El niño era inocente. Fabian sabía que no podía actuar de forma irresponsable y abandonar sin miramientos a la madre y al niño. Sin embargo, ¡detestaba a Ashley! Al principio, solo quería explotarla para vengarse de Vivían, que le había engañado, porque la cicatriz de Ashley en el entrecejo le recordaba a ella. Pero para su sorpresa, Dios le había gastado una gran broma.
Vivían no le engañó; ¡solo fue una víctima! Pensando en el pasado, se dio cuenta de que no había estado a su lado cuando ella necesitaba su consuelo y protección. Dos años más tarde, tras volver a encontrarse con Vivían, volvió a cometer el mismo error.
Fabian se aborrecía a sí mismo. En su mirada ebria, vio a la Vivían de la que se enamoró. Iba cubierta con un vestido azul y corría con elegancia hacia él mientras gritaba su nombre con entusiasmo. En el pasado, le gustaba atarse el pelo en una coleta alta y disfrutaba yendo al cine.
Siempre le arrastraba para ver la última película al terminar las clases. Es más, incluso le decía que, cuando fueran mayores, podrían seguir sentándose en el cine para ver sus películas favoritas. Recordó que le sonrió y le dijo que sería ridículo que el cine siguiera allí sin cambios. Ambos soltaron una carcajada.
Cuando su memoria se desdibujó, se transformó de repente en el rostro de Ashley. Ella lo miraba seductora mientras lo enganchaba con su dedo, diciendo su nombre y el de su bebé. En su estado de embriaguez, Rabian se sintió muy angustiado y torturado cuando los recuerdos agradables con Vivían se transformaron en el constante acoso de Ashley.
«¿Me perdonarás alguna vez, Vivían? Te echo mucho de menos». Divagó en voz baja:
—Vivían, Vivían...
Vivían trabajaba en un turno extra de noche. Mientras sus compañeros salían de la oficina, Sarah le recordó que no se sobre exigiera y que se fuera antes a casa. Finnick tenía una reunión esa noche y tampoco había llegado.
Al caer la noche, Vivían decidió irse y empezó a recoger sus pertenencias. Justo cuando estaba a punto de apagar las luces de la oficina, Fabian irrumpió de repente en el despacho apestando a alcohol y le dio un susto. Ella se adelantó a toda prisa para ayudarlo y exclamó:
-¿Has estado bebiendo? ¿Por qué has bebido tanto? ¿Por qué estás aquí en la oficina? Deja que te lleve a casa.
Fabian abrió los ojos y fijó su mirada en ella: Era Vivían.
Estaba encantado y dijo:
-¡Vivían, de verdad eres tú! No te has ido...
Vivían no tenía ni ¡dea de lo borracho que estaba, pero se dio cuenta de que le costaba pronunciar las palabras.
-¿Qué quieres de mí, Fabian? Es tarde, así que hablemos mañana -respondió apresurada. Quería salir de allí. Sin embargo, él estaba demasiado ebrio y ella se sentía incómoda dejándolo solo.
-Vivían, sé que todavía me amas. Por favor, vuelve conmigo. Sé que me equivoqué. Soy un idiota -suplicó.
—Fabian, deja tu estupor de borracho. Debemos irnos. Te llevaré a casa. Descansa bien esta noche y te despertarás con la cabeza despejada.
Dio un paso adelante y la abrazó con fuerza sin intención de soltarla.
-¡Suéltame, Fabian! Has bebido demasiado -gritó ella.
Intentó zafarse de su apretado abrazo, pero él la rodeó con más fuerza hasta el punto de que le costaba respirar.
Siguió abrazándola con firmeza y espetó:
-¡Es mejor emborracharse porque puedo abrazarte como lo hice en el pasado! Vivían, nunca me he olvidado de ti. Por favor, no me dejes, Vivían. Por favor, perdóname y no me dejes...
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