Destinados romance Capítulo 1

AMÉRICA

—¡Tienes que apoyarnos, somos una familia! —exclama mi hermana mayor Alene.

Me quedo callada, el silencio me resulta tan ensordecedor, que soy capaz de respirar la hostilidad que emana de sus palabras con filo.

—Somos hermanas, no puedes estar en contra —toma mis manos y las acuna entre las de ella—. Por favor, apóyanos.

Desciendo la mirada, Alene es mayor que yo por un minuto, somos gemelas, la adoro, pero no estoy de acuerdo con lo que ella y mi padre planean, la venganza de este tipo no deja nada bueno al final, en especial cuando se trata de derrocar un imperio empresarial como lo es el de Bryce Henderson.

—No quiero problemas —refuto, alejándome de ella.

Mi padre, quien hasta ese momento se había mantenido a raya de la situación, sentado desde su escritorio, se pone de pie y molesto, me lanza una mirada cargada de advertencias.

—¿Acaso tengo que recordarte que es gracias a la familia Henderson que tu madre murió? —refuta.

«No, no lo olvido»

Sello mis labios, entrar en una discusión con ellos me resulta desgastante.

—Solo te pedimos que no aparezcas por estos lugares —añade mi hermana—. Nadie sabe y nadie se puede enterar de que somos gemelas.

El tono de voz de Alene desciende a decibelios apenas audibles.

—Hija, nada más te estamos pidiendo que te mudes y que de ser necesario, nos apoyes —añade mi padre, mirando a mi hermana con orgullo.

No soy idiota, sé que de las dos, es su favorita. Me remuevo inquieta sobre mi sitio. Deshaciéndome de su tacto.

—Está bien, me voy a mudar, solo no quiero que me metan en problemas —arguyo, realizando una mueca de desagrado.

Ambos parecen satisfechos con mi respuesta.

—¿Y nos vas a apoyar? —inquiere Alene con ilusión en el rostro, ladeando una media sonrisa tan suya.

—De eso no estoy muy segura, entiendo que por culpa del padre de Bryce Henderson, mamá murió, me molesta tanto como a ustedes, pero tengo una vida, y quiero seguir en la paz que esta me ofrece, así que no quiero problemas ni verme metida en asuntos legales por su culpa —esclarezco con sinceridad.

El rostro de mi hermana cambia fugazmente.

—Lo que estás haciendo se llama traición —chasquea la lengua.

Niego con la cabeza.

—No, lo que hago es ser inteligente, hermana —tomo mi bolso y me acerco a mi padre, para darle un beso de despedida.

Sin embargo, se aparta como si mi tacto le causa conflicto.

—Bien, nos vemos luego.

Salgo del departamento en busca de aire puro, limpio de pensamientos tóxicos y llego hasta un bar familiar, donde pido un trago, botana y paso la mayor parte del tiempo, comiendo, metida en los diseños que realizo en la laptop que llevo conmigo a todos lados.

El tiempo se me pasa volando hasta que mi móvil suena con demasiada insistencia, salgo de mi estupor y reviso el nombre que resplandece en la pantalla, tratándose de mi padre, comienzo a recoger mis cosas al tiempo que respondo.

—Papá.

Miro la hora que marca el reloj colgado en una de las paredes del local. Son las seis de la tarde.

—¡¿Dónde estás?! —exclama alterado—. ¡Tienes que venir al hospital, ahora mismo!

Mi corazón se detiene, el mundo se congela y las manos me tiemblan al saber que se trata de Alene.

—Voy para allá -cuelgo.

—La chica de la mesa cinco, no deja de lanzarte las bragas —me comenta entre risas.

Con cero discreción, porque me considero un hombre directo, volteo hacia su dirección, notando como una morena de ojos grises, me sonríe con coquetería, levanto mi trago en dirección suya y le devuelvo el gesto, luego me giro dándole la espalda.

—Eres un cojonudo —espeta Rupert con diversión—. Deberías disfrutar estas dos semanas que tienes de soltería.

—Sabes que soy leal —siseo.

Y es cierto, me considero un hombre enamorado de Alene Sullivan, la mujer que va a ser mi esposa en unas semanas, con la que he decidido compartir el resto de mi vida.

—Eso, amigo mío, te convierte en un tonto con suerte -ríe.

Niego con la cabeza, pagamos y nos marchamos, viendo la desilusión de las mujeres que nos comían con la mirada, nos despedimos y me dirijo a mi casa, una que adquirí hace un año, pensando en que sería al gusto de Alene para vivir. Me despido de Rupert y al llegar, me parece extraño no haber recibido una llamada o mensaje de mi prometida.

Frunzo el ceño, decido darme una ducha y al terminar, le marco, no me contesta, intento cinco veces más, estoy a nada de darme por vencido, cuando por fin contesta.

—¿Hola?

Abro la boca para reclamar, pero me detengo cuando noto algo distinto en su tono de voz.

—¿Alene? —inquiero con cautela.

Hay un silencio al otro lado de la línea, un respiro profundo.

—Sí...

Pero dudo. Tensando el cuerpo, sospecho.

—¿Quién eres tú?

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