Zabdiel contemplaba con admiración aquella belleza occidental sobre su lecho, sus dorados cabellos exparcidos por la almohada, mientras lo recibía en las profundidades de su femenino ser, sus corazones latiendo de forma rítmica, en un desesperado galope por alcanzar la plena felicidad de dos cuerpos que se aman y se convierten en uno solo.
Dos cuerpos que están tan estrechamente unidos, que uno no sabe dónde comienza uno y termina el otro, pues entre ambos no hay límites.
Isabella se aferraba desesperada al ardiente cuerpo de su esposo, aquellos firmes, fuertes y bronceados brazos, aquel ámplio pecho, mientras sus caderas se alzaban para recibir los embates que él le dedicaba, y es que no había nada más exitante, más ardiente o más placentero que ser suya, completamente suya. Sólo el Jeque tenía la potestad de tomarla y hacerla enteramente suya, hacer de ella lo que quisiera, no podía reprimir la satisfacción de su cuerpo y mientras más se acercaba a la cima, más fuertes y poderosas eran aquellas sensaciones.
Sus cuerpos perlados en sudor, en una ardiente y placentera batalla de placer, danzando juntos aún sin escuchar música alguna, pudiendo morir de placer uno en brazos del otro, la boca de Isabella se abría para dejar brotar los largos y ardientes gemidos que escapan al sentir como con cada embestida lograba darle más y más placer. Los ardientes gruñidos y masculinos gemidos de Zabdiel, llenando la habitación.
-Oh, por Alá- gritó Isabella, creyendo que podría perder la cordura, intentando anclarse a la realidad, sintiendo como sus uñas se introducían en la firme piel de su Señor - Por Alá- repitió enloquecida de placer, mientras sus cuerpos rebotaban en la cama.
-Te amo, Isabella- le dijo antes de besarla apasionadamente, intentando acallar los gritos y gemidos de placer que terminarían retumbando en todo Palacio. Y es que al Soberano poco le importaba que los escucharan, sabía que habían al menos cuatro guardias apostados en las puertas de sus aposentos y que estarían siendo unos fieles espectadores del placer que llenaba aquellas recámaras, pero nada le importaba, la manera en que Isabella gemía lo hacía enloquecer, lo hacía querer acelerar el ritmo para poder escucharla, acelerar para llevarla a la cima y alcanzar su propia satisfacción.
Oh por Alá, que delicia de mujer. . . Su mujer, la más ardiente y apasionada de todas.
Se alejó un poco de ella y la observó morderse el labio inferior, aquel gesto que no hacía más que buscar autocontrol ,terminaba por encenderlo como una antorcha, sus verdes ojos estaban muy abiertos y dilatados, muestra de la fuerte exitación que sentía.
-Mi Isabella, mi Isabella...- le dijo haciéndola cada vez más suya, de ser eso posible.
La escucho gritar su nombre en medio del éxtasis y su propio placer lo reclamó, cuándo hubo culminado su agotado cuerpo cayó desplomado sobre el sudoroso cuerpo de su amada, quién lo aprisionó contra ella, mientras ambos corazones latina uno contra el otro, buscando recuperarse.
-Te amo, Mi señor, mi amor, mi todo.
-Yo no podría amarte más, mujer. Mi Reina, poseedora de todo lo que soy- besó su sudorosa frente y rodó en la cama, arrastrándola con él, y permitiéndole descansar sobre su agitado pecho.
Pasaron algunos minutos en silencio, hasta que sus respiraciones y palpitaciones llegaron a normalizarse. Isabella suspiró con cada milímetro de su cuerpo gritando satisfacción. El Jeque la atrajo hacia él aún más, depositó dos tiernos besos en su cabeza.
-Siento que soy tan feliz, Zabdiel- lo abrazó queriendo estar fuertemente unida a él- tan feliz que en ocasiones no puedo creer que sea merecedora de ésto. Agradezco tanto a Alá, cada vez que abro los ojos y te veo a mi lado, cuando veo los ojos de nuestro adorado hijo, cuando por las noches puedo abrazarme a ti y sentirme segura, cuando en los momentos difíciles he podido refugiarme en tu pecho y sentirme cuidada, amada.
