducha seguía abierta. Comenzó a caerme agua en la cabeza. Podía verlo a través del vapor. Estaba de pie debajo de la regadera. El agua corría desde su cabeza hasta abajo. Su mirada era encantadora en el aire vaporoso. No me atreví a mirar abajo. Pero mis ojos se encontraron con los suyos. Era como recibir un toque eléctrico cuando la piel tocaba un suéter de lana de mala calidad.

Retrocedí un paso. Mi espalda chocó con la puerta de vidrio. Me dolió. Estiró los brazos y me abrazó por la cintura. Luego me susurró al oído con voz grave.

-Hubo una cosa que sí adivinaste hoy.

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