Hice un buen trabajo, capturé su imagen bastante bien en la escultura. Sin embargo, me sorprendí de cómo reconoció su semejanza en la estatua con una sola mirada.
—Sí. —sonreí y asentí—. Es usted.
-El maestro que hizo esto es muy talentoso -exclamó. Me di cuenta de que estaba muy contenta. No podía apartar las manos del tallado—. Se ve exactamente como yo.
—Yo lo hice —le dije.
-¿Oh? -Mi suegra me miró sorprendida-. ¿Es en serio? ¿Sabes esculpir?
—Lo disfruto. Esculpir y todas las demás formas de arte.
—Isa tiene manos ágiles —le dijo Abue. Me tomó de las manos y se las mostró a mi suegra-. Pero incluso las manos más ágiles pueden lesionarse en accidentes. Mira, qué cortada tan grande. Querida, querida, me lástima el corazón.
No me había hecho ese corte al esculpir el regalo de cumpleaños de mi suegra. Había estado dibujando y me corté mientras afilaba mis lápices. Estaba a punto de corregir a Abue cuando la señora continuó con sus halagos.
—Me preguntaba por qué esta tontita se quedaba despierta hasta tarde en la noche, escondida en el estudio. Hacía esto para ti. Ja, ja, ja, qué niña tan considerada, con manos tan diestras. Filial también. Ambas deberían aprender de Isa.
La señora no se olvidó de atacar a mis cuñadas de manera pasiva-agresiva mientras me felicitaba.
-No hay que comprar joyas todos los años y pensar que gastar dinero en sus mayores es lo mismo que ser filial. Eso muestra una falta de creatividad. Aunque, no es como si pudieran aprender a esculpir. Les falta el don para poder hacerlo.
La señora enfureció tanto a mis cuñadas que casi echaban espuma por la boca. La abracé y le susurré al oído.
-Por favor, no vaya demasiado lejos con sus halagos, no me suba hasta el cielo.
Me dio una sonrisa muy amplia, sus ojos tenían la forma de lunas crecientes. Me di cuenta de que a mi suegra le gustó mucho mi regalo. Giró la escultura de un lado a otro repetidamente, asintiendo y murmurando:
—Hm, está muy bien elaborada. Cuanto más la miro, más bonita me parece.
-Isabela, ¿estás segura de que tallaste a mi madre y no a Buda? —me dijo Roberto mientras la miraba. El rostro de su madre se iluminó con una sonrisa brillante.
—Es cierto —continuaron colmándome con elogios—. La mirada de serenidad celestial en la escultura es como la de Buda.
Sus halagos me avergonzaban un poco. ¿Acaso me elogió
Roberto hace unos minutos? Me sentí un poco abrumada.
Rara vez le concedía su aprobación a alguien.
Mi suegra me tomó de la mano y me dijo:
—Ven, siéntate a mi lado.
Llevaba casada con Roberto Lafuente más de seis meses. Durante ese período, me había tratado con la cortesía con la que se trata a un extraño; ni calidez, ni hostilidad. Sin embargo, acababa de decirme que me sentara a su lado. Abril sonrió con felicidad y me dio un ligero empujón.
-Anda, yo me sentaré allí.
Silvia llegó justo cuando me instalé junto a mi suegra. Ellas siempre se habían llevado bastante bien. A mi suegra le agradaba Silvia. Su regalo fue un elemento decorativo hecho de cristal blanco. El cristal era poco común y deslumbraba bajo la luz. Era hermoso. A mi suegra también le encantó su regalo. Hizo que ella se sentara a su izquierda.
Silvia y yo nos sentamos a ambos lados de mi suegra, como sus acompañantes. Me sentí incómoda sentada en ese lugar. Preferiría sentarme con Abril.
Roberto se sentó a mi lado.
-Sírvele comida a Isabela -le ordenó su madre.
—¿No tienes manos? —me murmuró mientras le sonreía alegremente.
Por supuesto que las tenía. Podría servirme mi propia comida. Colocó un trozo de pollo en mi plato. Miré hacia abajo y vi que era más hueso que carne.
-¿Contrataste a alguien para que lo hiciera por ti? ¿0 de verdad hiciste esa cosa tú misma?
—No tienes que creerme —respondí. También me gustaban los huesos de pollo. Disfrutó mordiéndolos en particular. Mantuve la cabeza gacha mientras mordisqueaba mi hueso de pollo. Él apoyó las mejillas entre las palmas y me miró fijamente.
-En ese caso, hazme uno también.
—¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Isabela, ¿por qué no me dijiste que tu suegra celebraría su cumpleaños? No tuve tiempo de prepararle un regalo.
Giré mi cabeza. Juan Tirado estaba de pie junto a nuestra mesa. Se había tomado la molestia de arreglarse. Su cabello estaba bien peinado y estaba vestido con un traje presentable, de negocios. ¿Qué hacía allí?
Mi cuero cabelludo picaba por el entumecimiento. Entré en pánico y me puse de pie. Mis labios temblaron mientras tartamudeaba.
-Tú, ¿qué haces aquí?
Tu suegra está celebrando su cumpleaños. Tengo que extenderle mis buenos deseos de alguna manera -dijo Tirado. Sus ojos se apartaron de mí, se tornaron hacia la izquierda. -Ella debe ser la señora Lafuente, ¿verdad?
Su voz era muy fuerte. Todos en la mesa, incluida mi suegra, lo miraban.
-Isabela -dijo mi suegra con un toque de confusión en su voz—. Este es...
-Señora Lafuente. -Tirado extendió la mano y estrecho la suya antes de que pudiera decir algo—. Soy Juan Tirado, el padre de Isabela. Su padre biológico.
Todos en la mesa quedaron aturdidos por un momento. Incluso mi suegra. Ella observó, atónita, a Tirado y luego a mí. Me sentí tan humillada. Ojalá pudiera suicidarme en ese mismo momento. Abril salió corriendo de su mesa e intentó alejarlo.
-Ven conmigo ahora mismo.
-Deja de alejarme. Detente. Tus guardias de seguridad me lastimaron el brazo hoy. -Tirado sabía que la gente estaba mirándolos y lo aprovechó al máximo, gritando en voz alta. Los invitados que se sentaron en las otras mesas giraron la cabeza y empezaron a vernos. Hoy era el cumpleaños de mi suegra. Su familia estaba aquí. Ella se sentiría extremadamente avergonzada si esto se salía de control.
Una mirada fría se fue asentando con lentitud en el rostro de mi suegra. Nadie estaría feliz de verse enfrascado en tal situación. Su nuera tenía una relación muy complicada con su propia familia. El padre que la había criado no era su padre biológico. Ahora, alguien que se hacía llamar el padre biológico de su nuera acababa de aparecer. Yo también lo vería como algo complejo.
-Hablemos de esto en privado -le susurré a Tirado-. Prométeme que no causarás problemas, ¿de acuerdo?
-Es el cumpleaños de tu suegra. ¿Por qué causaría problemas? -preguntó, mostrando una hilera de dientes ennegrecidos mientras me sonreía.
Me volví y dije en voz baja:
-Sólo quieres dinero, ¿no? Podemos hablarlo afuera.
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