Nate tuvo que apretar los puños en un intento que no iba a hacer mucho efecto en controlarlo. No podía creer que aquel infeliz estuviera diciéndole todo aquello, especialmente retándolo de esa forma. Pero estaba dispuesto a seguirle aquel sórdido juego y permitirle la amenaza porque tenía que saber hasta dónde era capaz de llegar.
—¿Y qué te parece si me dices qué es lo que piensas hacer para obtener ese puesto que tanto deseas en esta compañía? —le espetó con rabia, pero Lloyd le regaló una sonrisa socarrona.
—¡Abrir mi boca, eso es lo único que tengo que hacer! —replicó el viejo—. Lo único que tengo que hacer es soltar la lengua y esa parte de la fortuna Vanderwood que mi hermano te dejó desaparecerá para ti en un solo instante. ¿O crees que esos a los que llamas “hermanos” van a permitir que un tipo que ni siquiera es hijo biológico de Rufus se quede con una parte de su herencia?
Nate dio dos pasos hacia él, listo para partirle la cara justo como se merecía, pero Lloyd lo enfrentó sin ninguna vergüenza.
—¡No seas estúpido! No puedo creer que seas tan malo para los negocios como para no darte cuenta de que lo perderás todo si yo hablo —escupió el viejo—. Dame lo que quiero y puedo asegurarte que nadie se enterará jamás de que no eres hijo de Rufus. Pero atrévete a desobedecerme y te juro que mañana a esta hora, en cada periódico del país, correrá la noticia de que el primogénito de el clan Vanderwood no lleva la sangre del difunto patriarca.
Nate desvió la mirada y dio un paso atrás muy conscientemente. Porque lo que Lloyd no sabía era que el dinero lo tenía sin cuidado, pero Nate estaba seguro de que una noticia como aquella podía agravar la enfermedad de su padre y poner su corazón aún más débil de lo que ya estaba.
—¿Y qué es lo que quieres? —gruñó entre dientes.
—El control de la empresa. Quiero ser el CEO de la compañía Vanderwood, así que procura convencer a todos tus hermanos para que me den ese puesto, con un muy obvio aumento de salario, claro está.
—¿Algo más? —siseó Nate con aspereza.
—Sí, dinero. Sienna y su madre necesitan mejorar su calidad de vida y, obviamente, también están esperando contratar un buen abogado para el caso del chiquillo —sentenció Lloyd—. Tienes veinticuatro horas para hacer que la junta directiva me nombre CEO y para entregarle a ella una suma que considere agradable, o de lo contrario, vas a perder absolutamente todo lo que tienes.
Lloyd se dio la vuelta y salió de aquella oficina con la barbilla levantada, como si esa fuera la última batalla y estuviera completamente seguro de haberla ganado. Conocía muy bien a Nate; era un hombre de ciudad exactamente igual que él, y tenía demasiado que perder si aquella verdad salía a la luz. Todas sus acciones en la compañía Vanderwood, cualquier herencia que Rufus hubiera podido dejar para él o sus hijos, todo quedaría atrás si se descubría que no era un hijo legítimo de Rufus.
Nate se dejó caer en uno de los sofás de la oficina y trató de luchar contra aquella opresión que le cerraba la garganta y le impedía respirar. No podía creer que nada de aquello fuera real, pero por suerte o por desgracia, solo había una persona capaz de confirmar o no esa información.
Se levantó de allí un poco tambaleante y agradeció que nadie lo interceptara en su camino hacia la salida. Condujo despacio, condujo atento porque era muy consciente de lo mal que se sentía y lo último que quería ser víctima de un accidente.
Pero cuando por fin se detuvo frente a aquel correccional de mujeres, comprendió que realmente estaba tocando fondo. No tuvo que dar demasiadas explicaciones, solo pedir hablar con aquella mujer, y quince minutos después estaba sentado en la salita de reunión privada frente a su madre.
Cualquiera pensaría que pasar algún tiempo en ese lugar provocaría algún tipo de reflexión o arrepentimiento en aquella mujer, pero la mirada de Adaline era tan vacía e indiferente como cuando se había presentado en el funeral de su padre.
—¿Viniste a pagar por mi abogado? —preguntó ella con molestia cruzándose de brazos, y Nate apoyó los codos en la mesa que los separaba, tratando de calmarse.
—Supongo que eso dependerá de si me dices la verdad —replicó—. Estoy dispuesto a pagar un abogado para ti, siempre y cuando me digas qué demonios fue lo que pasó entre Lloyd y tú.
Durante un segundo fugaz Nate pudo ver la sorpresa reflejada en el rostro de su madre, pero luego solo quedó impotencia y frustración.
—Entonces ya te lo dijeron —escupió Adaline con desgana.
—Entonces es verdad… —comprendió Nate mientras su corazón se hundía aún más—. Rufus Vanderwood no es mi padre, ¿soy hijo de Lloyd, no es así?
Jamás en toda su vida Nate había visto semejante expresión en los ojos de su madre, como si fuera una extraña y no la persona que lo había criado.
—¿Quién soltó la lengua? ¿Sienna o Paloma? —preguntó—. He pasado literalmente décadas intentando ocultar ese error en particular, y he tenido que pagar muy bien por ello, así que quiero saber a cuál de las dos voy a tener que matar cuando salga de aquí.
—¡Da igual! El caso es que me llevé a Rufus a la cama una noche, y un par de semanas después le avisé que me había embarazado. ¿Conclusión?: él dejó a Paloma y se casó conmigo porque era un hombre de honor.
—Y desde entonces Paloma te ha estado chantajeando —murmuró Nate.
—Se enteró de la verdad un par de años después, escuchó una conversación que no debía cuando Lloyd regresó y nos encontró discutiendo, pero para ese entonces ella ya estaba casada con un hombre supuestamente rico, así que solo se contentó con sacarme dinero.
Nate se puso de pie, apoyándose en la mesa, sintiendo que desvanecería en cualquier momento. Aquella historia tan sórdida le revolvía el estómago porque simplemente no podía creer que la mujer a la que había llamado “madre” toda su vida y a la que creía un ejemplo de bondad y buen corazón, al parecer jamás había sido más que una interesada oportunista desde su juventud.
—¿Qué haces? ¿A dónde vas? —gruñó Adaline, levantándose, y él se mesó los cabellos.
—¿Tú qué crees? ¡Me voy de aquí o de lo contrario terminaré por vomitarte encima! —espetó Nate.
—¿Y mi abogado cuándo viene? —lo increpó Adaline y él se quedó observándola durante un largo segundo y para finalmente sonreír con sarcasmo.
—Pues tú le mentiste a mi padre durante media vida —replicó él—. Así que parece que tengo a quién salir.
Y lo último que Adaline dio de él fue su espalda saliendo de aquella salita para no volverla a ver nunca más.
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