Roberto todavía era capaz de controlarse. Justo cuando pensé que había ido demasiado lejos con los besos y sentí que su mano se deslizaba debajo de mi ropa, se levantó y se sentó en la orilla de la cama.
—¿Quieres ducharte con agua fría? —le pregunté consideradamente.
—¿Por qué no me pides que me aviente al mar? El agua está más fría.
-Si no temes ahogarte, adelante.
—¿De verdad crees que hacer que un hombre baje su temperatura corporal en momentos como este funcionará?
—Entonces, ¿qué quieres que haga?
Se cubrió el rostro con las manos. Cuando levantó la mirada de nuevo, tenía una expresión sosegada.
-Parece que sabes bailar -dijo.
-Eh.
-No estuviste mal en el vals.
-Mmm.
-¿Conoces el de dos tiempos?
-Mmm.
—Tengo un socio de negocios. Le encanta el vals a dos tiempos pero nadie sabe bailarlo con él. ¿Puedes bailar una canción con él?
Estaba pidiéndomelo amablemente, como si yo tuviera opción. Sus labios aún sabían a mi bálsamo. Poco a poco, mi corazón se volvió frío. Me había traído por negocios. Sabía que yo bailaba y que podría dejar que su socio se divirtiera. Por eso estaba portándose tan lindo conmigo. ¡Ja! Era Roberto del que estábamos hablando. Por supuesto que iba a usar todo lo que tuviera a la mano. No importaba si era una persona. Le sonreí y dije:
—Claro.
-Sólo le gusta bailar. No es malo —añadió él, casi como si sobrara la aclaración.
Seguí sonriendo.
-No ando en busca de un esposo. No me importa su personalidad.
Roberto era mi esposo, aunque su personalidad no era nada extraordinaria. Lo seguí a la cubierta. Justo estaban terminando un baile. Ahora, la música tocaba a dos tiempos. Mi vestido era bastante adecuado para eso. Iba a verse hermoso cuando comenzáramos a girar. Roberto no dejaba de mirarme.
—Puedes decir que no si no te sientes bien.
-¿Cuándo aprendiste a ser tan amable? -Le sonreí y dije-: Anoche fue mi culpa que te atraparan los paparazzi. Esto es para compensártelo.
Él avanzó y yo lo seguí hasta que llegamos frente a un
hombre.
-Señor Prado —dijo mientras me presentaba—: Ella es mi esposa. Conoce muy bien el baile a dos tiempos. ¿Por qué no bailan una canción juntos?
Me acababa de presentar como su esposa. Eso me sorprendió.
El hombre llevaba una máscara, pero por su ropa pude distinguir que era mayor que nosotros. Su cabello era bastante largo y un poco rizado. Tenía la apariencia de un artista. Alargó el brazo y dijo con educación:
—Si me permite.
Puse mi mano sobre la suya. Nos deslizamos hacia el salón de baile. Era excelente para bailar a dos tiempos. De pies ligeros y con gracia. Tuve la sensación de que el rostro oculto detrás de esa máscara no era desagradable. Vi a Roberto en una de las vueltas que di. Estaba parado en una orilla y nos miraba. ¿Por qué? Yo sólo era una bailarina, una acompañante que bailaba con su socio. Giré más enérgicamente. Las vueltas me marearon. Escuché
que mi compañero decía:
—Señorita Ferreiro, no esperaba que bailara tan bien.
Me helé un momento. Roberto no le había dicho mi nombre. ¿Cómo sabía que era Ferreiro? Miré los ojos que estaban detrás de la máscara. Cada vez me parecían más conocidos. Eran como dos cuartos crecientes.
—Puede quitarme la máscara. Tengo las manos ocupadas ahora.
Quitarle la máscara a alguien era algo muy grosero, pero la curiosidad me hizo estirar la mano y tomar la máscara por el borde. Él asintió para alentarme. Y se la quité. Ante mí apareció un rostro extrañamente conocido. Yo tenía razón, no era joven. Tenía un rostro que me confundía. Era claro que ya no era joven pero no podía identificar su edad. Aun así, era guapo. Tanto como los jóvenes que había por ahí. En especial, sus ojos se veían sabios y misteriosos. Incluso las arrugas de sus ojos tenían un encanto propio. Lo miré muda. No podía recordar quién era.
—Soy Arturo Pardo -dijo mientras apretaba los labios y
sonreía.
—Pareces tan reservada y tímida hasta que hablas sobre Abril. Entonces, eres como mamá gallina: abres tus alas para proteger a tu preciado polluelo.
—¿No puedes usar otra comparación? ¿Mamá gallina? ¿Qué tal un águila?
Él asintió.
-También sirve.
Nos miramos y sonreímos. No supe por qué pero sentía una proximidad hacia Arturo que no sentía hacia otros.
Sabía que eso no tenía nada que ver con Abril.
-Escuché a Abril decir que algo desafortunado ocurrió ese día -dijo Arturo mientras escudriñaba la expresión de mi rostro.
-Sí -asentí y dije-: Falleció mi padre.
-Mi más sentido pésame -dijo mientras me miraba con atención.
Sacudí la cabeza. No sabía qué decirle.
-Por cierto, ¿Abril conoce este lado tuyo? ¿Que eres empresario?
-No preguntó, así que no le dije.
-Ah.
-Vamos allá por algo de comer -propuso y apuntó al otro yate.
Toda la comida estaba allá. Lo seguí. De repente recordé el pastel de ajenjo que nos había preparado a Abril y a mí.
-Esos pasteles de ajenjo que haces saben igual que los que mi madre solía hacer.
-¿Ah, sí? -dijo mientras colocaba una rebanada en mi plato—. Mi primer amor me enseñó a hacerlos.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama