Esta vez Samuel y Melany acompañaron a Sergio.
—¿Qué hacen ustedes aquí?
Aarón estaba furioso al verlos a los tres, pero no se esperaba que fueran tan educados.
—Tío Aarón, Tía Catalina, ¿dónde está Zamira?
Ellos traían en sus manos todo tipo de obsequios, lo que confundió mucho más a Aarón y a Catalina.
—¿Zamira? Ella no está —dijo Catalina.
Melany les ofreció una amplia sonrisa.
—¿A dónde fue, Tía Catalina?
Catalina negó con la cabeza.
—No tengo idea. Ella salió temprano con Leandro.
—Oh, está bien, tíos. Por favor, ¿pueden avisarnos cuando regrese? Ya nos vamos.
Aarón y Catalina se quedaron mucho más desconcertados cuando vieron que ellos tres se marcharon.
—¿Qué estarán tramando? Incluso nos dieron obsequios. ¿Ahora están besándonos los pies?
—¡No me digas que lo que dijo Leandro se hizo realidad! —dijo Catalina con tono pensativo—. Al parecer, ya no sé cuándo puedo creer en sus palabras.
En ese momento, Leandro y Zamira estaban caminando sin rumbo fijo por su alma mater. Ella había apagado su móvil luego de que su esposo se lo sugiriera.
Ya era de noche cuando Samuel y los demás salieron de la residencia de los López. No se alejaron mucho; de hecho, se quedaron esperando frente al vecindario de Zamira. Tres horas después, la pareja no había regresado. Gerardo ya había llamado varias veces para ver cómo marchaba todo.
—¿Dónde diablos está Zamira? ¡Llámala ahora mismo!
La paciencia de Samuel iba disminuyendo mientras se fumaba un cigarrillo tras otro. En ese instante, Melany marcó el número de Zamira.
—El número al que usted llama no está disponible en estos momentos…
El rostro de Melany se tensó al escuchar el mensaje automatizado.
—Apagó el móvil…
—¿Qué? ¿Lo está haciendo a propósito? —dijo Samuel de pronto en un arranque de furia.
Sergio también intentó llamarla y, una vez más, su móvil estaba apagado.
—Pero Zamira no sabe lo que está sucediendo. ¿No creen que sea mucha coincidencia? ¿Por qué habrá apagado su móvil? —dijo Melany sorprendida.
—Oh, es cierto. ¿Quién tiene el número de Leandro? Él está con ella en estos momentos —preguntó Samuel.
—Yo no.
—Déjenme preguntarle al Tío Aarón y a la Tía Catalina. —Después de preguntarles, Melany hizo un gesto de consternación con la cabeza—. Él acabó de llegar anteayer, así que los tíos tampoco tienen su número.
—¡Maldita sea!
Samuel perdió la compostura. En ese momento, Gerardo los llamó una vez más para saber cómo marchaba todo. Samuel le entregó el móvil a Melany para que le contestara.
—Abuelo, no sabemos dónde está Zamira. Ellos salieron de la casa temprano por la mañana. Su móvil está apagado y nadie sabe cuál es el número de Leandro. El Tío Aarón y la Tía Catalina tampoco tienen idea de cuál sea su número.
Al escuchar esto, Gerardo comenzó a impacientarse más que los demás. «El estatus social de la Familia López sería diez veces mayor si logramos obtener este proyecto».
—¡Pues, sigan buscando! ¡Quiero que esto esté resuelto para mañana por la mañana!
Gerardo movilizó a todas las conexiones que tenía la Familia López, dentro de las que se encontraban los compañeros de clase, amigos y colegas de Zamira, para que la buscaran a ella y a Leandro por todo Colina del Norte. Sin embargo, nadie fue capaz de averiguar el paradero de Zamira.
—¿Creen que se marchó de Colina del Norte? —dijo alguien.
Gerardo se asustó tanto que estuvo al borde de sufrir un ataque cardíaco. Miró a Enrique y dijo con mal humor:
—¡Inútil! ¡Todo esto es culpa tuya! ¡Fue a ti a quien se le ocurrió esa idea estúpida! ¿Por qué los despedimos y les quitamos su empresa? ¿Saben cuánto perderíamos si no logramos encontrar a Zamira para mañana? ¿Más de mil millones?
El corazón de Enrique comenzó a palpitar de manera descontrolada.
—Ella aún está dormida. Si es algo importante, dímelo a mí —respondió Leandro sin preámbulos.
Enrique soltó una risita nerviosa.
—Leandro, cometimos un error. No debimos despedir a Zamira y tomar Prados Imperiales. Hemos decidido traer a Zamira de vuelta y dejar que se encargue una vez más de Prados Imperiales. Ven con ella a la mansión de la Familia López ahora mismo. ¡Su abuelo solicita la presencia de ambos!
—Oh, así que quieren rehabilitarla. No, gracias; ya Zamira tiene un trabajo nuevo —dijo Leandro y colgó de inmediato al terminar.
—¡Voy a matar a este bast*rdo! —gritó Enrique de pronto en un arranque de ira.
―¡Idiota! ¡Vuelve a llamarlos y pregúntales dónde están!
Gerardo volvió a abofetear a Enrique.
—Está bien, está bien.
Enrique volvió a marcar el número.
»Leandro, ¡sé que nos equivocamos! Fuimos nosotros quienes cometimos el error. Juro que no volverá a suceder. Dime dónde están e iré a recogerlos, ¿sí?
—¿Qué creen que están haciendo? ¿Ustedes se piensan que pueden despedir y volver a contratar a alguien cuando les plazca? ¡Zamira no es un juguete para que estén jugando con ella! —dijo Leandro con brusquedad.
—Estamos dispuestos a darles lo que quieran con tal de que Zamira regrese —dijo Enrique de pronto—. ¡El salario no es ningún problema!
—Bien, te diré cómo van a ser las cosas. ¿Quieren recuperar a Zamira? Está bien, ¡pero quien la haya despedido en primer lugar, deberá ser quien le pida que regrese!
—¡Fui yo! ¡Yo le pediré que vuelva! —dijo Enrique.
—No, tú no tienes autoridad para hacer eso. Quien la despidió fue Gerardo. ¡Haz que Gerardo venga en persona! ¡De no ser así, Zamira nunca volverá a trabajar con ustedes! —Leandro se mantuvo inflexible.
Cuando Gerardo lo escuchó, sintió cómo la rabia casi se apoderaba de su cuerpo.
—¿Qué? ¿Quieres que vaya en persona a pedirle a esa chiquilla que vuelva? ¿Acaso estás tentando al destino, Leandro?
En este momento, el hombre no sentía nada que no fuera la humillación por la que estaba pasando.
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