Asentí con honestidad.
-Él quiere el divorcio. Si le digo lo del bebé, va a pensar que lo estoy usando para mantenernos casados.
Gael levantó la ceja, cuestionando:
-Pero ya lo sabe. ¿Qué harás?
Me quedé sorprendida por su pregunta. Traté de sondearlo y le pregunté:
—¿Alvaro quiere un hijo?
-No soy Alvaro -respondió Gael metiendo su teléfono en su bolsillo y mirándome-, Pero ya tiene 30 años y no hay razón para negarse a tener uno. —Dicho esto, colocó sus manos en los bolsillos y se fue.
«¿Eso significa que Alvaro quiere que tenga al bebé?»
Al parecer mi momento de optimismo fue prematuro.
Cuando Rebeca entró a mi cuarto, yo seguía atada al suero intravenoso y me agarró del cuello de forma impulsiva.
Sus ojos estaban rojos.
-¿Por qué? ¿Por qué te embarazaste? Samara, ¡mataste a mi bebé y no dejaré que el tuyo viva! -Mientras me ahorcaba, no podía respirar y lo único que podía intentar era quitar sus manos de encima, pero Rebeca había perdido el control-, ¡No dejaré que tengas a tu bebé! ¡No lo usarás para quedarte con Alvaro! -declaró de forma viciosa. Era pequeña y frágil, pero en ese momento, mi resistencia fue en vano al tratar de enfrentar su fuerza. Logré decir algunas palabras ahogadas:
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