Según, debo descansar y hacer reposo, para él esto significa estar recostada en el sofá de la sala informal mientras que se desplaza por toda la cocina preparando quién sabe qué plato de comida. Es la primera vez, desde que lo conozco, que lo veo haciendo tal cosa. Normalmente era el cocinero que él había contratado quien se encargaba de todo esto y durante nuestro tiempo en Italia era lo mismo o de vez en cuando su madre quien lo hacía.
—¿De verdad sabes cocinar?— cuestiono con un tono de voz lo suficientemente alto para que él me escuche a pesar del ruido proveniente de las ollas, sartenes, y demás cosas que están cocinándose en las hornillas de la cocina.
Que esta sala esté conectada a la cocina, tiene sus ventajas por ejemplo, verle en jeans, camiseta blanca ajustada a su cuerpo y con esa sonrisa de oreja a oreja tatuada en su rostro cuando voltea a verme. Se ve tan, pero tan sexy.
—¿Olvidas que soy Italiano?— me pregunta pícaramente —amamos comer y cocinar — continúa y ahora soy yo quien sonríe.
—Creía que eras el típico niño rico que creció entre cocineros y sirvientes — bromeo.
Niega con su cabeza mientras achina sus ojos y se sonríe —esa creo que eres tu bella, pero no te preocupes, que no sepas cocinar no es algo que me preocupe.— rebate y esto sí que no se lo permitiré...
—¿Dudas de mis dotes de chef?— cuestiono a modo de reto mientras me levanto del sofá.
—Pero, ¿qué haces? Quédate allí descansando — me regaña, pero decido ignorar sus palabras y seguir avanzando hasta llegar a sus lado.
—Yo no soy ninguna niña malcriada rica , creo que eso ha quedado claro — me defiendo y decido interferir en su preparación de la cena y revisar cada cosa —¿orégano, sal, cebolla, pimientos rojos, y un toque de pimientos molidos...?— cuestiono mientras huelo la salsa de tomate que está preparando.
—¿Y tu desde cuando eres chef? Creo que ves mucha televisión amore mío...— bromea e intenta desconcentrarme rodeando mi cintura con sus brazos desde atrás.
Sonrió triunfal antes de responder —dos años de estudios culinarios en Le Cordon Bleu.— sentencio.
—¡¿Qué?!— me pregunta entre risas y de alguna manera consigue darme la vuelta para que quedemos de frente —tengo una chef profesional en casa y no lo sabía...— comenta acercándose de manera peligrosa a mis labios.
—No he terminado los estudios, fue más una afición que otra cosa — explico y es inevitable no morder mi labio inferior al verle así tan cerca y con esos ojos color mar mirándome de la manera tan sensual que lo hacen ahora.
Lo único que se escucha en esta cocina son gemidos, respiraciones agitadas, y el movimiento de nuestros cuerpos que, con el correr de los minutos, encuentran su desahogo dejándonos sin fuerzas, sin aire, y con el corazón latiendo a mil por hora.
—Menos mal que debía descansar — bromeo y reímos.
—No puedes seducirme y esperar que no haga nada... además, creo que el doctor no ha dicho nada de no tener sexo durante el embarazo, ¿no?— cuestiona y niego sonriente.
—No... y dicen por ahí que las mujeres disfrutamos más... habrá que comprobarlo ¿qué dices? – propongo.
—Estoy a tu disposición todo el tiempo, ya lo sabes...— rebate y me besa nuevamente —entre otras cosas creo que hemos arruinado toda la cocción de la comida, ¿pedimos algo por teléfono?— Propone y río.
—Suena bien...— accedo y cuidadosamente él me baja de la encimera.
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