( 18) SWEET CANDY y DARK SHANE - SEX HARD romance Capítulo 36

Resulté teniendo 4 semanas de embarazo, agradecí mi buena memoria y una pequeña parte de mí se relajó puesto que en ese período, solo mantuve relaciones sexuales con Eder.

También nos dimos cuenta que los malestares, calores y calambres que ahora mi grandote poseía eran gracias a nuestro pequeño granito.

Así lo apodaría hasta que tuviese otra forma, el doctor nos dijo que eran malestares normales y que era común que los padres padecieran los males del embarazo en lugar de las mujeres, un punto a nuestro favor de parte de la cruel madre naturaleza. Dijo que incluso llegaría a sufrir de dolores de muelas y suspiré, si el hombre era dramático, imaginenlo con dolores de muelas.

Él se ha mantenido las últimas veinticuatro horas fuera de la consulta cómo si de un zombie se tratara. No me habla, no me mira, y me ha hervido la sangre por su jodido trato. Pero debía de entenderlo, muy dentro de mi terca cabeza debía entender y ponerme en su lugar. Era día de transmisión cuando por fin se atrevió a salir del trance selectivo.

—Vero— iba saliendo de mi room vistiendo mi ropa normal y un buen día en la web me tenía alegre. No quería ser apresurada pero estaba empezando a preocuparme por retomar mi carrera universitaria antes de que los planes se me complicaran.

—¿Si, zombie?

—Idiota— murmuró y arrugue el ceño— Ven, nos vamos.

—¿A donde?¿Por qué siempre supones que quiero irme contigo?¿Alguna vez alguien te ha dicho que tienes problemas con ese ego tuyo?— Amaba abordarlo con preguntas para sacarle de quicio. Como siempre funcionó, me miró con fastidio pero tomó mi mano con delicadeza y caminé a su lado. Mientras, no dejaba de evaluarme, usaba un jean color claro y una camiseta que mostraba mi ombligo de color turquesa junto a mis típicas zapatillas rosa pálido y mi cabello suelto en estado rebelde.

—Deberías empezar a cambiar tu manera de vestir, cariño, ¿No crees?— dijo mirándome de reojo, creo que humo empezó a salir de mis orejas y di un portazo innecesario a la camioneta.

—Mírame— le ordené, me obedeció— ¿Ves algún kilo de más, celulitis fuera de lugar o siquiera una puta estría? El jodido día que me sienta fea cambió mi manera de vestirme, así que no jodas, Eder Shane.

El hijo de puta se carcajeó. Se estaba burlando de mi.

Nadie dijo más nada en el largo trayecto, y me sorprendí cuando paramos frente a una heladería ambientada en los años sesenta. Había una rocola y los empleados parecían viajeros en el tiempo. Era hermoso.

—Un banana split gigante, por favor— dije con voz inocente mirando el menú. Eder me dio una mirada divertida y pidió un helado de menta y chocolate. La mesa era alta de bancas de hierro y mientras miraba a mi alrededor, de un momento al otro me sentí mareada.

—¿Estás bien? Te ves pálida— los orbes amarillentos me miraban con preocupación. Negué con la cabeza y tomé varias respiraciones profundas. Empecé a instruirme discretamente, gracias a Internet, y descubrí que era una buena manera de evitar la fátiga. Por supuesto, no le diría a mi cavernícola, amaba verlo sufrir con las chupetitas cómo único medicamento.

—Todo bien, ve por mi helado, rápido— pedí con una sonrisa tranquilizadora, me obedeció con resistencia y cuando dio dos pasos mi teléfono vibró con un mensaje entrante.

"Preciosa parejita, la cita perfecta. Me preguntó cúanto durará el encanto." Era Jeffrey.

Un sudor frío rodó por mi espalda al entender: Estaba siendo vigilada. Sin mostrar alarma alguna levanté la mirada por el lugar, sólo estaban dos parejas más y una familia con cuatro niños pequeños. Miré por el vidrio de la entrada y estaban dos carros fuera, y gente pasando.

"Jódete, idiota. No me molestes!" Bloqueé el teléfono y traté de disimular el temblor en mis manos cuando Eder apareció con la bandeja y los dos helados. Era rídicula la diferencia de tamaño entre el suyo y el mío.

—No puedo creer que de verdad te lo comerás todo— me miraba con sorpresa y encogí los hombros. Llevaba la mitad de mi helado, al igual que él. Estaba delicioso y juró que no me importaría vomitarlo entero si puedo comerme otro igual.

