Rebeca no podía parar de llorar como una niña abandonada por su mamá y Alvaro la jaló hacia sus brazos.
—Rebeca, no estás sola. No lo estarás. Tranquilízate, ¿de acuerdo?
-No la dejes tener tu bebé, por favor -suplicó Rebeca con los ojos hinchados de tanto llorar—, Alvi, no la dejes, por favor. ¿Quieres que me muera? -Sonaba determinada, pero la mirada de Alvaro se puso furiosa.
—¡Rebeca, detente!
Rebeca le dio un empujón, tomó un cuchillo para las frutas y cortó su muñeca. Sus acciones fueron rápidas. Alvaro y yo no teníamos ¡dea de que fuera a llegar a ese extremo. El hombre entró en pánico y la cargó para llevarla a la sala de emergencias. Rebeca se aferró a la barandilla de la cama, negándose a soltarse. Lo miró con intención y repitió: —¡No la dejes tener el bebé!
Yo estaba impactada.
«¿Por qué está tan determinada?»
Antes de que Alvaro pudiera responder, hablé:
-Rebeca, no te preocupes. No voy a... -Pausé y tomé un gran respiro para controlar el dolor- ¡No voy a tener al bebé!
-¡Samara! -gritó Alvaro, enojado.
—¡Si no la envías a la sala de emergencias, puede morir! ¡Imagina lo mal que te vas a sentir! -repliqué con tono amargo. Alvaro frunció los labios y me miró con ojos serios antes de irse con Rebeca en sus brazos. Me quedé sola en el cuarto. El charco de sangre en el piso, el cual le pertenecía a Rebeca, era claramente obvio. Mi fiebre había disminuido, pero los doctores dijeron que me iban a inyectar otro suero intravenoso. No estaba de ánimos para quedarme y salí sola del hospital. Luego de una noche de fuertes lluvias, el aire olía refrescante. No regresé al chalé y me fui directo al Corporativo Ayala. En la recepción de la empresa, la recepcionista se acercó a mí.
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