-Mi abuela quiere que la tome come esposa y que la cuide tanto a usted como a su hijo por el resto de sus vidas. ¿Está dispuesta a casarse conmigo? -dijo Elias de manera brusca. Aunque estaba hablando de matrimonio, su mirada era indiferente, como si lo hiciera por pura responsabilidad.
Como esto le pareció gracioso, Anastasia se alborotó su largo cabello y miró al hombre de enfrente.
-Míreme bien. ¿Parezco una persona que no podrá casarse?
Ella era muy hermosa; de hecho, no era exagerado decir que era deslumbrante.
—Señorita Torres, ¿no se quiere casar conmigo? —Elias torció la esquina de sus labios y, en silencio, dejó salir un suspiro de alivio.
-Por más poderoso y apuesto que sea, usted no me interesa -le respondió Anastasia con mucha seguridad.
El apuesto rostro de Elias reveló una expresión un tanto sorprendida; parecía que a la mujer no le parecía atractivo. «Oh, bueno —pensó—, al cabo ese era el resultado que quería». Tal como lo quería, ninguno estaba atraído por el otro.
-Espero que pueda visitar a mi abuela en persona, señorita Torres.
Después de todo, solo esta mujer podía negar los abuelos de su abuela, ya que él también era responsable de otra mujer en su corazón. Anastasia lo pensó por unos cuantos segundos y, luego, preguntó con los ojos entrecerrados:
-¿En serio adquirió el Diamante QR Rosa Real Global?
—Desde ahora, seré su jefe, así que no se preocupe — expresó Elias y, aunque no podía casarse con ella, al menos la cuidaría en el trabajo.
—Está bien, ¡que así sea entonces! -dijo ella, pestañeando —. Hasta pronto, presidente, Palomares.
Elias se sobresaltó ante sus palabras, ya que nunca antes una mujer lo había despreciado de manera tan descarada. De este modo, él se levantó y se fue; después, Anastasia suspiró.
De pronto, Gabriela llamó a la puerta y preguntó:
-Anastasia, ¿de qué hablabas con el presidente Palomares? ¿Le agradas mucho?
-¿Quién dijo eso?
-Todos están diciendo que no te dejaba de ver en la sala de juntas —le informó el chisme más jugoso a Anastasia.
Cuando ella oyó esto, se enfadó, pues parecía que Elias le estaba causando problemas en el trabajo. Como se supone, él debería ser un buen jefe; así, ella se limitaría a trabajar bajo sus órdenes, mientras que él no debería aparecérsele en el futuro.
De pie frente a la ventana de suelo a techo, Anastasia levantó el teléfono y llamó a su padre.
—¡Hola! ¿Se puede saber quién llama? -sonó una voz
familiar.
-Papá, soy yo, Anastasia -dijo ella, con la nariz enrojecida.
-¿Anastasia? Tú... ¿Dónde te metiste en los últimos cinco años? No te pude encontrar. -Franco estaba muy sorprendido.
Ahora que el padre y la hija estaban conectados, ¿cómo podía continuar el odio? Los ojos de Anastasia se llenaron de lágrimas al contestarle:
-Papá, lo siento, he estado viviendo en el extranjero estos años y ahora volvía al país por trabajo.
-Está bien, siempre y cuando hayas vuelto. ¿Cuándo vendrás a casa?
-Iré en dos días.
-Bueno, con que estés sana y salva. Es mi culpa; no debí echarte.
-Olvidémonos del pasado -lo consoló ella, ya que había pasado por tantas adversidades y no quería pensar más en ellas.
—De acuerdo, ¡vuelve a casa cuanto antes! —Franco suspiró.
Anastasia colgó el teléfono y respiró profundo; en realidad, ella no quería volver a casa aún, le bastaba con que su padre supiera que se encontraba bien. En ese instante, Lorenzo tocó la puerta y se acercó con una caja en las manos.
—Vine a traerle esto, Anastasia.
Ella, sorprendida, observó la caja que él puso sobre la mesa.
-¿Qué es esto?
—Adivine.
—Noemí, hoy recibí una llamada. Adivina quién me llamó.
-¿Quién? -preguntó ella con curiosidad.
—¡Era Anastasia! Estuvo estudiando en el extranjero todos estos años; con razón no pude contactarme con ella —le respondió, alegre, sin percatarse de que la expresión de su esposa había cambiado de repente.
-¿Por qué sigues pensando en ella? -dijo, con resentimiento en los ojos—. Ella te avergonzó en el pasado, así que no puedes dejarla volver a casa.
—Noemí, lo he pensado por un largo tiempo y siento que ella no es esa clase de persona. Debe haber un malentendido y, de todas formas, han pasado muchos años. ¡Olvídalo ya!
—¿Cuál malentendido? Erica le tomó fotografías en los lugares que frecuentaba en medio de la noche; las pruebas eran evidentes.
Noemí de verdad no esperaba que Anastasia, a quien habían echado, volviera ahora.
«¿Habrá notado el desarrollo de nuestra empresa y, por ello, regresó para competir por los bienes de la familia? ¡No! Eso le pertenece a mi hija. ¡Pasará por mi cadáver si
Anastasia le pone las manos encima!».
Al darse cuenta de que su mujer no estaba contenta, Franco no dijo nada más y subió las escaleras, estando un poco cansado. Luego, Noemí tomó el teléfono y marcó el número de su hija.
—¡Hola, mamá!
-Frica, ¿quién crees que volvió?
-¿Quién?
-La pequeña zorra de Anastasia contactó a tu padre hoy y volvió.
-¿Qué? ¿Cómo se atreve a volver?
-Debe estar interesada por los bienes de nuestra familia y ha de querer una parte de estos. Conmigo aquí, no podrá ponerle ni un dedo encima —resopló Noemí con frialdad y una cara de amargura.
-Fui capaz de deshacerme de ella hace cinco años, así que, aunque vuelva, podré hacerlo de nuevo -dijo Érica, también segura de ello.
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