CAPÍTULO 23
Me reía a carcajadas con cada voltereta que Matt me daba en el baile. Era un vals, la mayoría de las parejas bailaban su compás. Un, dos, tres. Un, dos, tres.
Matt era un tronco haciéndolo, pero podía guiarlo a la perfección con mis manos sujetadas a las suyas con los brazos algo extendidos. Dios, que hombre tan serio que apenas se movía.
—Matt es la cuarta vez que me pisas—lo regaño, riéndome.
—Soy un asco para estas cosas—carraspea, molesto consigo mismo y mirando a su alrededor—. Se me da mejor otras cosas.
—¿Acaso un hombre poderoso no puede bailar un simple vals? Que injusta es la vida.
—No, pero puedo hacer que una chica sea mi novia sin siquiera pedírselo—contrataca y agacha la mirada para observarme a la cara.
Trago con fuerza, aparto los ojos. Mierda.
—Me he precipitado. No se ilusione. Yo debería saber la fecha de cumpleaños de la persona a la que estoy conociendo ¿no cree? Digo, no me lo ha dicho. Pude haberle comprado un regalo. Así que, retiro mi propuesta—rechisto.
—¿Entonces no quiere ser mi novia porque no sabía que era mi cumpleaños? —se ríe—. Usted si sabe cómo desafiarme, señorita Steele.
Me da una vuelta en el lugar y la pollera del vestido se abre. Vuelvo a sus brazos.
—No lo tome como un desafío, señor Voelklein—me encojo de hombros y finjo desinterés—. Sino como un llamado de atención.
Entonces, sin esperarlo, me aprieta contra su pecho y me echa hacia atrás con sus manos en mi espalda, sin dejar de sujetarme. Una de sus manos se desliza hacia mi nuca, posesivo, clavándome sus intensos ojos en los míos.
—¿Quiere ser mi novia, señorita Steele?
Oh mi Dios.
Me siento en el aire. Mi pecho sube y baja rítmicamente, con el corazón desembocado. Es tan apuesto que duele. Tan guapo que no puedo asimilar que realmente me lo está pidiendo. Miles de sensaciones invaden mi mente, molestas, nublando mis decisiones.
Sé qué esto podría desatar la ira de los dioses, la ira de nuestros padres y no sé qué tan fuerte nos sentimos cuando respondo…
—Sí. Si quiero—musito.
Tomo su nuca para ayudar a levantarme y lo beso con una desesperación no propia de mí. Cómo si aquel beso sellara lo que finalmente somos: La unión entre el Olimpo y el Inframundo.
Nos quedamos mirando el uno al otro. El ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, sólo mirando.
—Ven conmigo —me dice, casi sin aliento y me toma de la mano.
Tira de mí, caminando entre los invitados que no paran de saludarlo desde la distancia. No entiendo qué está haciendo ni a dónde vamos, pero no puedo llevarle la contraria. Quiero que me sorprenda.
Siento un leve calor en mi rostro, estoy agitada y no puedo parar de sonreír como una estúpida. Me encanta. Hace mucho no me siento así.
Subimos por unas escaleras de incontables escalones y que parecen sacadas de un teatro. Suena una melodía que me resulta tan familiar y que al instante sé cuál es. Escribí un relato escuchándola, su nombre es Experiencie de Ludovico Einaudi.
Pero, sé qué la utilizaba para algo más...
La melodía perfecta para el momento perfecto.
—Esa melodía... —musito, tomada de la mano de Matt —, me encanta.
Voltea a verme mientras subimos, con una media sonrisa
—La bailabas en nuestra casa, en el tubo y no había día que no te observara practicarla.
Pestañeo un par de veces, melancólica. Otra información que no soy capaz de recordar y eso me hiere. Como si me hubieran golpeado el pecho y el ardor de aquella embestida se extendiera poco a poco.
—Hey —Matt se detiene en un escalón más arriba y levanta mi mentón con sus dedos por debajo de él —. Recordaras, sé qué sí. Borra toda nostalgia de tu mente, sólo por esta noche —al final de sus palabras, deposita un cálido beso en mis labios.
