Su voz se volvió suave, tan suave que apenas se oía. Incluso Vivían sabía lo terrible que era su excusa. Había estado husmeando, apenas podía creer que había hecho algo tan horrible.
Cuando Finnick vio lo pálida que estaba Vivían, sintió un dolor contundente en su corazón.
«Maldita sea. ¿Fui demasiado duro con ella? ¿La he asustado?» Finnick no quería parecer enfadado con ella, pero cuando el collar estuvo a punto de caer al suelo, la ira había estallado en su pecho. El collar significaba demasiadas cosas para él. «Si se hubiera roto...»
Finnick no se atrevió a imaginarlo. Sabiendo que ahora no podría hablar con Vivían con tranquilidad, se dio la vuelta y se dirigió al armario. Sacó su camisa y murmuró:
—Tengo algunas cosas que atender en la oficina. Saldré un rato. Descansa pronto.
Las pestañas de Vivían se agitaron.
«¿No quiere Finnick verme?» No pudo decir nada más que morderse el labio inferior y asentir.
Finnick no tardó en cambiarse. Sin secarse el pelo, se sentó en su silla de ruedas y salió de la habitación.
Molly estaba limpiando la casa cuando vio bajar a Finnick. Lo miró con los ojos muy abiertos.
—Sr. Norton, ya es muy tarde en la noche. ¿A dónde va? — Se apresuró a acercarse-, ¡Y tu pelo! ¿Por qué está mojado? Sécalo rápido.
Finnick se detuvo en seco. Aunque su expresión seguía siendo fría, pronunció con calma:
Vivían debería haber sabido que, aparte de su madre, nadie más se preocuparía en verdad por ella en este mundo. Su padre biológico, Harvey, y Fabian, que había prometido quedarse a su lado para siempre, solo eran transeúntes en su vida.
«¿Cómo puedo esperar que Finnick me trate de forma diferente?»
Vivían lo entendía mejor que nadie.
«Pero... ¿Por qué siento el pecho tan apretado?» Vivían estiró la mano para ponerla en el pecho. Fue doloroso e incómodo, como si la apretara una fuerza invisible. «Es porque...» Un pensamiento pasó por su mente. De repente sintió que había algo en su corazón que ya no podía ignorar. «Es porque... ¿Me estoy enamorando de Finnick?»
Esa noche, Finnick no regresó.
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