Un extraño en mi cama romance Capítulo 84

Me dirigí directamente a la entrada sin Tirado. Cuando llegué a las puertas, me di la vuelta y vi como venía caminando hacia mí. No era un idiota. Sabía que no permitiría que la familia Lafuente se metiera en este lío. Si él hacía eso, perdería toda esperanza de obtener algo de mí. Caminé hacia el jardín frente al hotel. Él me alcanzó rápido. Sonrió mientras se paraba frente a mí.

—Mi querida hija —dijo.

Aparté sus manos de mí y dije:

—¿Cuánto dinero quieres?

-No me hables así. Soy tu padre, después de todo.

No quería perder más tiempo del necesario con escoria como él. Él me había engendrado y luego se negó a criarme. Ahora trataba de chantajearme. No tenía nada que decirle, simplemente sentí pena por mi madre, por haberse casado con un hombre así. Estaba de pie en la noche fría y ventosa, y me agarré del cuello de la blusa.

-Estás en una cena familiar de los Lafuente. No hagas nada estúpido. Deberías saber que Roberto estaba justo a mi lado en este momento.

-Ah, mi yerno. No pude hablar con él en ese momento. Soy su suegro, después de todo —dijo con descaro mientras sonreía.

Me apoyé contra el árbol. Me temblaban los dedos. No estaba asustada. Estaba enojada y molesta. Tenía el aspecto de un granuja sin corazón a pesar de su vejez. Podía imaginarme que tan horrible debió de haber tratado a mi madre.

-Dime tu precio. Toma el dinero y mantente fuera de mi vida.

-¿Entonces es un pago único? -me preguntó mientras se frotaba la nariz-. ¿No tienes la intención de cuidarme por el resto de mi vida? Planeaba disfrutar de mi jubilación.

—Olvídalo entonces —le respondí y me di la vuelta. Me tomó por el codo.

La palma de su mano estaba muy caliente, pero yo sólo lo sentí como un frío glacial. Traté de luchar, pero eso sólo hizo que me tomara con más fuerza. Se inclinó hacia mí, en sus ojos ardía una intensa luz, feroz y detestable.

-Isabela, eres mucho más bonita que tu madre. Y también eres más sexy. Ella estaba demasiado delgada. Mira tu figura. Perfecta.

Me miraba como una bestia. La sonrisa en su rostro era la de un pervertido. Yo era su hija, y ahí estaba él, mirándome con esos ojos.

-¡Suéltame! -grité. Era demasiado fuerte. No pude liberarme.

-Isabela -jadeó-. ¿Por qué no me compras una casa? Podemos mudarnos juntos. Sé que la familia Lafuente no te trata bien. Tu marido no te quiere en absoluto. Ven a vivir con tu papá. Tu papá te ama. Nos cuidaremos el uno al otro. Ayúdame a liquidar mis deudas. Viviremos juntos. Tu papá te devolverá tu amabilidad y te cuidará bien...

Podía oler el hedor a alcohol en su aliento acalorado.

Quería vomitar. No debería despreciar a mi propio padre, pero la mirada que me estaba dando no era la clase de mirada que un padre le da a su hija.

—¡Gritaré si te acercas más! -Luché por liberarme en vano —. ¿Qué quieres? ¡Sólo dame una cifra!

—¿No te dio una casa tu padre falso? Transfiéreme la propiedad y dame otros cincuenta millones de dólares.

Estaba pidiéndome la luna y las estrellas. Nunca le daría la casa de mi padre.

-No tengo tanto dinero.

-Ahórratelo. Todo el mundo sabe que ese falso padre tuyo te dio todos sus activos monetarios y sus valores financieros. No me sirven los valores financieros. No estoy pidiendo mucho. Son solo cincuenta millones.

-Suéltame - le exigí. Sus dedos eran como una abrazadera de hierro alrededor de mi brazo.

En lugar de soltarme, comenzó a acariciar mi mano.

—La piel de mi hija se siente tan suave y tersa. Solía cargarte cuando eras niña. Ha pasado mucho tiempo desde que hacía eso. ¡Ven, deja que tu papá te dé un abrazo!

Abrió sus amplios brazos y me rodeó con ellos. Mi estómago estaba revuelto. Empecé a gritar.

-Necesito ir al baño -le dije a Roberto con urgencia antes de correr al baño.

Quería vomitar, pero no salió nada a pesar de que estuve tirada sobre la taza del inodoro durante mucho tiempo. Finalmente me levanté y fui a lavarme la cara. Limpié el leve maquillaje que me había puesto y me eché agua fría en la cara. Eso me hizo sentir mucho mejor. No esperaba que Roberto estuviera afuera, esperándome, cuando salí del baño.

-¿Por qué no te bañas de una vez? Dijo después de mirarme de pies a cabeza.

—No hay regadera en el baño —le dije. Me bañaría si hubiera una.

-¿Te violó o algo así? —preguntó sin rodeos—. Llegué antes de que lograra besarte. ¿Tienes que ser una reina del drama?

-No sabes cómo me siento porque nunca te ha pasado algo así. Tu vida es perfecta y resplandeciente. Tus días son siempre brillantes y soleados. Nunca entenderás la sensación de estar atrapado en una tormenta.

Traté de pasar junto a él, pero me tomó de la muñeca.

-¿No tienes el espíritu para destruir las nubes? ¿O simplemente alejarte de ellas? ¿Por qué sigues de pie bajo la lluvia como una idiota?

Sólo la persona que me había salvado hace unos minutos poseería esa autoridad moral y me reprendería. Miré a Roberto y le dije:

-Siempre has estado en la cima. No sabes cómo se sienten las personas como nosotros, en el fondo.

-Eres demasiado estúpida. Muy débil. No te atreves a hacerte una prueba de ADN porque tienes miedo de descubrir que él es tu verdadero padre biológico, ¿no es así?

-Roberto, estoy agradecida de que me hayas salvado, pero de verdad no quiero hablar contigo en este momento -le expliqué, luchando para soltarme de su agarre. Me dirigí a el salón.

No me siguió ni intentó continuar la pelea. Aún le quedaba un poco de conciencia. Yo no sería ningún rival si se diera de una discusión entre nosotros, claro está.

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