El clímax de un millonario romance Capítulo 21

Capítulo 21. 

Si se trataba de una fiesta en plena noche y el clima estaba bastante fresco, era mejor elegir un vestido de manga larga blanca, cuello de encaje del mismo tono en un corte V, un cinturón dorado ajustado en mi cintura y la parte de la falda estaba compuesta por volados bien definidos. Aunque la falda era algo corta, pero estilizaba mis piernas. 

Lo había conseguido en una tienda. Me había salido carísimo, pero valía la pena si Matt me llevaría a una fiesta. Y tenía la intuición de que era algo importante. 

Quería estar bonita y presentable. 

Mientras me alistaba colocándome una gargantilla y unos zapatos que hacía juego con el vestido, veía el manuscrito por encima de mi escritorio, junto a la laptop. Se me instaló un nudo en el estómago. 

¿Yo escribía con Matt en mi tiempo libre? ¿Por qué se había tomado la molestia de imprimirlo? ¿O caso había sido yo la que lo hizo en algún tiempo atrás? Dios, me daba pavor pensar que él ya hubiera leído mis escritos. Me dejé caer en la cama, boca arriba. Mi techo estaba tan blanco que mareaba.  

¿Cuánto un hombre puede amarte para colocarte una barra en su gimnasio privado para que realizar tu deporte predilecto y te dé tu espacio para escribir en un despacho?¡Incluso era mi esposo y estaba guapísimo!¡Y fue a buscarme a la cafetería! ¿De qué libro de romance había salido aquel hombre? 

—Amy Steele...te sacaste la lotería —me susurré a mí misma observando el techo y llevándome las manos al pecho. 

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Esperaba en la acera, con mi bolso en la mano. Eran las ocho y un minuto cuando una Ram negra estacionó ante mí. La ventanilla del acompañante se desliza hacia abajo, automática y el rostro de Matt aparece, observándome con una lujuria que repercute en mi interior. 

Sale del coche rápidamente, lo rodea y viene hacia mí, con paso seguro. 

¡Está guapísimo! Tiene un traje azul oscuro ajustado al cuerpo, una corbata de tono grisáceo, un pañuelo blanco en un bolsillito a la altura del corazón, pantalones del mismo tono y unos zapatos. 

El chico rudo de cazadora ha desaparecido y lo ha dominado un hombre serio y dominante. 

—Preciosa como siempre, señorita Steele—me halaga, con una media sonrisa en sus labios. 

Toma mi mano a la altura de los dedos y la besa, sin apartar los ojos de los míos. Wow. Que caballero. 

—Usted no se queda atrás, señor Voelklein. 

—No le llego a la altura—se encoje de hombros sin soltarme la mano. 

—¿Quiere que hagamos una competencia de quién es el más guapo aquí?—me echo a reír. 

—Por supuesto que yo ganaría, soy un bomba sexual—suelta, irónico. 

—¿Qué tan alto llega tu ego, maldita bomba sexual? 

Entonces me acorrala contra una pared divertido y agacha su rostro para que quede al mismo nivel que el mío. Se me corta la respiración. 

—No te preocupes por averiguar qué tan alto llega mi ego. Sino —sus labios se aproximan mucho más a los míos—, que tan alto puede ser el clímax que tendrá esta noche, señorita Steele. 

Dios mío. Que directo. 

Muerde mi labio inferior, tomándome por sorpresa y se aparta para caminar hacia el auto y abrir la puerta del acompañante. Me está esperando y finge impaciencia. Estoy absorta. 

—Suba o llegaremos tarde, señorita Steele—vuelve a ser el hombre frío y arrogante que conozco. 

—¿Tarde?¡Pero si es su propia fiesta!—me quejo, subiendo al coche. 

Matt se apoya en la puerta de la Ram, inclinándose un poco para mirarme. 

—¿Y? Soy un hombre correcto, señorita Steele. No quiera llevarme por el camino de las malas decisiones tentándome a llegar tarde a mi propia fiesta—se ofende. 

—Cómo si tomar malas decisiones no fueran habitual en nosotros —suelto en voz baja. 

Se queda en silencio, observándome con los labios ligeramente apretados. 

—Imposible no tomar malas decisiones cuando sientes algo por alguien—musita, apagado—. Nunca vas a entender cuánto amor me costó dejarte ir, Amy. 

