Pude sentir que algo se despertaba dentro de mí. Lo miré a los ojos y pregunté: —¿Cómo se llamaba tu primera novia? De repente, me sentí nerviosa. Las palmas de las manos me comenzaron a sudar. Mi pregunta pareció sorprenderle, pero de todos modos la respondió.
-Se llamaba Liza Torral.
Me tembló el corazón, luego pareció que había dejado de latir. Ese era el nombre de mi madre. Era inusual que alguien tuviera su apellido y mucho más que tuviera su mismo nombre. Tragué con dificultad, luego pregunté mientras escribía el nombre en la palma de mi mano:
-¿Liza Torral? ¿Así se escribe?
Él asintió y dijo:
-Sí.
Debe ser la más grande coincidencia que haya sucedido en este mundo. Me había encontrado al exnovio de mi madre en una fiesta en un yate en el mar. Nunca había sabido que ella tuvo un novio además de mi padre, aunque no estaba fuera de las posibilidades. Después de todo, ella y mi padre se juntaron después de pasar mucho tiempo separados. Sin embargo, no tenía idea de cuándo Arturo había llegado a su vida. La expresión de mi rostro debió ser terrible. A causa de la preocupación, él me tomó de las manos con más fuerza.
-Isabela, ¿estás bien?
—Sí —le sonreí con debilidad.
-¿De casualidad conoces a mi exnovia?
Abrí la boca, me humedecí los labios, sacudí la cabeza y asentí. Él era extremadamente astuto. Me llevó a un lado y me hizo sentarme.
-Si no me equivoco, Liza es tu madre, ¿verdad?
Volví la vista abruptamente y lo miré. Mi reacción lo reveló todo. Me observó un rato, luego suspiró.
—Tuve esa sensación hace un tiempo. Te pareces tanto a ella.
Otra ronda de fuegos artificiales explotó por encima de nuestra cabeza. Levanté la mirada y contemplé la enorme explosión rosa en el cielo. Algunos de esos pétalos parecían signos de interrogación. Hace unos días, alguien llamado Juan Tirado se había aparecido de la nada y me dijo que era el exesposo de mi madre. Ahora, alguien llamado Arturo Padre estaba frente a mí. Era exnovio de mi madre.
La vida está llena de gente que importa y gente que no importa. Mi madre había sido hermosa y amable. Era lógico que muchos hombres se hubieran enamorado de ella. No creí que hubiera tenido demasiados amantes. Juan era alguien con quien mi madre se juntó cuando no tuvo nadie más en quien apoyarse. En ese entonces, tomó la decisión equivocada. Sin embargo, puedo creer que ella pudiera haber amado al amable y gentil Arturo. Cuanto más lo miraba, más crecía en mí una sensación. Desde que lo vi por primera vez, me había parecido familiar. ¿Sería él mi padre biológico? Debía estar volviéndome loca. Actuaba como una niña loca que buscaba a su padre por todas partes. Todos a quienes miraba parecían mi padre. Hablando honestamente, deseaba que Arturo sí fuera mi padre. ¿Era por su estatus y su reputación?
-Isabela. —Su mano estaba sobre la mía, sin embargo, no sentí que estuviera intentando toquetearme-. Vuelve a tu cuarto y descansa si te sientes mal.
—Estoy bien —dije y negué con la cabeza—. Sólo me parece tan increíble encontrarme a un viejo amigo de mi madre.
—Gracias por llamarme así —dijo.
Tenía dedos largos y delgados. Se veían bien. Llevaba un anillo. Se lo quitó y me lo dio. Luego, me hizo una seña para que mirara la parte interior. Miré y vi una fila de diminutas letras grabadas: «Para Arturo. Liza». Estaba tan agitada que las manos me temblaban.
—¿Mi madre te dio este anillo?
-Sí —dijo y asintió—, lo hizo. Lo he guardado todo este tiempo.
—Mi madre está muerta —dije de repente.
Se veía particularmente agitado. Había levantado la voz, aunque sus gritos quedaron ahogados por la música y los fuertes vientos. ¿Por qué estaba tan enojado? ¿Creyó que me escaparía con otro hombre después de un solo baile? ¿Creyó que otra vez iba a lastimar su orgullo masculino? Forcejeé para liberar mi mano. Entonces, él vio el anillo en mi pulgar y me lo quitó de un tirón.
-¡Devuélvemelo! Lancé un grito ahogado.
-¿Aceptaste el anillo de alguien más después de conocerlo sólo unos minutos? ¿Tan desesperada estás de conseguir dinero?
Tomó el anillo entre sus dedos y lo lanzó por encima del barandal. Los fuegos artificiales seguían. El humo chispeante de los fuegos artificiales y la profunda oscuridad del mar hicieron que se me dificultara ver si de verdad había arrojado mi anillo por la borda. Eché un grito ahogado y me trepé al barandal.
—¡Mi anillo! ¿Lo aventaste al mar?
Extendió las manos y me las mostró.
—Ya no está. Todavía puedo pagarle a Arturo por su mísero anillo.
—¡Roberto, eres un cerdo detestable y machista!
Ese era el anillo de mi madre. Contra todo pronóstico, había conocido a un viejo amigo de mi madre y me había dado algo que fue de ella y ahora Roberto lo había arrojado al mar antes de que yo lo hubiera podido ver bien. Se sintió como si le echaran una cubeta de agua helada a una vela recién prendida. No podía pensar en nada. Me pasé al otro lado del barandal y salté al mar con lágrimas en los ojos. Había saltado. No sabía que fuera capaz de tal locura. Pude sentir que Roberto intentó asirme, pero sólo agarró el dobladillo de mi vestido. Escuché cómo se desgarraba la tela, luego a Roberto gritar:
-¡Isabela!
El océano estaba tan frío. ¿Por qué estaba tan helado? Un frío polar me rodeó por todos lados. Lo había olvidado: Abril me había enseñado todo tipo de deporte pero nunca logré aprender a nadar, sin importar cuánto lo intentara. Me hundí rápidamente después de lanzarme al mar. Estaba oscuro. No era nada como los programas de televisión lo mostraban. No tenía nada de romántico.
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