Sobra decir que Rufus Vanderwood había pasado por mucho en su vida, desde grandes amores hasta grandes decepciones, pero pocos eran quienes había tenido que afrontar una realidad tan difícil como la de querer ser asesinado por la misma mujer con la que había compartido toda su vida.
Quizás por eso ahora valoraba más a las personas, quizás por eso cosas que antes consideraba importantes habían dejado de serlo para él, y simplemente había aceptado lo mejor de lo que ahora tenía.
Por cuestiones de seguridad vivía con Nate, porque la hacienda era demasiado grande y sus hijos no querían que nadie supiera todavía que estaba vivo; y por cuestiones de cariño dedicaba todo su tiempo a sus nietos.
Así que en eso estaba, consintiendo a Nathalie y a Brasen, cuando vio la silla de Blair llegar junto a él. Y aquella expresión de preocupación y tristeza en la muchacha no le pasó desapercibida.
—No pienses en esto, solo serán unas pocas semanas, quizás mucho menos —intentó animarla—. Pero hija, vas a ver que muy pronto vas a caminar por ti misma y todo estará bien.
Blair pasó saliva con nerviosismo, pero sabía que si quería ayudar a Nate, tenía que resolver aquello de la única forma posible.
—Señor Vanderwood...
—Rufus, hija, Rufus —le sonrió él y Blair tomó su mano.
—La verdad es que sí estoy muy preocupada, pero no es por mí —confesó y el hombre la miró atentamente—. Es por Nate.
Rufus frunció el ceño y puso el pequeño bebé en su mecedora, donde enseguida se entretuvo con los muñecos que colgaban de ella.
—¿Está pasando algo que no me hayan dicho? —le preguntó nervioso.
—Está pasando mucho. Nate realmente la está pasando mal porque está demasiado preocupado por usted. Hay... hay algunas malas noticias, señor Rufus, y él tiene miedo por su salud, por cómo usted va a reaccionar.
El hombre frente a ella tomó una larga inspiración y luego palmeó su mano con un gesto cariñoso.
—¿Alguno de ellos está enfermo? —preguntó con tristeza.
—No, señor Rufus, no, todos están bien.
—¿Alguno está en peligro de muerte? —insistió el hombre.
—No, señor Rufus, ¿cómo cree? Todos están bien, los cinco muchachos están bien, es solo que...
—Entonces, nada de lo demás importa —sentenció él—. No hay nada más precioso que la vida, hija, tú lo sabes mejor que nadie, así que si todos ellos están vivos, lo demás no tiene importancia.
Vio lo nerviosa que estaba Blair y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
—Ten la confianza para decirme lo que necesites. Estoy bien ahora, estoy feliz, y créeme cuando te digo que mi corazón últimamente es lo bastante fuerte como para superar cualquier cosa.
—¿Entonces me promete que intentará no alterarse y no ponerse mal? —le pidió la muchacha, y él asintió con seguridad.
Contarle todo, desde el principio, era quizás un peso y una carga que no le correspondía; sin embargo, Blair habría hecho cualquier cosa por ahorrarle aquel dolor a Nate.
Pero a medida que iba contándole a Rufus Vanderwood acerca del chantaje de Lloyd, de aquella nueva traición de Adaline y de la desesperación de Nate por saber que no era su hijo biológico, lo único que veía en el rostro de aquel anciano era una comprensión profunda sobre la que finalmente se esbozó una sonrisa.
—¡Qué gente tan idiota! —murmuró por fin con un suspiro—. Pero te juro que si decepción y coraje me provocan a mi hermano y Adaline, ¡lo que me provoca Nate es darle dos buenas nalgadas como si todavía tuviera cinco años! —exclamó—. Yo sé que tú lo amas, hija, pero no me lo puedes negar: mi primogénito es un poquito lento.
A aquella hora Blair no sabía si sonreír o respirar más aliviada, porque el señor Rufus no estaba ni alterado, ni con un ataque, ni gritando.
—¿Usted lo sabía? —le preguntó, y lo vio negar.
—No, no sabía nada. Pero realmente no soy el tipo de hombre al que la sangre le importe demasiado —sentenció—. Amé a mi nieta desde el mismo momento en que la conocí, lo sabes muy bien. Así que, ¿cómo crees que no voy a amar al hijo que he criado por más de treinta años? —sonrió con un poco de desgana y se encogió de hombros—. Nate es más yo que cualquiera de mis otros hijos, así que realmente da lo mismo quién lo hizo, lo importante es que yo lo eduqué.
Los ojos de Blair se llenaron esta vez de lágrimas de alivio; y el señor Rufus la abrazó con un gesto cariñoso.
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