—¿Y qué pensamiento remplazara la nostalgia esta noche? —le pregunto, decaída.
—No pensaras —muerde mi labio inferior y leve cosquilleo recorre mi vientre.
Nos metemos en una de las habitaciones del hotel. Matt me levanta del suelo y me obliga a rodear con mis piernas su ancha cintura. Sus besos son tan adictivos, tan rítmicos que resulta imposible parar. No quiero que lo haga.
Él se encarga de prender las luces, concentrado mientras me sujeta con fuerza. No pierde el equilibro, es ágil. Me echa con cuidado sobre una cama grandísima y se aparta para encender una lámpara que está ubicada en una de las mesas de noche.
Sentada, absorta por la excitación, observo como se quieta el traje ante mis ojos, lo deja en el suelo y desata el nudo de su corbata hasta que la tiene en su mano. Todo con agilidad y rapidez, como si no quisiera perder el tiempo. Me clava los ojos con un deseo para nada puro.
—No, no eras virgen. Yo fui tu primer hombre hace tiempo atrás y tuve el privilegio de serlo una vez más—musita, jadeante —. Tú y yo practicábamos las maravillas del sexo. Encuentros insaciables, en donde gritabas mi nombre y te corrías para mí. Sólo para mí, Amy —se inclina un poco para quedar a la altura de mi rostro, estoy sin aliento —. Esta noche quiero recordarte que eres mía. Y que yo soy tuyo. Quiero corromper la divinidad que hay en ti. Demostrarte que puedes sentir el Inframundo sin ingresar a él.
Y sin darme tiempo para decirle algo, me agarra la nuca junto con algunos mechones de cabello y me echa la cabeza hacia atrás. Su nariz recorre mi cuello y me clava los dientes, despacio. Cierro los ojos, hechizada. Comienza a desvestirme, me saca el vestido y siento sus dedos por todo el cuerpo con cada rose. Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Sólo su voz basta para seducirme, pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente. Dios míos.
Me quedo con mi lencería, expuesta y él me ve, ruborizada. Tímida.
Un escalofrío, algo contradictorio como mis emociones en ese momento, me recorrió por dentro. No sé si era su voz, su forma de dominarme o su manera de hacer que me derrita, pero Matt hacía que mi cuerpo reaccionara de un modo que me confundía por completo.
Se hunde en mi interior con un ritmo deliciosamente lento. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Empieza a moverse de verdad, forma castigadora, implacable. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan debajo de él, jadeante. Ay por todos los cielos.
Mis ojos se cierran. Mis gemidos aumentan en cuanto me toca mientras me penetra. Besa mi espalda, la muerde, clavándome los dientes. Posesivo. Entonces sé que está a punto de llegar al clímax cuando aumenta el ritmo aún más y sus uñas se clavan en mis caderas, dominante.
—Mierda, Amy.
Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora, en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre.
Se derrumba encima de mi espalda, hundiendo la cabeza en mi cuello.
———
«Mátala»
Matt se despierta en medio de la noche. Algo confundido, sudando. La oscuridad inunda la habitación y solo la luz de la luna ingresa, calándose en las cortinas.
Mira a su lado, pestañeando incontables veces hasta que su vista se adapta a la noche.
Amy está dormida, boca abajo y con el cabello hacia un costado. Desnuda.
Observa su pálida espalda, la cual posee una línea marcada en medio de ella y esta se pierde por debajo de las sábanas de seda. No puede verle el rostro, está mirando hacia el otro lado.
Quiere tocarla. Correrle el cabello y depositarle un beso en el cuello.
Pero algo lo detiene.
«Mátala, está dormida. Vulnerable»
Traga con fuerza al oír una voz en su cabeza. Abre los ojos de par en par. Menea la cabeza.
¿Qué?
Es la voz de Hades que lo persigue. No lo deja vivir. Lo castiga. Mierda.
Sale de la cama y se encierra en el baño, como si quisiera mantenerse alejado de Amy. Enciende la luz.
Se mira al espejo, absorto. Confuso y el corazón lo tiene acelerado. Siente cada latido.
MATALA.
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