Tarah O'Kelly
Mi grito resonó en la ceremonia de la boda, dejando a todos los presentes paralizados. La novia comenzó a llorar, me miró con una expresión de sorpresa y confusión, mientras Anthony, parecía un ciervo atrapado en los faros de un automóvil.
Yo tambaleándome un poco por la mezcla de alcohol y emociones, di un paso hacia adelante y miré fijamente a Anthony. Mis ojos se encontraron, y en ese momento, un torrente de sentimientos encontrados inundó mi mente. La traición, la ira y el dolor luchaban contra el amor y la confusión.
—¡Tony! ¿Qué carajos haces vestido de novio, en una boda donde yo no soy la novia? —dijeí, esta vez en un tono más bajo pero lleno de intensidad.
Mi voz estaba llena de preguntas, mi mirada exigía respuestas, me parecía una pesadilla lo que estaba viviendo.
La novia, pugnando por contener las lágrimas se acercó y se quedó viéndome.
—¿Quién es esta mujer, Anthony? —preguntó con voz temblorosa.
Anthony, nervioso y sin saber qué hacer, me miró y luego a su futura esposa.
—Es solo un malentendido, cariño. No sé cómo llegó aquí. —Su respuesta fue débil, y no pudo evitar mi mirada inquisitiva.
Anthony se volvió hacia mí, con los ojos llenos de miedo y una expresión de incredulidad en su rostro.
Los invitados murmuraban entre sí mientras yo seguía avanzando hacia el altar, sintiendo la arena caliente bajo mis pies y el sol calentando mi piel.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Anthony, tratando de mantener la calma.
—¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Maldit0, desgraciado! ¡¿Cómo pudiste?! —exclamé con los dientes apretados por completo indignada, sintiendo cómo la ira se apoderaba de mí.
A pesar de mi estado de ebriedad, aún tenía un resquicio de conciencia, sin embargo, presenciar semejante traición, estaba socavando la poca cordura que tenía.
—¿Qué estás haciendo tú aquí, casándote con otra mujer?
Anthony me miró con desprecio.
—¿Por qué vienes a reclamarme? Tú no eres nadie en mi vida, solo eres una azafata que me acosa por meterse en mi cama y yo te rechacé —dijo en un susurro.
Yo no podía creer el cinismo de este hombre.
¡¿Cómo podía decir todas esas cosas? Levanté la mano y lo abofeteé, comencé a golpearlo con los ojos cerrados, por completo fuera de mí, mientras él trataba de detenerme.
Mis puños se movieron con furia, golpeándolo una y otra vez, mientras las lágrimas se mezclaban con el rímel en mis mejillas. No podía creer la traición que acababa de presenciar, y mi corazón estaba destrozado.
Hasta que repentinamente sentí unas manos levantándome, me colocó en los hombros como si yo fuera un saco de patatas y empezó a sacarme del lugar.
Me resistí, luchando contra la persona que intentaba alejarme, gritando maldiciones y llorando. Pero finalmente, me encontré fuera de la ceremonia y subiendo a un yate.
—¡Ya suéltame! —exclamé indignada, pero el hombre no me soltó.
Nos separamos para enviar aire a nuestros pulmones y él se quedó mirándome con una mezcla de sorpresa y deseo.
—Al parecer Anthony tiene razón… no eres más que una seductora, y el papel de mujer ingenua que quieres hacerme creer, no te va bien —expresó en un murmullo.
—No quieres comprobarlo por ti mismo —expresé mirándolo de manera intensa, quizás esa era la manera de vengarme del idiota de Anthony y de este que tenía al frente.
Él dudó por un momento, pero segundos después, sentí sus manos comenzar a recorrer mi cuerpo.
Mi cuerpo se tensó en principio en respuesta a su tacto, pero a medida que sus caricias se hicieron más intensa, me llené de una mezcla de miedo y deseo. No sabía quién era este hombre misterioso, pero mi corazón latía con fuerza en mi pecho, anhelando más de su contacto, y por primera vez quería la intimidad con un hombre.
A medida que sus manos se deslizaron por mi piel, sentí mi cuerpo temblar de excitación. Él me dejó caer en la cama, sin dejar de acariciarme, me besó con hambre insaciable, como si quisiera más de mí.
La cordura huyó por completo de mí, él se desnudó y me despojó a mí también de la ropa, y yo no lo detuve, me dejé arrastrar por primera vez en esa vorágine de emoción y sensaciones que me hacían temblar.
Sus besos me hacían perder la cabeza y sus manos expertas me llevaban al límite del placer. Me sentí vulnerable, pero al mismo tiempo, poderosa al estar en manos de un hombre tan dominante.
Sus labios se deslizaron por mi cuello y bajaron hasta mis pechos, mientras sus dedos exploraban cada rincón de mi cuerpo. Yo gemía sin control, completamente entregada a él.
De repente, sentí su masculinidad pulsando en mi entrada, y supe que ya no había vuelta atrás.
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