Amor precipitado con un hombre frío romance Capítulo 11

Bajo la luz plateada de la luna, la sonrisa del hombre del hombre era gentil y atractiva.

Apretando los labios, Susana podía sentir como su rostro se encendía.

—Comprobarlo... lo haré cuando lleguemos a casa—.

Inspiró profundamente:

-Ahora, solo pretendía ser valiente. Él es tan fuerte que yo no hubiera sido capaz de seguir contra él y tampoco podía hacer que dejara de molestarte.

Bajando la cabeza, la joven señora, miraba sus propios pies desnudos.

-Pero... aún puedo huir contigo. Creo que puedo correr bastante rápido.

Viendo su mirada seria, él no pudo evitar sonreír: -Así que ¿piensas huir siempre conmigo desde hora?

—Sí —afirmó, pero sacudió la cabeza cuando un pensamiento atravesó su mente- No huiré el resto de mi vida. Una vez que sea más fuerte, podré protegerte.

-¡Hecho! -Su cara se puso roja mientras apretaba los puños.

Dándose unas buenas palmadas en la cara, la joven señora echó un vistazo a la oscura carretera:

—¿Cómo vamos a volver ahora?

Había usado sus tacones como arma, así que ¿cómo iba a caminar todo el camino a casa con los pies descalzos y con él?

El hombre de la silla de ruedas rió:

-Cierra los ojos y empieza a contar. Una vez que hayas contado hasta diez, seré capaz de pensar en una forma de volver a casa.

-¿Aún vas a seguir bromeando? -se quejó ella.

-Dame una oportunidad. Sabrás si estoy bromeando.

-No soy una niña.

Proyectando su labio inferior en un puchero, la joven señora giró sus ojos hacia él, pero los cerró obediente y acto seguido empezó a contar:

-Uno, dos, tres...

Bajo la brillante luz de la luna, la voz de la joven señora y la cara de él eran puras como la nieve.

Mirándola a través de la seda negra, Pablo no podía entender cómo él mismo se veía tan gentil en ese momento.

-Ocho, nueve, diez.

En el momento que Susana contó diez, abrió los ojos.

Sin embargo, las luces delanteras de un coche en la distancia alumbraron hacia ella, y apenas pudo abrir los ojos.

Unos cuantos segundos después, el coche se paró delante de ellos.

Una vez que la puerta del coche se abrió, Manuel salió de él.

-Perdón por llegar tarde.

-En realidad no —dijo el hombre con una sonrisa—, pero si llegas a tardar un segundo más, podrías haberte quedado sin paga.

Susana se dio cuenta mientras lo ayudaba a subir al coche:

-Pensé que tenías un plan brillante. Y este era que Manuel nos recogiera -dijo Susana, con los labios fruncidos.

Colocando la silla en el coche despacio, Pablo contestó:

-Este es el mejor plan que un hombre ciego puede pensar.

Escuchando esto, Susana apretó los labios, porque no le gustaba que él se considerase a sí mismo como un

hombre ciego.

Tras sentarse junto a Pablo, el coche arrancó.

Como ella no había dormido bien la víspera, poco a poco se fue quedando dormida mientras se retrepaba en el asiento de cuero.

Adormilada, pensó que estaba escuchando a alguien hablar en voz baja.

-Señor, hemos llegado.

-No la despiertes. Déjala dormir.

-Pero...

Más tarde, Susana sintió que todo su cuerpo se elevaba, como si alguien la llevara en brazos.

Al final, se sintió como si hubiera caído en un cálido y cómodo abrazo.

Sin saber si era un sueño o realidad, podía incluso sentir el refrescante aroma a menta del hombre.

Quizás... solo fue un sueño.

El único y familiar aroma a menta la confundió aún más, puesto que no podía decir si era un sueño o realidad.

Con toda probabilidad, un sueño.

En su sueño, su marido la llevaba con gentileza y la puso despacio en la suave cama.

Mientras él acariciaba su cabello con suavidad, ella podía oírle decir:

-Tontita.

Con extrañeza, Susana notó que la voz ronca le era familiar, pero no podía recordar dónde la había escuchado.

Cuando se despertó al día siguiente, estaba despuntando el día.

Con la luz del sol brillando sobre ella, Susana bostezó perezosa mientras se sentaba en la cama.

En el momento que se dio cuenta de que estaba durmiendo en su habitación de recién casada, frunció el ceño mientras intentaba recordar qué ocurrió la noche anterior.

Mirando la puerta del baño, Susana puso los ojos en blanco.

Quitándose el arrugado vestido de cóctel, se levantó y se cambió con unos vaqueros y una camiseta blanca.

Justo cuando terminaba de vestirse, su teléfono sonó: era Helena.

-Susanita, ven ahora —gritó Helena sonando bastante ansiosa por el teléfono—. Alguien ha venido a la escuela. Han roto y quemado algunos de tus libros.

Sorprendida por sus palabras, Susana gritó:

-¿Qué?

Como una chica que había crecido en el campo, ella tenía la suerte de continuar sus estudios en la Ciudad de Minanegra. Por tanto, había alquilado un lugar en el edificio de estudio, para tener a salvo todos sus libros y apuntes.

Un gran número de estudiantes tenían esta costumbre también y nunca había habido ningún incidente. ¿Por qué iba a querer alguien destrozar y quemar sus libros?

-¡De todas formas, ven rápido! De otro modo, ¡será demasiado tarde!

Al mismo tiempo, Pablo estaba sentado en el sofá tomándose una taza de té mientras Manuel le leía el periódico.

Su ceño se frunció cuando la vio salir corriendo y dijo:

—¿Por qué tanta prisa?

-¡Ha ocurrido algo! ¡Necesito ir a la escuela ahora! -Tras ponerse los zapatos, Susana se giró para preguntar—: ¿Puedo llevarme a Manuel? Tengo prisa, él puede llevarme

en un momento.

En hora punta, no debería llamar a un taxi.

—Claro —dijo el hombre con suavidad.

Soltando el periódico, Manuel siguió a Susana.

-Señor.

Una vez que Susana se fue, el Sr. Benítez informó:

-Señor, acabo de recibir noticias de la Mansión Marcos, diciendo que Guillermo ha ido a la escuela de la señora.

Con una mueca, Pablo ordenó:

-Prepara el coche.

-¿Vamos a ir a la escuela de la señora?

-Sí.

-Pero -dudando un momento, el Sr. Benítez continuó—, señor, de acuerdo con nuestro plan, este no es el momento adecuado aún para tener un enfrentamiento cara a cara con Guillermo.

Quitándose la seda negra, Pablo miró al Sr. Benítez:

-Está atacando a mi esposa. ¿Quién se preocupa por el plan?

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