La familia con los niños hacía ruido y las risas infantiles desbordaban en el sitio, la mirada de mi gigante tonto estaba puesta en ellos y no pude dejar de sentir pequeñas mariposas en mi estomágo.

—Quiero una familia numerosa— comentó. Traté de disimular la sorpresa. Nunca me imaginé que sería un hombre paternal.

—Claro, me invitas a los bautizos— dije con sarcasmo cuchareando un pedazo de cereza con el helado de vainilla casi derretido. Él me ignoró y siguió hablando.

—Tal vez cuatro chicos. O cinco. ¿Imaginas cómo serían las mañanas? Nunca habría un minuto de silencio— dijo con una pequeña sonrisa en los labios mirándome. Puse mi mejor rostro fruncido mientras saboreaba lo último del chocolate.

—¿Estás loco, sabías? Me alegra ser sólo la madre de tu primer hijo, no me imagino con pequeñas copias diabólicas tuyas— solté una risa nerviosa y me relajé un poco cuando lo escuché reír con fuerza. Claro que era broma.

—Amo que pienses eso, nos veremos en el tercer parto, nena— Sí, una gran broma.

Iba a responder cuando el teléfono vibró de nuevo. No pude evitar el terror en mi mirada y pasear la vista por el lugar antes de sostenerlo, pero Eder fue más rápido y lo alzó antes que yo. Leyó el mensaje y algo no le gustó ya que arrugó el ceño con fuerza y sus puños se volvieron blancos. Debió de leer el chat anterior.

—¿Por qué carajos ese imbécil te sigue escribiendo?— Me encogí de hombros mirando a otro lado, de verdad deseaba saber cómo me observaba sin que yo lo descubriese— Vámonos, jodido idiota de mierda se las verá conmigo en cualquier puto momento— iba murmurando mientras nos subíamos a la camioneta, no dije nada para no alterar su ya inaguantable humor, revisé mi teléfono y descubrí por qué el mensaje que envió Jeffrey lo alteró tanto.

"Cómete todo el helado, bonita. Me recuerda cómo saboreabas mi pene en tu boca".

Sí, algo crudo.

Eder paró frente a mi puerta y luego de una discusión corta de cinco minutos sobre si debía irme a dormir con él o no, gané. Besé sus labios suavemente aunque estuviese con un humor de perros y prometió venir a verme en la noche con pizza y gaseosas para una noche de películas. Era su manera de decirme que dormiría conmigo sin importar mi opinión. Y estaba de acuerdo con eso.

Lo vi partir y subí, tomé una larga ducha y puse la alarma en el teléfono, era hora de una siesta. En ropa interior, fresca cómo una lechuga, fui a mi cama y en menos de lo que pude notar, estaba cayendo en brazos de Morfeo.

EDER SHANE NARRA:

—¡Maldito hijo de puta!— le di un golpe al volante y quise tener enfrente a ese idiota para matarlo con mis propias manos. Juro que no me importará mancharme de sangre con ese bastardo. Se lo encargaría a Tomás, mi jefe de seguridad. No sería la primera vez que un improvisto se cruce en mi camino. No soy un hombre completamente limpio y vivo con eso.

Dejé a los escoltas descansar porque deseaba tener un buen día con mi mujer, sólo nosotros. Y el jodido Edward vino a cagarla en forma. Necesitaba calmarme porque sino mi enojo iría en contra de ella y no deseaba joder lo nuestro. No así en este momento.

Conduje hasta mi cueva. Era como denominaba el piso que usaba como escape para todo y todos. Ni siquiera había invitado a Verónica ahí, a nadie realmente.

Tres cuadras antes de llegar, mientras pensaba en lo que haría- unos cuantos golpes al saco de box, ducha, comprar pizza de peperoni, tocineta y...

Una camioneta casi igual a la mía me embistió. Perdí el control y quedé contra un semaforo que amenazaba con caer sobre mi cabeza. Estaba aturdido y sentí un líquido rodar por mi mejilla. Genial, empecé a sangrar.

Como pude abrí la puerta y trastabillé hasta dar cara a la calle, donde el auto causante de mi coche estaba junto a otro y un par de motocicletas con dos pasajeros en cada una. En total, unas veinte personas me apuntaban con armas largas y sentí que todo se había ido a la mierda.

Mi hijo, maldición. Verónica.

Edward Jeffrey caminó frente a mí con una sonrisa amplia cómo la de un gato frente a su presa. Estaba loco si pretendía que yo era su cena, juré llevarlo a la tumba conmigo si era preciso.

—No pensé que fuese tan fácil. En serio, Shane, ¿No pudiste ponerte una manzana en la boca como los cerditos en bandeja de plata?— se rió de su estúpido chiste— Darle día libre a tus escoltas no parece una buena idea ahora, ¿Eh?