-Me alegra enormemente poder retribuirte, amada mía, porque nunca he amado a nadie más de lo que te amo a ti. Amo todo, absolutamente todo de ti, esa piel blanca y suave a mi tacto- dijo mientras acariciaba con lentitud la femenina espalda y enviababa una corriente eléctrica a todo su cuerpo- amo tus manos, saben dónde tocar para hacerme enloquecer, mi señora. Amo tu cuerpo del cuál nunca podría saciarme, soy adicto a ti, a tu olor, a la manera en que tus ojos me miran, a cómo reclamas mi boca, con esa misma boca que me tomas y me marcas como tuyo- sus ojos la miraron con intencidad e Isabella pudo sentir como una llamarada de fuego, le quemaba en su pecho- Isabella, siempre pensé que me casaría sin amor, que lo haría solo por salvar la corona, que lo haría por amor a mi pueblo, no podría expresar jamás lo infinitamente agradecido que me siento con Alá por tenerte, soy bendecido mujer y Alá fue misericordioso por traerte hasta mi, de esa manera pude cumplir con mi pueblo y puede hacerlo por amor.
-Yo nunca imaginé todo lo que Norusakistan me tenía deparado. Tantas aventuras, tantas cosas nuevas, tantas experiencias pero sobretodo, tanto amor. Durante años vague por el mundo fotografiando los rincones más inhóspitos, aquellos a dónde los más temerarios no querían ir, y lo hacía porque no le tenía a nada, no le tenía a morir porque sabía que sólo mis amigos me extrañarían. Tú me diste razones para no querer morir jamás. Cuando estaba en las cuevas, sólo podía pensar en tí, anhelaba volver a casa, y no me refiero a Palacio, sino a tus brazos. Tú eres mi hogar, dónde tú estés, yo estaré y si llegaras a faltarme, que Alá no me torture con una pena tan grande y aquel mismo día me arranque la vida, y que mi último aliento lo pueda dar sosteniendo tu mano.
-Es lo que yo también pido a Alá.
-Cuando la serpiente apareció en mi habitación, solo pensaba que si lograba llegar a mi e introducir su veneno e mi cuerpo, los minutos a tu lado estarían contados y no quería dejarte, no cuando apenas comenzamos a vivir realmente nuestro amor.
-Bendito sea el nombre de Alá, que no permitió que ese rastrero animal llegará a ti.
-Amén. . . y cuándo. . . cuando Zahra intento asesinarme- se abrazó con fuerza a él- nunca en mi vida he sentido tanto miedo de morir, no estaba preparada para dejarte, pero. . .pensar mi nuestro hijo no nacería, eso me lleno de infinitas fuerzas para defenderme. No soportaba la idea de que los dos te dejáramos el mismo día, la pena sería demasiado grande.
-Alá no permita que eso pase jamás. Tú y mi hijo son lo más importante para mí Isabella. Tú mi amada Reina y Señora. Nael, mi hijo amado, el Príncipe de la Corona. Dos de mis tres amores más grandes, incluyendo a mi madre, no podría soportarlo jamás Isabella.
-Sé que te has liberado de la culpa, yo misma lo he hecho, pero por si hay alguna duda dentro de ti; No tuviste culpa de lo sucedido con Zahra. No tuvimos culpa. . . realmente me duele que haya muerto de su propia mano, y pensando que yo le había arrebatado todo, nunca planeamos enamorarnos . . .
-Y yo nunca le ofrecí matrimonio, no la engañé. Fue mi padre con sus continúas insinuaciones de todo el amor y la adoración con la que supuestamente ella me miraba.
-Te amaba- acarició su mentón- yo no tengo dudas de eso Zabdiel.
-Si- reconoció- pero su amor tan enfermizo, tan insano, tan egoísta no podría tener frutos. Fue horrible ver cómo la vida abandonó sus ojos, y como esos ojos se quedaron fijos en mí, de pronto vacíos, sin luz. Está dentro de las experiencias más desagradable que he experimentado. Fue horrible tener que enviar su cuerpo a mi tía, él sólo hecho de imaginar el dolor que debió sentir al ver a su primogénita sin vida. . . me rompe el corazón de tristeza.
-Mi Señor, fue su decisión, ella así lo quiso, aún cuando encontró piedad y misericordia, ella quiso convertirse en la mártir que entregaba su vida por un amor no correspondido.
-Es difícil entenderlo, su sangre en mis manos y en mi mejilla. Alá sabe que me duele muchísimo su muerte.
-Yo creo que Esquizbel. . .
-Tuvo mucho que ver en todo esto- suspiró para luego apretar el mentón- me odia, no acepta que fuese mi padre y no el suyo, el que ascendiera al trono. Si bien es cierto que hubo un poco de injusticia en que el abuelo no hubiese reconocido a su padre, nadie tuvo la culpa, mi padre no tuvo la culpa.
-Lo sé, mi amor.
-Es lo que Esquizbel no entiende. Si al menos dejara a un lado su odio y se uniera a trabajar por el país. Norusakistan es pequeño pero tengo visión de que poco a poco tome popularidad, que el mundo entero se entere de nuestra existencia, necesito todo el apoyo posible, no que esté tratando de destruir todo lo que hago.
-Él odio le ciega- Isabella acarició el pecho de su esposo.