Y sin darme tiempo a responder, cierra la puerta del coche, lo rodea y se sube al asiento del conductor. Ambos nos abrochamos los cinturones, en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. 

Matt enciende el auto y empieza a conducir en plena noche fresca pero hermosa.  

Las luces destacan en la ciudad, de esas que son lamparitas calidad colgadas en cada negocio. Personas saliendo del cine o de alguna cita romántica. Amigos compartiendo cervezas en los bares. Todo parece tan juvenil que renueva mis energías. 

Pero las tinieblas de mi mente aparecen, de forma inesperada. Al borde de querer hacerle una pregunta chocante y bastante dolorosa a Matt: 

—¿Por qué sigues buscándome luego de que tus padres murieran por mi culpa, Matt? 

De pronto nos vemos en medio de un tráfico. Va disminuyendo la velocidad. 

—No, no fue tu culpa. Quita esa idea absurda de tu cabeza—me regaña, echándome un breve vistazo de reojo y volviendo la mirada hacia la carretera—. Hades y Artemisa lo hicieron. 

Breve silencio una vez más. 

—¿Te hubieras metido conmigo sabiendo que ese acto causaría la muerte de tus padres? 

Otro silencio penetra en el coche y una tensión que yo provoqué con mis preguntas inoportunas. 

—Amy…por favor, ya no hablemos del tema—me dice, al borde de una súplica mientras menea la cabeza, negativo. 

—Lo siento… 

—Esperé muchos años este momento—se sincera—, tenerte. En mi coche. Pasar tiempo contigo. Sabes quién soy, por fin y eso es lo único que me importa en este preciso momento. No saliste corriendo al saber que soy tu esposo y no me pediste el divorcio. No lo hiciste y eso me da esperanzas de que quizás… 

Muchas diosas...incluyendo a mi madre. 

Bajo la mirada hacia la cantidad de invitados que disfrutan de la música clásica, beben con una elegancia que me hace comprender que están llenos de dinero. Un indicio que no es fácil de adivinar.  

Los mozos se pasean con sus bandejas, ofreciendo bebidas y bocadillos. 

Miro hacia mi derecha y encuentro a Matt observándome, con una expresión que no puedo descifrar. 

—¿Qué se festeja? —le pregunto, curiosa. 

Abre la boca para responderme, pero una pareja que capta toda nuestra atención, se acerca a nosotros con sus brazos entrelazados. 

No sé quién de los dos es más apuesto, si él o ella. 

El joven que aparenta de unos treinta años tiene el cabello pelirrojo, casi fuego, con una barba que no llega ni a las mejillas, también pelirrojo y unos profundos y llamativos ojos color caramelo. Son tan brillantes que me pregunto si son lentillas. 

Es alto, corpulento y a su lado está la que parece su novia, aferrada a su brazo con cierto apego afectivo que me da ternura. 

Ella, es rubia, de unos ojos grises preciosos y una cabellera rubia lisa y larga. Dios  mio. Es bellísima. El vestido blanco que lleva puesto le queda tan bien que incluso debo apartar la mirada para no ver su pronunciado escote. 

Soy hetero, soy hetero, soy hetero. 

Ambos nos sonríen apenas quedan frente a nosotros. 

—¡Feliz cumpleaños Matt! —lo saluda el pelirrojo con voz grave y un breve abrazo, sin dejar de sonreír. 

Me siento algo perdida, así que saludo rápidamente a la joven rubia con un beso en la mejilla. Ella me sonríe. 

—Un gusto conocerte—me saluda ella, tan amigable que de pronto me cae bien. 

—¿Y esta señorita tan hermosa? No me la presentaste nunca —le pregunta su pareja a Matt, con sus ojos puestos en mí, agradables. 

—Es mi... —Matt me mira, sin saber qué decir exactamente y de pronto se remueve, incomodo. 

—Soy su novia —digo finalmente y veo de reojo que ha embozado una sonrisa intima.  

Estrecho la mano con el hombre y se lleva mi mano a sus labios en forma de saludo. 

—Un gusto conocerla finalmente. Soy Max Voelklein, hermano de Matt y ella es mi esposa Ada Gray. 

Desvió la atención a la chica, quien me brinda un guiño de ojo, en modo cómplice. 

De pronto sé qué se trata de la hija de Afrodita. 

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