La nube de confusión en la que estaba se disipó y como excusa, me apoyé junto a mi camioneta, cuando lo que realmente hice fue llevar mi mano al bolsillo trasero del pantalon, donde tenía mi pequeña sorpresa.

—No me excitas, maldita. Difícil que te coja con el pene dormido, no despiertas más que asco en mi— hablé con honestidad. Nada me valía ya.

Me dio una sonrisa y no dijo nada, sin quitarse de mi cuerpo, se estiró para alcanzar algo en lo que supuse era una mesa de noche, cuando un tarro grande estuvo en sus manos me confundió, luego entendí lo que era y mi boca se convirtió en una O enorme. Ella reía como desquiciada y me sacó la lengua como una niña.

—¿Qué decías, bebé?— dijo burlona. Contuve una maldición cuando se bajó para llevarse consigo mis boxers. Mi pene dormido quedó al descubierto y realmente le pedí a mi amiguito que no intentara despertar. No con ella.

De nuevo se montó a la cama, para arrodillarse entre mis piernas separadas, forcejeé hasta que suspiró con cansancio y apretó las esposas que lastimaban mis pies. Miraba hambrienta mi pene y odié sentirme utilizado.

Sus labios subieron por mi glande hasta casi llegar a la base, cuando empezó a ahogarse. Lo sacó para tomar aire mientras con su lengua acariciaba y humedecía cada lugar de mi falo. Jugó un poco con la cabeza rosada y me sentí orgulloso cuando no se despertó de inmediato, ella puso una mala cara y, al ver mi burla, abrió el tarro de Virirec y llenó su mano mientras me miraba a los ojos. Los suyos eran celestes, ahora lo sabía.

—No tienes que hacer esto— dije por ultima vez, suplicante.

—Tengo y quiero, cariño. No sabes cúanto tiempo te he deseado en mi cama y ahora que mi hermano me dio este regalo, imposible no comerte— dijo sonriendo cuando empezó a huntar de crema mi pene, mientras metía mis bolas en su boca, causandome un escalofrío inmenso.

Hermano. Era hermana de Jeffrey. Lo tenía anotado. Esta hija de puta también estaba en la lista.

Cinco minutos después, mi pene parecia el mástil de una bandera y quise llorar, ella metió la lengua en mi oreja y mordiendo mi lóbulo me habló

—Que comience el juego.

Se quitó el sostén y los pezones rosados estaban erguidos mientras ella los acariciaba y apretaba, su peso en mi abdomen no era nada, y cuando bajó a mi pene empezó a dar movimientos circulares en él.

Sus manos acariciaban mi pecho y se apartó un milisegundo para arrancarse la tanga y quedar desnuda sobre mí. Primera vez en mi vida que no disfruto el toque de una mujer, que no deseo ver una piel lechosa ni unas tetas carnosas, primera vez que me siento violado.

De un movimiento mi pene estaba dentro suyo y su mano jugaba con su clítoris. No uso condón y me preocupaba el hecho de dejar mi semilla en esa maldita asquerosa. Ella subía y bajaba y llenó de gemidos el lugar, al parecer sí que lo estaba disfrutando.

Quince minutos después, estaba agotado, pegajoso y sudado, ella tuvo una infinidad de orgasmos mientras yo me repetía en voz baja mi nuevo mantra "Zeus se los comerá".

Sentí mi miembro tensarse y sabía que acabaría, odiaba como la mierda que fuera dentro de ella y que existiese la mínima posibilidad de embarazarla. Aunque ella no fuese a vivir por mucho tiempo.

—¿Lo ves? Fue increíble, amor— ella estaba agotada y acostada en mi pecho, cómo si fuesemos una pareja o algo, la realidad era que quería quitarla de encima y darme una larga ducha. Miró mi rostro de pocos amigos y se rió burlona— Dios, la cara de mi noviecita cuando lo vea— murmuró y la miré sorprendido.

—¿Qué mierda dices?— Ella besó mi mejilla

—Oh, claro cariño. Justo en este momento debe estar viendo cómo me follas salvajemente y debe estar a punto de desmayarse.

No, no, no, no.

—No, ella no... Dios, maldito hijo de puta— Estaba al borde del desesperó, sentí mis muñecas y tobillos sangrar contra las esposas pero no me importaba, necesitaba salir de aquí. La psicópata Jeffrey se reía y aún desnuda y llena de esperma agarró el frasco de crema y metió la mano.

—¿Listo para el segundo round?

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