-Así es. No puedo fallar a la confianza de mi padre y entregarle la Corona, sería renunciar al legado que mi padre formó para mí, no pienso fallarle a su memoria. Si Esquizbel fuese un hombre bueno, bondadoso, justo, que realmente amará al pueblo, consideraría reparar el daño que la vida le causó, pensaría en otorgarle el trono pero. . .
-No es así, no es bueno, bondadoso, no es justo- dijo Isabella con tristeza.
-No, no lo es, y no puedo entregar Norusakistan en sus manos, para que acabe con él. Debemos estar alerta con él, no sabemos que pueda estar tramando y no podemos permitirnos que nos tome por sorpresa. Algo trama mi Señora, sé que algo grande está planeando y debemos estar alerta.
-Así es, sin embargo. . . Por ahora déjeme besarlo y amarlo, déjeme ser suya y sea mío.
-Siempre- dijo antes de reclamar su boca.
La mañana había llegado, y con el nuevo alba, las esperanzas que traen consigo el nuevo día.
-Es increíble cuánto puede comer ese pequeño- dijo Zabdiel, mientras observaba a Isabella amamantar al pequeño Príncipe.
-Es muy exigente con su alimentación- le sonrió con ternura a su esposo- creo que será un Príncipe muy demandante.
-Puede exigir todo lo que quiera- El Jeque acarició la pequeña cabecita de su hijo- siempre y cuando entienda que has sido mía primero, y que debe darme algunas horas contigo.
-No me dirá que está celoso de su propio hijo, Excelencia.
-Jamás, sin embargo es evidente que es el único hombre con el cuál te compartiría. Ese pequeño Príncipe - acarició la punta de su nariz- significa la mitad de mi vida, es mi otro amor, mi entero orgullo, cuando lo veo no hay nada que desee más que protegerlo contra todos, que verlo crecer y convertirse en el maravilloso hombre y el gran Jeque que estoy seguro que será.
-Alá mediante- Isabella sonrió con ternura- Mi señor, se supone que en unas horas partiremos y. . .
-No sé si sea adecuado hacer esto- dijo dudando.
-Lo es- le aseguró- son tu familia, necesitan saber que estás con ellos, que te duele lo que ha ocurrido, seguramente ellos te lo agradecerán, y por supuesto que estoy preparada para ir contigo y enfrentar este amargo trago, soy tu esposa, la Soberana, la Reina de esta nación, pero sobretodo, soy tu amor, tu apoyo, tú mujer, quiero hacerlo, quiero acompañarte. . . si me lo permites.
-Sé hará como tú lo desees, mi Señora- le respondió antes de besarle fugazmente en los labios.
Zabdiel e Isabella, se tomaron de las manos, el Soberano contempló a su Señora a los ojos, sintiéndose nervioso y turbado. No sabía cómo enfrentarse a su tía. Soltó la mano de su esposa y se giró dándole la espalda a la puerta de aquel hogar, su corazón latiendo descontroladamente, los diez guardias reales que le acompañaban, lo miraron sin comprender la turbación de su alma.
No sabía qué decirle a su tía, ni cómo afrontar éste encuentro. Sintió la mano de Isabella en su antebrazo.
-Oh, Alá misericordioso, dame fuerzas- dijo con la respiración acelerada.
-Todo estará bien, mi amor. Debes tranquilizarte, es un momento duro pero podemos con él.
-No sé. . . cómo mirar a mi tía a los ojos.
-Ella sabrá comprenderlo.
-Alá te escuché, mujer- cerró los ojos y busco controlar su respiración. Cuando se hubo tranquilizador un poco se giró nuevamente mirándo la enorme puerta y sin más, antes de arrepentirse, llamó.
Sólo pasaron un par de minutos cuando la puerta se abrió. La criada la miró con ojos enormes.
-Majestad- hizo una reverencia exagerada. Tomó su mano y la besó, Zabdiel le sonrió- Alá le bendiga, que honor estar ante usted. Mi Reina, Excelencia- se reverenció nuevamente, tomó la mano de Isabella, la besó. Por favor, sigan- los guío hasta el cómodo salón. Cuatro guardias les siguieron, mientras los demás, se apostaron a las puertas- tomen asiento, mis señores. En este mismo instante informo de su presencia.
Zabdiel inclinó levemente la cabeza en un gesto sutil de agradecimiento. Tomó asiento junto a Isabella y se dispusieron a esperar.
-Estoy nervioso- dijo sosteniendo su mano con fuerza.
-Lo sé, amado mío, pero todo estará muy bien, te lo aseguro.
Una jóven apareció y los miró, antes de correr hacia ellos y arrojarse al suelo, tomando la mano de Zabdiel y besándola.
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